Vení, flaco, arrímate un poquito, que sino no llego hasta ahí. Ey, tío, acércate. Vení. Venid. Puteenlo ahora, manga de giles, garcas, vivos, nabos. Te cagabas de risa festejando el meme, ¿verdad?

¿Viejo? ¿Gordo? ¿De vuelta? No te hagas el nunca visto que vi tu tuit, no me digas que no eras vos el que le estaba gritando, no niegues que no eras el del grupito de Whatsapp. Veni, vení, putealo ahora.

Cómo no te das cuenta que te vas a dar la jeta contra la pared, que vas a quedar como un gil de cuarta, cuando salga embalado para el córner señalando a los cuatro dedos y haciendo una invisible historia de Instagram. Su alegría, esa cara de niño feliz, la que significa la felicidad de los tuyos y de nosotros, los que nos pelamos el culo para verte donde sea, como sea.

Ahí está él.

Ahí estás vos, estás tú, con esa magnífica oportunidad de no darle enter a esa irreverente definición. Con una estupenda oportunidad de haber cerrado la boca, y no adelantarte cruel y vilmente a demandar el inicio de un expediente de retiro ante la seguridad social.

¡Bo, que pancho que sos! ¿No me digas que no te enteraste que a perpetuidad y hasta el infinito, siempre, siempre, hará que sus caderas prodigiosas se acomoden para parir un nuevo grito de gol? Para que se le desenrolle la sonrisa como se le desataba la moña en el patio de la escuela. Para que su rictus de seriedad no sea más que una careta que se deshaga en la mochila de responsabilidad, junto a todas nuestras ilusiones, nuestras expectativas y nuestros sueños cargados en él.

Desde siempre, desde antes de ser futbolista de cancha, desde que jugaba finales del mundo, en la vereda, en el corredor del fondo, en la canchita con arcos marcados por dos buzos, él lo ha hecho, mientras otros giles como ustedes lo degradaban, lo puteaban, lo descalificaban parados en el cemento con pose de banquero de Wall Street o de latifundista. Las portadas de los diarios, las historias de Instagram, los videos de Youtube dirán que Barcelona le ganó de atrás 2-1 a Inter de Milán con dos goles de Luis Suárez. No dirán de tus puteadas, ni tampoco de sus eternas cerradas de boca desde su debut en primera en 2006, hasta ayer, hasta hoy, en su decimocuarta temporada jugando, haciendo goles, siendo el héroe de los desvalidos y de los millonarios.

Ahí está el Luis.

Serio, ocupado, seguro del esfuerzo. Como siempre. Hacía no sé qué cantidad de partidos que el Barcelona no perdía de local por la Champions dice el de la televisión argentina que nos habla a todos los sudamericanos. Ta salado el partido. Pero está él, que no es Messi, ni juega de la forma más maravillosa del mundo como lo hace Lio, que no es Cristiano ni hace goles de maravilla como el portugués, que no es ni siquiera Lewandowski o Neymar, o quien carajo se les ocurra. Cada vez que escucho ruido sobre Suárez, siempre se juntan razones y emociones que, a pesar de mi incoherencia y mi volubilidad, me dejan siempre cerca de él, como si fuese quien le manda el centro o el pelotazo largo para que él vaya, y ahí detrás de su carrera, de su cabezazo, de su tosco enganche, de su pifiada definición contra el caño, ahí vamos nosotros, todos, a festejar un infinito gol con nuestro héroe de carne y hueso.

Es él. El Gordo Luis. El de las prodigiosas caderas capaces de dar a luz el gol en el momento justo, único. No sé ni me importa si es el mejor jugador uruguayo que he visto en una cancha. Creo que sí lo es. Por extensión en el tiempo de su idoneidad y vigencia en cualquier cancha del mundo, por logros y por esa magnífica identificación que logramos con el muchacho serio, muy serio, con un rictus de insoportable presión en su rostro que se desenrolla tarde o temprano para festejar el gol a pura cándida sonrisa infantil, como si estuviera en el patio de la escuela.

Vení, putealo ahora, mientras arranca con sus gruesas y toscas zancadas a ese espacio que no es de él pero es de todos. Putealo, vení, mientras sus anchas caderas hacen el hueco para que entre una ilusión, mil ilusiones. Dale, putealo, mientras su cuerpo preparado activa el instinto y, con paciente ansiedad, espera el momento justo. La pelota va por fin hacia él. Él, sin fin, va a la pelota y chas, el derechazo seco, imponente, va al fondo de las redes. Vení, putealo ahora. Sacala si podés.