Sobre el Río de la Plata, los rulos canosos de las olas. La constancia del viento le deja estrías al agua y hay un buque enorme zarpando, serán quizás meses de sal hasta alguna orilla. Algo parecido le pasa a Rampla Juniors: “¡Vamo Ramplita, nomá!”, gritaron.

El equipo no encontró asidero en todo el torneo. La orilla es esquiva o es el pozo incongruente de la segunda división. En la tribuna alguien pidió una alegría y por la contraria gritó “¡Vamo a perder hoy!” Como harto, con las supersticiones agotadas. Otro recuerda que hay que ganarle a Cerro en la próxima. “Aunque estemos en la B”, concluye.

Emiliano García enmascarado, porque el campeonato ha sido una patada en el rostro, fue al piso dos veces y encendió al puñado de fieles. “¡Hay que patear, hermano!” Sobre el cemento la ansiedad. La paciencia son yuyos torpes en las grietas. Ramplita intentó cuidarla siempre. El viento hizo lo suyo también en la grama, como en el agua. El Loly Rodrigo Piñeiro y Juan Albín son los que más la quieren y los que mejor la tratan. Plaza Colonia por otra sutura: la tabla alta, las clasificaciones, esa sensación. Cecilio Watterman y Nicolás Dibble tremendas figuritas del álbum. En la retaguardia Federico Pérez con los años al borde del área y desde allí la comanda. El Flaco Álvaro Fernández es el precinto entre ambas partes. Si la pelota queda enganchada en la red tras el arco que da al cementerio de barcos, hay dos botijas con una escalera que la rescatan. Si se pierde en los confines de la bahía, hay quien por el portoncito desvencijado se adentra en el universo salado más allá del muro. El enorme buque ya se corrió del marco.

Apenas el árbitro dio sala para el segundo acto, Federico Pérez con gran gesto ensayó una chilena que el arquero Samurio mandó al córner. Formas de prometer. Si una nube se interpone entre el sol y nosotros, hace un frío lúgubre. El descenso es un síntoma. Se palpa. Son pequeñas grandes muertes históricas. Se secan las venas de la institucionalidad. Nunca las del hincha. Descender es la vergüenza. Lo que no se habla, lo que se olvida, lo que se deja. Plaza se mantuvo en la idea original porque está comprobada. Agustín Miranda es el que la refresca. Rampla siguió queriendo y fue más. Pero en el entretiempo matemáticas.. Plaza no se pareció al de partidos anteriores pero ha tenido las cosas más claras a lo largo y ancho de la competencia y eso supone una ventaja, que tiene que ver con la confianza. Volvió un buque enorme parecido al primero. Claudio Servetti desde muy lejos la dio contra el travesaño y desató unas vocales desacompasadas que amainaron la tristeza circundante.

Probó Piñeiro, también probó Gáspari, creció Guirin y el descontento. Plaza poco, como si hubiese entrado en esa turbiedad ambiental. Para colmo de los males de Ramplita, en una de las escasas llegadas de los colonienses, Elías Umere, que había ingresado por Dibble, consiguió un rebote tras gran tapada de Samurio y abrió el score faltando diez. Hubo un silencio sepulcral. Apenas el grito de los jugadores se perdió en la nada con el viento. El nuevo buque volvió a partir. Rampla fue aceptando que así es el tránsito. “Pero hay que ganarle a Cerro, ¿eh?” El pedido sobre el final es angustiante.