Qué difícil que es todo. Trazar una línea recta entre la expectativa de la clasificación, por tercera vez consecutiva, a los octavos de final en un Mundial y el presente, con el pase conseguido en apenas dos partidos, parece una acción casi inimaginable para aquellos que vivimos años de tumbos y desencantos, de mundiales lejanos, de participaciones flacas. Sin embargo, ha sido posible, y lo fue después de dos partidos con representativos de países que sólo por su nombre o su escasa historia los analistas, nosotros y la gente nos animábamos a considerar fáciles en nuestro camino y, a raíz de eso, a vaticinar seguras goleadas. ¿Qué es el fútbol para nosotros? Lo primero que me contesto es que sin dudas es mucho más que 90 minutos, que 11 contra 11, que un resultado, que una disposición táctica, que una variante técnica. En Uruguay, en nuestra sociedad, es incluso mucho más que un espectáculo centrado en una competencia deportiva. Y ahí freno, porque no es en Uruguay ni en nuestra sociedad, sino en los uruguayos, en los de documento y en los de alma. Y lo planteo porque todos estábamos esperanzados –que no desesperados– en conseguir la victoria sin sufrir y clasificarnos casi de taquito, pero después de haber convivido virtualmente con esos miles de yoruguas que hicieron kilómetros a lo loco para agruparse en torno a la celeste, y con todos ustedes que están ahí, embanderados y cantando, entre bizcochos y mate, ¿qué podíamos esperar que no fuese ganar como sea y clasificarnos? Por primera vez en 64 años, Uruguay se ha clasificado después de jugar dos partidos. También por primera vez desde 1954, Uruguay ganó los dos partidos iniciales y le ha sobrado un encuentro, el de la semana próxima con Rusia, antes de empezar o terminar con los partidos eliminatorios.

A pesar de que esta zona de la competencia se disputa con el objetivo de clasificar a los octavos de final, para sumar puntos y poder seguir adelante, cosa que se ha logrado con puntaje perfecto y la valla invicta, no haber podido superar con claridad en el marcador a Arabia Saudita ha dejado un gusto amargo en aquellos que desde afuera pensaban que el resultado forzosamente sería una casi inimaginable goleada. Le costó mucho a la celeste el triunfo y la anticipada clasificación, entre otras cosas, porque el equipo dirigido por Óscar Tabárez no logró una prestación descollante, por un lado, porque los árabes son un rival mundialista y no un equipo de barrio, pero tal vez también debido a algunas circunstancias exógenas, como la altísima temperatura, que dejó extenuados a los futbolistas.

Para preparar el análisis de una contienda futbolista, evidentemente es condición sine qua non haber seguido con particular atención el partido, discernir, diseccionar los momentos, las acciones, los movimientos que hayan sido determinantes en el juego, entender el porqué de los movimientos, de las posiciones de los futbolistas.

Luis Suárez festeja el gol ante Arabia Saudita.

Luis Suárez festeja el gol ante Arabia Saudita.

Foto: Sandro Pereyra

Por más que el juego se circunscriba a los 96 o 97 minutos de acción sobre el campo, es de vital importancia conocer los antecedentes inmediatos de los colectivos, los momentos de los hombres en la cancha, la experiencia como herramienta, la memoria como alerta, el probable plan de juego propuesto por los directores técnicos, y muchas variables más en las que se puede apoyar el desarrollo o las alternativas de juego. Como si eso fuera poco, hay partidos, como estos mundialistas, cuyo desarrollo y resultado van en una clave distinta de la del 0-0, de la de ganar, empatar o perder, porque no se juega a ser el mejor en una competencia de tres partidos, sino que se compite para entrar entre los primeros dos.

No hay un análisis convencional en estas competencias en las que, además del protagonista y el antagonista, hay otro u otros eventos que extraordinariamente ofician de variable. En este caso, la temperatura extrema y, claro está, todos los componentes emocionales de quienes se enfrentan por primera vez a tan enorme evento. Pero también lo es la altura sobre el nivel del mar, la nieve y hasta el viento, aunque en este caso es una variable que afecta por igual a ambos contendientes. Seguramente, a Uruguay le cuesta más que a casi todos los representativos futbolísticos del Mundial en tanto es el único fútbol con destaque que adolece de buena técnica en la posesión de la pelota y que ha establecido sus logros basado en su magnífica escuela de marca, en su prodigación, en sus contragolpes largos y sufridos, y en futbolistas que son siempre rendidores, a pesar de sus carencias de formación de la falta de buenas plataformas de lanzamiento para sus habilidades. Hay que tratar de tenerla, algo que parece que se puede conseguir, pero además hay que tenerla para atacar, y eso no nos sale mucho, incluso si contamos con jugadores maravillosos como Edinson Cavani o Luis Suárez, que ayer se convirtió en el primer uruguayo en marcar goles en tres mundiales consecutivos. La cuestión es que les llegue, y a veces no se trata sólo de que venga de toque y toque.

