Las camisetas son como 13, contando las que usó en divisiones inferiores y las que vistió en la etapa profesional aún en curso. El volante enumera y aparecen Defensor Sporting, Nacional, Villa Española, Montevideo Wanderers, Cerro, Progreso, Liverpool, Danubio, el colombiano Junior de Barranquilla, el brasileño Caxias y los chilenos Ñublense, Deportes Iquique y Deportes Temuco.

El mapa político, el que reconoce a los estados nacionales, dice que las banderas son dos. Riquero y su familia están en Chile desde hace siete años. “Estamos preparando la vuelta”, cuenta el futbolista que saltó a Primera División en el villa, como para que no queden dudas de que Montevideo sigue siendo su lugar en el mundo. Pero tampoco se trata de cerrarse a lo nuevo. “Encontramos una estabilidad económica y, obviamente, familiar. Ahí nació nuestra primera hija”, agrega en referencia al país en el que juega profesionalmente desde 2011.

Chile le dio oportunidades, consolidación laboral y, también, una nueva nacionalidad. La legislación trasandina permite tramitar la ciudadanía tras cinco años de residencia. Lección para el nuevo uruguayo futbolero: hay vida más allá de la anécdota de Jara y Cavani. Las lógicas ancestrales, las que quedaron atrapadas en la división política actual, aportan una tercera bandera. La misma que Mathías Riquero hizo flamear con sus manos en pleno festejo de un importante gol para su equipo actual, el sureño Deportes Temuco, que toma el nombre de una ciudad ubicada a unos 700 kilómetros de Santiago. Se trata de una bandera que representa a la nación Mapuche desde principios de los noventas. El futbolista corrió la cancha especialmente para pedírsela a un hincha. Cinco minutos de juego habían sido suficientes para que el uruguayo-chileno pusiera el primer tanto de un partido clave por la Copa Sudamericana. Con olfato, Riquero cortó una mala salida de la defensa del venezolano Estudiantes de Mérida, avanzó hacia el área y definió bajo, contra un palo. Sobre el final, su equipo anotaría el segundo tanto y cerraría la serie con la clasificación bajo el brazo.

La celebración estaba en la cabeza desde hacía un rato. “Justo cuando entré, en el calentamiento, vi la bandera y dije: ‘Si llego a hacer un gol, voy a festejarlo ahí’”, donde la exhibía un hincha al que ni siquiera conocía. El azar del sorteo de vallas quiso que le quedara del otro lado de la cancha. “Tuve que picar como 100 metros después del gol, casi me muero. Los compañeros me salieron corriendo: ‘¿A dónde vas?’, (me decían). Digo: ‘Vamos a (donde está) la bandera, allá’. No podía ni respirar, con la emoción y con el ahogo”.

La repercusión de un logro deportivo siempre comentado, la clasificación de un equipo humilde a una fase avanzada de un torneo continental, convivió con el eco de un festejo con sentido político. “Tuvo una repercusión, para mí, linda. Se enteraron prácticamente en todo el mundo. Me llegaron noticias de Suecia, Alemania, en las redes sociales”, cuenta un jugador sensible a un fenómeno extraño para un uruguayo criado en Montevideo: la realidad de uno de los tantos pueblos originarios que habitan el continente. Mathías define su gesto como “un humilde homenaje” y habla con entusiasmo de una cultura que descubrió corriendo atrás de la pelota, gracias a la identidad del club al que fue a parar. Desde el lugar de quien observa con ganas de aprender, acota que las demandas actuales son “por tierra, por su cultura, que les reconozcan sus costumbres, su idioma. Que se enseñe en las escuelas su lenguaje”. La integración de las comunidades originarias a un sistema dominado por las reglas de los estados nacionales emerge como problema. Muchos parecen padecerlo cotidianamente: “La otra vez pararon a dos adolescentes, los desnudaron, salió en todos los medios. Está áspero el tema”, ejemplifica, mientras hace hincapié en que los asesinatos de los activistas argentinos Santiago Maldonado y Rafael Nahuel no deben tapar la realidad también problemática de la nación Mapuche que vive allende la Cordillera. Otros, posiblemente los menos, alcanzan posiciones de privilegio en la escala social. Marcelo Salas “es el dueño del club”, cuenta Riquero. Y no habla de otro que del delantero de rasgos indígenas y fama mundial que un día se le escapó a la defensa celeste para que la selección chilena derrotara a Uruguay en las Eliminatorias previas a Francia ‘98.

Más allá del particular vínculo entre Deportes Temuco y la comunidad Mapuche, Chile no parece escaparse de un patrón predominante en el fútbol profesional: la falta de diálogo entre el mundo deportivo y las causas sociales y políticas. “A los jugadores les cuesta un poco interiorizarse o preocuparse por otras cosas que pasan en otros lados”, señala, al recordarse interiorizando a sus actuales compañeros con respecto al enfrentamiento entre el movimiento Más Unidos que Nunca y la vieja Comisión Directiva de la Mutual Uruguaya de Futbolistas Profesionales. Es que en las conquistas, a veces, parece anidar un riesgo. “Como no tenés muchos problemas económicos, no recurrís mucho al sindicato”. El sistema chileno asegura derechos aún utópicos para los futbolistas uruguayos. “Hay otro orden en la organización de los campeonatos, de los estadios, de la parte económica. Sabés que del 1° al 5 (de cada mes) te pagan casi todos los equipos, al día, porque tienen que firmar planillas. Si no, te descuentan puntos, te sancionan. Eso te da garantías que, por lo que sigo escuchando y hablando con amigos, acá (en Uruguay) en algunos equipos no pasa”.

Del rezago mencionado por Riquero pueden hablar, por ejemplo, los más de 20 futbolistas de El Tanque Sisley que a principios de año se quedaron repentinamente sin trabajo. Aunque el volante sostiene que la acción gremial no debería reducirse a lo estrictamente económico, como manera de ganarle al letargo sindical de los deportistas: “Jugando acá, recurrís a la Mutual cuando tenés un problema o cuando no te pagan y eso no debería ser así. Nuestra autocrítica siempre fue esa: ‘Vamos a participar más en la Mutual’. Estuve en un proyecto de vivienda. Participé, después me tuve que ir del país. Pero tratábamos de hacer otras cosas”, remata.

Los próximos meses serán determinantes para saber cómo se canalizará esa energía, porque el desembarco está cerca. A fin de año vencerá el contrato con Deportes Temuco y una familia ampliada volverá al país. Riquero se imagina redescubriendo las canchas uruguayas, jugando un par de años más. Prefiere no elegir de antemano la camiseta del retiro pero no tiene problema en recordar lo bien que la pasó en los clubes de barrio que le tocó defender. “Hay equipos en los que me ha gustado jugar, como Progreso, Villa Española. Me identifico con ellos. Pero, en realidad, cuando venga escucharé a ver qué propuesta puede haber y me inclinaré por alguna”. He ahí lo intangible, lo que no se encuentra en el profesionalismo chileno, brasileño o colombiano. “Los muchachos, congelados, recordando carnaval”, canta Jaime Roos. Y le queda notable, como la camiseta del villa o del gaucho, a un volante hermano de dos murguistas que se prepara para vivir su último invierno en el sur de Chile.