Wilmar Valdez estuvo a punto de quebrar la estadística, pero el discurso de la madurez institucional perdió en la hora: apenas un día antes de finalizar su mandato de cuatro años, el escribano oficializó la renuncia a la presidencia de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF). En medio del destape de una cloaca que ahora investiga la Fiscalía General de la Nación, fantasmal, pareció resurgir la indestructible sonrisa de Eugenio Figueredo. El viejo vendedor de autos que subió peldaños desde la directiva de Huracán Buceo es uno de los dos dirigentes con mayor permanencia en el máximo cargo de la AUF. Con nueve años en el sillón, apenas perdió una vez y con un Batlle, más precisamente con César Batlle Pacheco, nada menos que hijo de don Pepe y titular de la AUF en tiempos de la hazaña de Maracaná.

El dato tiene fuerza de latigazo. Un país como Uruguay, que se autocomplace al hablar de su cultura cívica y que hace poco juntó en una foto a los cinco presidentes constitucionales de la era posdictatorial, cuenta más de 20 gobiernos futboleros en el mismo período, entre los que abundan mandatos frustrados y provisorios, donde el único bendecido por la gobernabilidad es un delincuente de fama internacional que completó dos períodos corridos en la calle Guayabos. Antes y después, el terremoto político fue la norma. Más allá, abogados, escribanos y contadores de apellido ampuloso y poco pelo renunciaron en fila bajo interminables “salvas de aplausos” a cargo de los mismos dirigentes que les dieron el empujón. Más acá, los sucesores de aquellos conspiradores bailan al compás del fútbol en tiempos de negocios millonarios.

El cambio sin paz

El 1º de marzo de 1985 el país se reencontró con la democracia. Mientras Julio María Sanguinetti se calzaba la banda, la AUF prefería los galones y mantenía una línea iniciada en lo más oscuro de la dictadura. Desde 1978, su presidencia estaba en manos militares. En 1983 había asumido el coronel Héctor Juanicó, que apenas resistió unas semanas tras el Mundial de 1986. Con él se fue el primero de los 11 presidentes futboleros que se acumularían durante un gobierno colorado al que estas cuestiones no le fueron indiferentes.

La crisis disparó una uruguayísima solución: una mesa provisoria que Donato Griecco presidió por 20 días. Su negativa a seguir hizo ascender a Miguel Volonterio, que estiró el gobierno de emergencia. Era “la época en la que negociábamos con Sánchez Padilla la transmisión de los partidos” del domingo de mañana, recuerda Miguel Sejas, que hasta 2014 integró el Consejo Ejecutivo presidido por Sebastián Bauzá y entonces se iniciaba como dirigente de Cerro. Y lo dice entre risas, como si todo aquello transcurriera en medio de una ingenuidad que se quebró cuando llegaron los grandes pases y las cesiones televisivas de esta era. Una pequeña nota de Últimas Noticias algo posterior al Mundial de México establece que la delegación de Uruguay gastó 66.000 dólares por todo concepto, y denuncia la falta de los comprobantes correspondientes a “5.000 dólares por bebidas consumidas”. Cosas del fútbol.

La crisis económica clubista era el tema del momento, al punto de que el Campeonato Uruguayo de 1986 empezó sin los grandes en cancha. Peñarol y Nacional marcaban la pauta política en una AUF consumida por discusiones domésticas y apelaciones a aprobar una reestructura jamás concretada. Primitivas nociones de marketing se filtraban en los diarios, que informaban acerca de la idea de “crear una publicación deportiva promocional, que podría ser una buena revista, por ejemplo denominada Fútbol Celeste”. No se elegiría a un presidente con miras más lejanas sino hasta marzo de 1987, cuando volvió Griecco. Su honor no resistió que lo acusaran de autopostularse a un cargo internacional, y una rápida renuncia abrió paso a tres gobiernos provisorios. Mateo Giri, Raúl Masciardi y Albérico Camarero desfilaron por la silla caliente, mientras Peñarol ganaba la Libertadores y Uruguay la Copa América.

La desorganización todavía era exitosa, aunque no por mucho tiempo. En 1988, el año de la última Libertadores de Nacional, se formó una comisión para realizar una especie de casting de candidatos, por el que pasó Tabaré Vázquez. El veto de Sanguinetti frustró el inédito ascenso futbolero de un frenteamplista. La solución resultó ser Julio César Franzini, un capitán de navío que a los meses cayó al agua. Durante sus últimos días, la prensa informó acerca de “conatos de refriegas entre dirigentes”. Mientras transcurría un breve gobierno provisorio de Fernando Nodar, en octubre de 1989 se organizó una reunión en la sede de Rentistas: “Destaparon cinco botellas de güisqui importado, con el caballo tordillo en la etiqueta”, describió Ricardo Gabito en Últimas Noticias. Pudo salir en pie Walter Lanfranco, que se propuso gobernar durante 30 días pero renunció a los 22 por entender que lo estaban “serruchando”. Las necesidades de una selección ya clasificada al Mundial de Italia y de un torneo local pendiente volvían vital la salida del pozo. La llave sería sanguinettista: Julio César Maglione, que dirigía la Comisión Nacional de Educación Física. Al politólogo Daniel Chasquetti estas cuestiones no le llaman la atención. “La AUF busca entenderse con el gobierno” de turno, dice. Y la tortuosa transición del verde al colorado parece respaldarlo.

