Hace un año, en la previa a un partido entre Universidad de Chile y Deportes O'Higgins en el Estadio Nacional, David Pizarro e Isaac Díaz, futbolistas de la U, se acercaron con dos ramos de flores al memorial dedicado a los detenidos políticos durante la dictadura encabezada por Augusto Pinochet.

Los días posteriores al golpe de Estado de 1973 estuvieron caracterizados por una oleada de detenciones. Desde el 12 de setiembre al 9 de noviembre, pasaron por la escotilla Nº 8, puerta de ingreso al codo norte del estadio, más de 7.000 personas. Entre ellas, 75 uruguayas. Las Fuerzas Armadas querían lucir ante el mundo su reciente logro: “Salvar a Chile del comunismo”. Por ello, la prensa tuvo la posibilidad de asistir al estadio y ser testigo del ingreso de los detenidos, que luego transcurrirían su jornada en las gradas. Ello puede observarse en el reportaje televisivo francés Chile, a la sombra de las espadas, en el cual se puede ver que los periodistas no tienen permitido acercarse a las gradas para hacerles preguntas a los detenidos, por lo tanto, las hacen gritando, a la distancia:

“-¿Los tratan bien?

-Sí.

-¿Son comunistas?

-No, somos trabajadores, estudiantes”.

La secuencia finaliza con los periodistas lanzándoles cigarrillos a los detenidos al otro lado del alambrado, desesperados por fumar. Como maníes a los monos.

En su primer período como presidenta, Michelle Bachelet impulsó la remodelación del Estadio Nacional. Parte del proyecto fue la creación del memorial, desde la escotilla Nº 8 hasta las gradas que, a diferencia del resto, mantuvieron sus estructuras de madera tal cual recibieron a los detenidos. De cara a la cancha, una leyenda: “Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro”.

Durante este fin de semana, en la previa al partido entre Universidad de Chile y Club Deportivo Palestino, David Pizarro e Isaac Díaz volvieron a acercarse al memorial y a depositar dos ramos de flores en honor a las víctimas.

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En noviembre de 1922, con apenas 15 años, Salvador Allende Gossens envío una carta al presidente de la sección infantil de Everton de Viña del Mar: “Deseando incorporarme al club de su presidencia en calidad de socio activo, me permito rogar a Ud. se sirva proponer mi incorporación en la primera oportunidad. Reconozco acatar fielmente los estatutos y reglamentos del club y procuraré desempeñar lo mejor posible mis deberes como socio”. En el sobre, la carta fue acompañada por dos pesos chilenos, destinados a las cuotas de los dos primeros meses. La solicitud fue aceptada en diciembre. Al año siguiente, el joven Chicho representó a Everton en una competición de atletismo en el Valparaíso Sporting Club, donde obtuvo la medalla de oro en lanzamiento de bala. Fue mechando la actividad deportiva con el liceo y los encuentros con Juan Demarchi, veterano zapatero anarquista, con quien compartió largas partidas de ajedrez y conversaciones que serían fundamentales para su formación intelectual y política.

Porque el fútbol es como la vida, no sorprende que Augusto Pinochet fuese simpatizante del club Santiago Wanderers, clásico de Everton. A comienzos del 2000, tras comparecer un par de años ante tribunales británicos, se determinó que, por motivos de salud, no podía ser juzgado y sí volver a su país. A principios de marzo, pisó suelo chileno. Desde Santiago Wanderers se le recibió con una fraternal carta, firmada por Reinaldo Sánchez y Juan Ponche, presidente y secretario, respectivamente. En uno de los tramos decía: “Nosotros como porteños y ciudadanos agradecidos de su gestión administrativa de nuestro país, confiamos en que Dios guiará a quienes lo juzgan sin razón y se darán cuenta que su conducción del país tuvo como única finalidad erradicar el marxismo y leninismo y darle tranquilidad y progreso a todos los chilenos”.

Sin embargo, el vínculo más directo del dictador fue con Colo-Colo, del que fuera presidente honorario desde 1984 hasta 2015 –casi nueve años después de su muerte–, momento en que la asamblea de socios del club decidió anular aquel polémico e interesado nombramiento.

Allende fue socio del Everton hasta morir, aunque no ejerció el fanatismo. Su cariño fue institucional y social y, según ha contado su hija Isabel, una vez instalada en Santiago la familia asistió con asiduidad a los partidos de Universidad de Chile, el clásico de Colo-Colo.

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Víctor Jara actuó por última vez el 10 de setiembre –día previo al golpe– en la Escuela Básica URSS, ubicada en la comuna de San Bernardo. El día 12, con la trágica jornada en los hombros y en alerta constante, fue detenido junto a compañeros de la Universidad Técnica del Estado, donde el cantautor trabajaba. Eran cerca de 600 funcionarios, que también fueron trasladados a un estadio, pero en este caso al estadio Chile, al oeste de Santiago. Las órdenes era claras, hacer mierda a Víctor Jara. Y así fue, primero con golpes y torturas “convencionales”, pero luego rompiéndole los dedos y cortándole la lengua, sus herramientas. El 16 de setiembre lo asesinaron. Primero fue un disparo en la sien, en plena ruleta rusa. Mientras agonizaba, recibió 44 balazos. En 2003, el complejo deportivo estadio Chile cambió su nombre por estadio Víctor Jara. En algún minuto de descanso, durante las jornadas de tortura, Jara consiguió un lápiz y un papel donde escribió sus últimos versos:

“Somos diez mil manos que no producen.

¿Cuántos somos en toda la patria?

La sangre del Compañero Presidente

golpea más fuerte que bombas y metrallas.

Así golpeará nuestro puño nuevamente.

Canto, que mal me sales

cuando tengo que cantar espanto.

Espanto como el que vivo, como el que muero, espanto.

De verme entre tantos y tantos momentos del infinito

en que el silencio y el grito son las metas de este canto.

Lo que nunca vi, lo que he sentido y lo que siento hará brotar el momento...”.