Después de 32 años y por segunda vez en su historia, Bélgica se mete en la pelea por un título mundial tras ganarle 2-1 a Brasil. Los goles belgas fueron convertidos por Fernandinho en contra y Kevin De Bruyne, ambos en el primer tiempo.

Antes de entrar en el detalle, conviene poner el foco en las dos grandes figuras europeas del partido. Primero y fundamental, el arquero Thibaut Courtois. Tapó no menos de seis pelotas con pretensiones de transformarse en gol, de las cuales hay que mencionar la última. Porque era empate en la hora, claro, pero también por lo espectacular del gesto técnico: tiro de Neymar desde afuera del área con mucha rosca, y volada de Courtois para sacarla con mano cambiada. Lo que era un golazo, terminó siendo un atajadón.

El otro crack del partido fue Eden Hazard. Mágico como siempre, haciendo fácil el juego que parece enredado, dándole participación a todos mediante mucha circulación de la pelota. Además, fue uno de los principales armadores de cada contragolpe rojo, a la postre fundamental para la victoria de su equipo –que es verdad que pudo terminar empatando, pero también estuvo cerca de ampliar la diferencia y ganar más tranquilo–. Chapó para ambos.

Dale pelota

En alto nivel, los mínimos errores suelen ser determinantes. El partido estaba parejo, no se había llegado ni al cuarto de hora, había más estudio y respeto que otra cosa, y vino un córner para Bélgica, así como quien no quiere la cosa; el centro fue fuerte al primer palo, la peinó Fernandinho y la mandó a su propio arco.

Con la nueva escenografía Bélgica retrocedió metros, se apretó en defensa y Brasil hizo lo contrario: presionar arriba y atacar por todos lados. Fueron varios minutos así. Los brasileños pareciéndose a los brasileños de toda la vida –toques rápidos y verticalidad–, los belgas parecían una versión muy alejada de ellos –¡pum! para cualquier lado–.

Para cualquier lado, hasta que la agarró Hazard. Primer pase para el bueno de Romelu Lukaku. El grandote cuerpea en la mitad de la cancha, la cubre a lo Riquelme echando colita y abriendo brazos, y la suelta a la derecha. Son tres flechas hacia el arco de Alisson. Brasil, desarmado, tratando de cubrir los huecos y los posibles pases. El colorado De Bruyne aguantó, aguantó, Marcelo lo midió pero no le salió, y el colorado, que tenía mínimo dos pases para profundizar, prefirió cargar la derecha y darle seco. La pelota salió fuerte, a escasos metros del césped, y se metió contra el palo del arquero brasileño. Golazo con pinta de Ice Bucket Challenge.

Por obvias razones, Brasil aceptó el desafío. En el segundo tiempo, hay que decirlo, la verdeamarela fue al frente. El entrenador Tite mandó cambios de una. Roberto Firmino fue el primero en entrar y refrescó el ataque. Con un semicírculo ofensivo que pareció aquello de las viejas delanteras, con cinco hombres de derecha a izquierda: Neymar, Coutinho, el propio Firmino, Gabriel Jesus y otro ingresado, Douglas Costa, los brasileños fueron por todo o nada.

Ahí apareció lo mejor de Courtois. También de la buena zaga belga, demostrando que la selección no sólo es talento de mitad de cancha en adelante. El entrenador de Bélgica cambió la estrategia como método de contención. Lo que empezó siendo una línea de tres terminó siendo de cinco y a veces de seis, porque Axel Witsel se metía como un zaguero más.

Cuando a los 76 Renato Augusto cabeceó de manual –con gran gesto técnico y hacia abajo– y puso el descuento, el Kazán Arena cambió la cara. Bélgica también. Salvo por alguna disparada de Hazard para tratar de atacar –aunque sería más gráfico decir “tratar de alejar la pelota lo más posible de su arco”–, los europeos se atrincheraron en el fondo. El mérito fue ser una muralla. El también mérito brasuca fue no dejar de atacar. El supermérito fue de Thibaut Courtois.