Gobierno no es poder

Maglione fue el primero de los seis presidentes que tuvo la AUF mientras el país fue gobernado por Luis Alberto Lacalle. Permaneció en el cargo durante nueve meses marcados por la experiencia mundialista del 90. El regreso de Italia pareció inaugurar la época moderna. El peso de Francisco Casal entre los principales jugadores corrió el eje de las discusiones. Antes de irse, el dirigente presentó públicamente un promocionado informe a cargo de una “comisión investigadora” que intentó aclarar presuntas irregularidades tras interrogar a un amplio abanico de viajeros a Italia, incluyendo a periodistas como Jorge da Silveira. El entonces seleccionado Nelson Gutiérrez era cuestionado por los opacos manejos que llevaron a que Casal intermediara en el negocio de la publicidad estática de la concentración uruguaya. Tenfield no había nacido pero ya latía.

“Volvió la moda del provisoriato”, rezaba el título que anunció la llegada de Antonio Guisande al máximo cargo de la AUF. El propio Figueredo, ya en febrero de 1991, tuvo que llenar un nuevo vacío. A las dos semanas asumió el entonces senador Hugo Batalla, a quien se lo asoció con el tino y el peso político tan ansiados. Pero a las 48 horas compró un problema que se lo devoraría en dos años y medio: le ofreció el cargo de técnico a Luis Cubilla. Enemistado con Paco y reproductor de un discurso demagógico y antirrepatriados, el DT abandonó la selección en medio de la disputa de las Eliminatorias en las que Uruguay quedaría eliminado del Mundial de Estados Unidos. Tras el último partido, Batalla también se fue.

La modernidad se consolidó tras un interinato de Mortimer Valdez. Fue el puente hacia el gobierno de Carlos Maresca, quien en 1994 concretó la primera venta de derechos televisivos locales bajo una lógica parecida a la actual. Los goles desaparecieron de las pantallas abiertas y quedaron en manos de una empresa en la que Casal participó como socio, estrenándose en el negocio televisivo y comenzando a acumular un poder que cambió definitivamente la ecuación política. Sejas no duda en admitir que la nueva época evidenció “falta de profesionalismo de los dirigentes”. “Podría solucionarse parcialmente si la AUF tuviera una escuela” de formación, replica Chasquetti.

La obtención de la Copa América del 95 no cambió el curso caótico de los acontecimientos. Maresca renunció tras cerca de tres años y con la selección barranca abajo en las Eliminatorias para el Mundial de Francia. Raúl Aguerrebere, al frente de un interinato, fue el segundo titular de la AUF en tiempos de la segunda época de Sanguinetti. Pero la cuenta esta vez sería más modesta. A fines de 1997 llegó Figueredo y mandó parar.

¿Qué tendrá el petiso?

Chasquetti sostiene que la inicial buena reputación de Figueredo pudo haberse fortalecido por “el fuerte impacto que tuvo la presidencia de [Julio Humberto] Grondona” en la Asociación del Fútbol Argentino, un ejemplo entonces exitoso y admirado desde esta orilla. Héctor Lescano, ex ministro de Turismo y Deporte, apunta para el mismo lado: “Cultivó un estilo de gestión y concentración de poder común a los dirigentes tradicionales de las asociaciones vecinas”.

Su nombre salta a la vista en varios de los tragicómicos capítulos de las crisis de los 80. “Yo al capitán Franzini lo peleo en cualquier lugar de Montevideo, menos en la AUF”, le dijo a Últimas Noticias luego de que el militar lo invitara a dirimir sus diferencias a los golpes. Masculinidad tradicional y respeto por las instituciones, todo lo que un hombre del fútbol tiene que tener. Aunque el segundo de los atributos quedaría seriamente en duda a poco de comenzado su ciclo de nueve años. Bajo su liderazgo se suscribieron los primeros tres contratos con Tenfield, que al fundarse, en 1998, consolidó el aterrizaje de Casal en la televisión. El primer convenio entregó por diez años todos los productos locales y de la selección, tras una asamblea en la que no se abrió un sobre que contenía una oferta superior. En el segundo aceptó dinero con siete años de antelación a cambio de comprometer las Eliminatorias previas al Mundial de 2010. El tercero, tras la crisis de 2002, entregó cinco años más de fútbol local y los rubros comerciales de la selección por una cifra expresada en pesos uruguayos. En el medio, el patrimonio personal del dirigente se incrementó llamativamente, como lo demuestran los periodistas Diego Muñoz y Emiliano Zecca en Figueredo, a la sombra del poder. Pero la Justicia uruguaya prefirió no ahondar en esa etapa luego de la extradición solicitada a Suiza tras los delitos imputados como consecuencia del FIFA Gate. “Llama la atención. No hay declaraciones acerca de su gestión al frente de la AUF, y durante ella habría muchos antecedentes”, acota Lescano.

La presión del ex ministro fue clave para que el dirigente dejara la AUF en 2006, aunque la oscuridad ética y deportiva no impidió que cuatro años antes los clubes lo reeligieran. Sejas recuerda que “Figueredo fue un tipo que demostró su inteligencia para mover piezas y siempre caer parado”. La contratación de Óscar Washington Tabárez, interpretada como un guiño al primer gobierno del Frente Amplio, fue uno de los pocos reflejos que le fallaron. Otras maniobras le salieron mejor. La creación de la Mesa Ejecutiva, el organismo que semanalmente fija los partidos, quizás sea el ejemplo legal más representativo del dirigente equilibrista. “Muchos de los problemas del diario vivir, donde tenían principal incidencia Peñarol y Nacional, que antes reventaban en el Consejo Ejecutivo, ahora revientan en el fusible, que es la Mesa”, resume Sejas. Algo de eso se notó en la extensión de los mandatos de Corbo, Bauzá y Wilmar Valdez, que no completaron sus períodos pero superaron la brevedad ochentista. “El diseño institucional que tengas modela la forma de gobierno”, destaca Chasquetti, a quien la lógica política de la AUF le hace acordar al parlamentarismo italiano. Y yo no puedo dejar de pensar que, si pudieran, varios dirigentes votarían a Silvio Berlusconi con las dos manos.