Todos los jugadores de fútbol en Dinamarca que tienen entre 7 y 65 años lo dicen: si un delantero se acerca a la portería y engaña con un amague de tiro al portero, lo deja por el camino con un regate y, por fin, pone la pelota en el arco desde un ángulo agudo, el comentario que se va a oír sobre el estadio entero, es ese:

—¡Y ahora dispara! No, espera... Siii, Michael Laudruip, ¡qué genial eso!”

Eso fue exactamente lo que dijo el comentador Svend Gehrs en la televisión nacional de Dinamarca cuando Laudrup marcó al 3-1 contra Uruguay en el Mundial de 1986. Era el segundo partido para Dinamarca en lo que habían llamado “el grupo de la muerte”: Escocia, Alemania Federal, Dinamarca y los campeones sudamericanos, Uruguay.

A priori, Uruguay era el favorito para acompañar a Alemania Federal en la continuación del torneo porque era, tal vez, el mejor equipo de toda Latinoamérica. Mejor que el Brasil, incluso, y mejor que Argentina con Maradona en el equipo.

El gol de Laudrup cayó a los 7 minutos de la segunda parte, en un momento en el que el partido estaba totalmente abierto. El marcador decía 2-1 para Dinamarca cuando Søren Lerby entregó la pelota a Laudrup a unos 10 metros del área. Unos minutos antes, Uruguay estuvo a punto de marcar con un disparo de tijera que pasó muy cerca. Según parece, la situación es inofensiva. Todos los defensores de Uruguay están en sus posiciones. Parece que Laudrup no tiene otras posibilidades que pasar la pelota a Lerby, quien ha pasado por detrás de él y se ha puesto en sobre la banda izquierda.

Cualquier otro jugador danés hubiera hecho un pase. Los daneses somos los que reflexionan. Optamos por la solución razonable porque no teníamos la bravura latinoamericana que nos podría hacer imaginar otras cosas. Hasta ese día en el estadio Neza, en Nezahualcóyotl, México. Porque Laudrup no pasó la pelota. No se comportó como si había crecido en los campos verdes y bien cuidados al oeste de Copenhague, donde los entrenadores siempre insisten en que se elijan los pases seguros y no tantos detalles artísticos. Laudrup ese día se comportó como si hubiera aprendido a jugar al fútbol en la playa de Copacabana, como si fuera Pelé o Maradona. Se creyó crecido en esa parte del mundo y no en Frederiksberg, la fría comuna de Copenhague.

Con dos pequeños movimientos sobrepasó al primer adversario. Sólo le quedaban dos defensores delante: Nelson Gutiérrez, a la izquierda, y Víctor Diogo, sobre la derecha. Gutiérrez se acercó al centro del campo para cubrir a Lerby, y Laudrup se sirve de la pequeña apertura para hacer un regate largo, dejando a Diogo medio metro detrás.

Para Laudrup, la pelota está perfectamente situada para tirar. Pero no. Espera. Y engaña no sólo al comentador danés, Svend Gehrs, sino también a Diogo y a Fernando Álvez en la portería de Uruguay. Ambos se tiraron al suelo para bloquear el tiro, pero nunca vino. Laudrup hizo otro regate. Esperó. Hizo otro. ¡Qué genial, eso! Y mientras que Diogo y Álvez se encuentran enredados y perplejos en el suelo, Laudrup controló la pelota los últimos metros y marcó. Así nació la frase.

—¡Y ahora dispara! No, espera... Siii, Michael Laudruip, ¡qué genial eso!

Con el nacimiento de la frase nació un nuevo acuerdo sobre cómo se puede jugar el fútbol, aun para daneses fríos y razonables en un país lluvioso al norte de todo. Desde luego, ese día la selección danesa no echó ni un vistazo hacia atrás. Todos se pusieron en fogosos: otra serie de regates de Laurdrup resulta en un pase a Elkjær Larsen y marca el 4-1; Elkjær vuelve a marcar para 5-1 —su tercer gol en el partido, porque él también marcó el primero—; hasta que finalmente, Jesper Olsen, quien sustituyó a Laudrup, metió el 6 a 1 final.

La humillación fue total. Como si los fuertes campeones sudamericanos se hubieran convertido en tortillas, aplanados por los transformados jugadores daneses. Se cambiaron los continentes. Eran los daneses quienes bailaban y los uruguayos quienes estaban congelados.

Ahora, el hecho de que la alegría solo fue una cosa breve, también es típicamente danés. Habiendo empezado el Mundial con una victoria contra Escocia y después conseguir el triunfo ante Uruguay, habríamos podido cuidar los mejores jugadores contra Alemania Federal y, con un poco de suerte, perder el partido que terminamos ganando. Desde luego, esto se conoció como la victoria más estúpida del mundo.

Porque si no hubiéramos ganado contra los alemanes, no habríamos terminado como ganadores del grupo y, sin eso, no habríamos encontrado a España que, como sabemos todos, nos derrotaron con cifras casi igualmente mortificantes como los que marcamos nosotros contra Uruguay.

Pero eso es otra historia. Hoy casi no nos acordamos de lo que pasó contra España. Pero sí recordamos del partido contra Uruguay. Nunca lo vamos a olvidar.

¡Fue genial, eso!