“Es una decisión netamente tomada por el cuerpo técnico, y el motivo principalmente es estar un poco tranquilos, porque fueron nueve meses de mucha tensión. Fue un sube y baja de tensión. No me encuentro para poder encarar en breve un desafío como corresponde, a la altura de Nacional. Preferí en este momento dar un paso al costado, sabiendo que el trabajo realizado dio sus frutos con la obtención del Clausura y el Campeonato Uruguayo, y dejando al club en una buena condición de cara al año que viene”. Así se despidió Álvaro Gutiérrez, director técnico del campeón uruguayo 2019, quien agregó: “Ojalá que a Nacional le vaya muy bien”.

En una profesión en la que tener trabajo o no es, por lo general, arbitrariamente, un asunto de dirigentes, la decisión de Gutiérrez es correcta y el club la respetó. Más allá de la persona –en este caso no es un dato menor: acaba de consagrar a su equipo campeón–, si se mira con amplio espectro, Nacional pierde. Pierde acumulación y el ojo crítico del cuerpo técnico sobre el desempeño ascendente y descendente de los jugadores, algo vital para saber cómo y dónde reforzarse para la próxima temporada, que empieza en verano y en la que Nacional tendrá un durísimo grupo en la Copa Libertadores, en el que competirá con Racing de Avellaneda (Argentina), Alianza Lima (Perú) y Estudiantes de Mérida (Venezuela). Según la dirigencia del bolso, se tomarán toda la semana para decidir quién será el nuevo DT.

El caso de Peñarol es al revés. La decisión de que Diego López no siga al frente del primer equipo responde al exitismo reinante: no sale campeón, no se le renueva el contrato. López ya había sido blanco de críticas –incluso un dirigente aurinegro llamó a otro director técnico para preguntarle sobre su situación laboral mientras López aún dirigía– y ahora seguirá su carrera en otro fútbol. Teniendo en cuenta que fue campeón en 2018 y que, cuando pudo contar con el mejor plantel posible, el equipo de López siempre rindió, Peñarol también pierde con su partida. Otra vez deberá empezar de cero, otra vez todo nuevo, otra vez una demostración de que no hay proceso que resista. Ahora, más que política institucional, se viene una nueva danza de nombres. En la Libertadores el carbonero también integra un grupo con un alto grado de dificultad, junto con Atlético Paranaense (Brasil), Colo-Colo (Chile) y el por ahora etiquetado como Bolivia 2.

Parecido a lo de Nacional es lo de Cerro Largo. Es decir, el conjunto arachán hizo una gran campaña este año, luego de ascender desde la B y clasificarse a la Copa Libertadores tras pelear todos los torneos. Buena parte de ese mérito es de Daniel Núñez, quien no renovará contrato con el club. Cerro largo, que debuta en la segunda fase del máximo torneo sudamericano de clubes, será el equipo con el viaje más corto: deberá enfrentar a Palestino de Chile; jugará primero en casa y el partido decisivo en Santiago. Si los arachanes avanzan, tendrán como posible rival a Corinthians.

Quien sí apostará al mismo entrenador será Progreso. Leonel Rocco hizo una buenísima temporada al frente del equipo de La Teja y será el DT para empezar el año si así lo decide. Rocco pidió unos días porque hay posibilidades de que le salga un contrato en el exterior, pero si eso no se concreta, tanto él como la dirigencia del gaucho están dispuestos a renovar el vínculo.

Progreso será el primero en jugar por la Libertadores, frente a un rival durísimo: Barcelona de Ecuador. El 22 de enero será local en Montevideo y una semana después definirá en Guayaquil. Si deja por el camino a los ecuatorianos, en la siguiente fase de la Libertadores se medirá con Sporting Cristal de Perú.