Después de no cumplir con sus expectativas en el Mundial Brasil 2014 y en la Eurocopa 2016, la federación de fútbol belga –debidamente llamada Unión Real Belga de Sociedades de Fútbol Asociación, KBVB en neerlandés– decidió buscar nuevo entrenador. Y lo hizo de una manera no muy común en el ambiente: solicitar currículum vitae. Se detalló el perfil deseado, no era cuestión de dejarlo al libre albedrío: experiencia en el mundo del fútbol, haber demostrado capacidad y transmisión de conocimientos tácticos y estratégicos, estar dispuesto a trabajar e integrarse a una organización, entre otros, fueron algunos de los requisitos solicitados. En ese marco, un tal Roberto Martínez, español que había sido destituido del Everton inglés un tiempo atrás, armó su carta de presentación y send mail. El sábado, en Rusia, se colgó la medalla de bronce tras la victoria de la selección de Bélgica ante Inglaterra. La vida es para los que se animan.

Cuando Martínez asumió el baile era bien lindo: liderar en plena madurez futbolística a la generación de oro encabezada por Romelu Lukaku, Thibaut Courtois, Eden Hazard y Kevin De Bruyne. Dice que de las primeras cosas que hizo fue inculcar “espíritu ganador”, y por eso le dio un lugar en su cuerpo técnico al francés Thierry Henry. Empezó mal, porque en el primer partido como entrenador perdió con España 2-0 y fue abucheado por la parcialidad belga un 1o de setiembre de 2016. Después fue todo impulso: 24 partidos invictos, 19 de ellos ganados, incluido el penúltimo: 2-1 a Brasil en cuartos de final de Rusia 2018. Martínez sólo ha perdido un partido más luego de aquella derrota ante los españoles: con Francia en la pasada semifinal, en lo que seguramente haya sido el resultado más doloroso.

Los números dan certidumbres y el juego también. Bélgica fue dinamismo y movilidad, presentó un sistema de juego flexible, con variantes que iban desde sacar contragolpes de manual hasta esconder la pelota toque tras toque; además, su repertorio funcionaba bien tanto en colectivo, con gran solidez defensiva que empieza en el propio Lukaku presionando –y termina en varias ocasiones con exuberantes atajadas de Courtois–, como en lo individual, con especial destaque para el colorado De Bruyne y para Hazard, figura y pico del Mundial. En resumen, una propuesta ambiciosa que tuvo un final (bastante) feliz.

En Bélgica no lo olvidarán por un buen tiempo. No sólo se rompió el estigma de cuartofinalista, sino que esta generación de jugadores superó lo hecho por la selección en México 1986, cuando terminó cuarta. En muchos quedará el recuerdo de un grupo ganado de par en par con nueve goles a favor y dos en contra; tal vez se diga con desdén que los rivales de ese grupo no estuvieron a la altura, pero serán los mismos que no podrán decir nada de cómo, en octavos y tras ir perdiendo 2-1, Bélgica le dio vuelta el partido a Japón y avanzó a cuartos ganando 3-2, unos cuartos de final donde le tocó Brasil, ¡Brasil!, la selección más ganadora de la historia. A ese encuentro, que Bélgica supo ganar en base a mucho sacrificio, la memoria de los expertos –también de los no tanto– deberá guardarle un espacio privilegiado. Con dolor padecerán la no historia frente a Francia en semifinales y el aprendizaje, un tanto perverso, sí, de que lo que importa es ganar.

El camino y sus recompensas. Ahora sí, lo que ya se sabe: Bélgica tercera, la mejor selección de toda su vida colgándose las medallas luego de los goles de Thomas Meunier y de Eden Hazard, aunque todo, siempre, haya empezado un poco más atrás.