Hoy hay que ganar

Para poder entrarle al 4-4-1de Arabia Saudita, desplegable en cinco defensas sobre la línea de la pelota, Uruguay fue paciente y usó el primer cambio de ritmo, el verticalazo, en un bochazo profundo para Cristian Cebolla Rodríguez, que se la bajó de cabeza a Suárez, que remató bien y de primera. Esa fue la primera vez que los árabes tomaron posesión de la pelota, y por un minutito la amasaron hasta que volvió a quedar en manos de la paciencia uruguaya. La primera Cavani llegó a los 13 minutos, cuando, después de moverla de un lado para el otro, el Pelado Martín Cáceres recibió un pase en profundidad por la izquierda, mandó el centro, y el salteño le pegó desviado. Casi enseguida fue por la derecha, y en este caso el que pisó la frontera de la cancha fue Guillermo Varela, y su centro fue a dar a Suárez, que, muy forzado, la hizo pasar contra el palo. Fue a los 22 minutos, después de una nueva internada de Cristian Rodríguez –¡cómo te quiero, Cebollita!–, que la pelota terminó en el córner, y ahí, fruto de la ejecución segura del Pato Carlos Sánchez llegó el primer gol de Suárez en este Mundial. Un movimiento perfecto, una jugada ensayada, un conjunto de cortinas y engaños rematados con el freno de aire del gran mago Luis, que cuando se clavó tras su arranque hizo pasar de largo su marca y quedó solo para el gol. Además, el golero árabe se pasó de largo y permitió que la pelota quedara en el área chica. Ahí pareció que todo cambiaría en cuanto a la supernumeración atrás de la pelota de los árabes, pero Uruguay no pudo cambiar demasiado su tranco seguro debido a la altísima temperatura en Rostov y a la falta de acción ofensiva. Fue durísimo el primer tiempo, y lo fue el partido entero. No obstante, se obtuvo el resultado buscado, e incluso en un momento, con perfecto dominio de la escena, aceleramos el fin de la primera parte para ir al vestuario con ese 1-0.

Oscar W. Tabárez y Josema Giménez en el partido ante Arabia Saudita.

Oscar W. Tabárez y Josema Giménez en el partido ante Arabia Saudita.

Foto: Sandro Pereyra

Hace calor

Tras los 15 minutos de refresco, Uruguay volvió a tener el pleno dominio de las acciones. La pelota estaba en los pies de los celestes, pero sin acciones determinantes en ofensiva Al cuarto de hora del complemento, Tabárez ensayó dos cambios: dio ingreso por la izquierda a Diego Laxalt en sustitución del agotado Cebolla, y colocó al recuperador Lucas Torreira en la posición de Matías Vecino. Por dos veces consecutivas, Laxalt primero y Sánchez después, tras una obra de arte en la orfebrería del tiempo y la oportunidad de Cavani, Uruguay estuvo cerca de anotar el segundo. Pero nunca llegó y entonces todo quedó en el triunfo que necesitábamos para clasificarnos en la segunda fecha, en la casi certeza de que este equipo se puede desenvolver bastante mejor que ayer, en la comodidad mental de que tendremos un partido más, con los locales, sin presiones ni exigencias, sin miedos ni nervios, y con la certeza de que en adelante tenemos todo para ganar. No es poco. Después de 12 años de trabajo ininterrumpido, con una idea meta, un montón de logros por el camino y otras tantas recompensas invisibles e intangibles, la selección de Tabárez ya es una entidad por sí misma, un modelo, una cuña en la historia que amenaza con transformarse en viga fundacional, más allá de que el sistema que es y no es parte del fútbol, de la vida, el brazo del poder travestido en inocentes o banales líneas de opinión, no dejará de bombardear todas y cada una de las acciones de la selección. Vamo’ arriba; Uruguay, nomá.

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