La voz aguardentosa de Jorge Fossati emerge desde el banco de River Plate y queda en el eco. Son como palabras claves y nombres propios. Sólo sale de la sombra para conversar con el cuarto árbitro, por lo bajo, por un penal supuesto que quedó en las protestas. El árbitro es un ser acostumbrado a vivir entre dos paréntesis insultantes. Es que los de Progreso piden amarilla y los darseneros, penal. Todo está hervido por el sol de noviembre. La sensación de estar mirando copas en el horizonte es lo que hace a un juego entregado. El todo por el todo: la estrategia y la garra para lo imprevisto del juego. Leonel Rocco no suelta el mentón. Solo cuando las piernas se le cargan de nervios se hinca sobre sí mismo, arranca pasto, lo machaca. Vuelve a erguirse, vuelve a la cuestión del mentón, de donde saca las cartas.

El primero llegó con griterío: amarilla, roja, penal, simulación, piden todo. El resultante es un tiro libre al borde del área grande del gaucho. Es Joaquín Piquerez, quien sabe qué hacer con una barrera de hombres por delante y un balón quieto. Imagina el punto ciego que también supone la barrera para el arquero y ahí la pone, aunque se despatarre el cancerbero.

Hay una ráfaga intermitente de humo de habano en mi sillón de hormigón de turno tras el banco de River. El hombre del puro apoya sus manos cruzadas sobre el bastón. El reloj no es caro. Sube el humo luego de la bocanada. Hace girar el bastón cuando el partido se complica. Enfrente, la parcialidad gaucha empuja a su equipo otra vez, hacia la gloria, después de años.

Rodrigo Viega la sostiene con paciencia bajo la suela contra un costado. Mira más allá del defensor. Suena la hinchada de su cuadro. La vuelve a pisar y mete un centro impecable. Se lo anotan a Emanuel Gularte porque conectó de cabeza, pero el centro de Viega, la administración de la paciencia y la lectura de los movimientos son inspiración para quien escribe.

El empate es más acorde a la intensidad de ambos exponentes. Gastón Olveira vuelve a confirmar y le saca a Agustín González el segundo. El juego se fricciona en el medio, un avance por un tranque, otro avance por contrapartida y una imprecisión que lo desvanece. La pelota va y viene en 30 metros. Pero es Viega otra vez el que rompe la inercia. La para al borde del área, la pisa y mira, y otra vez coloca el centro, esta vez con el revés del zapato. La ficha técnica dirá que el cabezazo fue de Alexander Rosso. Lo de Viega encanta. Fossati manda a Matías Alonso a la cancha, saca a Calzada y se la juega como el puntaje pide. Cuando Rocco saca a Viega para que entre el Japo Jorge Rodríguez, los aplausos son de pie.

Ganó el Progreso de La Teja en el Saroldi. Está encantador el gaucho. Vuelve la ráfaga de habano. El hombre que fuma no está para nada conforme.