30 años después de una gesta histórica, Progreso vuelve a estar en las altas conversaciones del Campeonato Uruguayo. Ha pasado mucha agua bajo el puente. Quizás una de las claves haya sido la asunción de Fabián Canobbio como presidente del club; criado en el barrio, con una experiencia en el terreno de juego que escasea entre los cuerpos dirigenciales del fútbol criollo. Se suma la figura del director técnico Leonel Rocco, campeón en 1989, desde la línea punteada que enmarca el banco de los suplentes. La presencia de gente con experiencia, también criada en el barrio de La Teja o, por transitiva, contagiados por el amor a esos colores, y la aparición de nuevos valores, así como la confirmación de otros, pone a Progreso bien cerca de los de arriba y en posición de clasificación a la Copa Libertadores.

Gustavo Alles se crió en Defensor Sporting “desde la escuela del profesor Santos” y creció con las interminables charlas futboleras con su padre, el ex arquero Mario Alles. Debutó en Primera División con la camiseta de Racing y trilló por Juventud, Rentistas y Liverpool en busca de esa forma integral que ha puesto de manifiesto en el torneo a definir próximamente. Además, atravesó fronteras y jugó para el Atlético Baleares de España, el Sport Rosario de Perú y el Adana Demirspor del ascenso turco.

¿Cómo ha sido el camino hasta esta última fecha?

Si hacemos un análisis del año, fuimos de menos a más siempre. Cuando empezamos, el objetivo desde el cuerpo técnico era entrar a un torneo internacional. Sabíamos que, como mínimo, íbamos a buscar el octavo puesto para la Copa Sudamericana. El año pasado Progreso, recién ascendido de la B, quedó fuera de la copa por unos puntos; este año teníamos que subir la vara. Cumplimos el objetivo cinco fechas antes. Cuando pasan los partidos y ves que el equipo está fuerte, que para los rivales no es fácil, vas sumando en confianza. No salimos en ningún momento del año de la posición de copa. El club desde el principio está brindando todo lo que se necesita para estar bien; de alguna manera, tener un presidente que es ex jugador tiene mucho que ver, porque él sabe lo que el jugador precisa para el día a día, y los resultados acompañan, y el apoyo de la gente es incondicional. A mí me tocó estar en 2012, en otra realidad del club, y la gente apoyaba igual, por eso le empecé a tomar cariño. Cuando surgió la oportunidad de volver, lo hice sin pensarlo. Acá el que llega es uno más, te tratan como si te conocieran de toda la vida, te van a alentar, llueve y están, hay que ir a Cerro Largo y van, es así. Mis nenes se mueren por ir a ver a Progreso. El varón tiene tres, es más chico, pero Martina es hincha de los gauchos. No le digas “Progreso”, porque ella es hincha de “los gauchos”. Un día estaba lesionado, jugábamos entre semana y mi hija me decía: “No me importa que papá no juegue, yo soy hincha de los gauchos”. Eso lo aprende en la tribuna, a medida que aprende a qué me dedico yo y cómo es la cosa. No se pierde un partido sin entrar a la cancha como mascota.

¿Qué fortalezas tiene este equipo?

La fortaleza es el grupo. Sinceramente, nunca me había tocado algo así. Se fue formando solo, con los experientes: Carlos [Canobbio], Mathías [Riquero], Javier [Méndez], el Japo [Jorge Rodríguez], Danilo Asconeguy, Mauricio Loffreda, debería nombrar a varios. Se fue entendiendo la idea de juego del técnico, nos hizo sentir cómodos, y los resultados acompañaron para corregir ganando, que siempre es más fácil. Pero incluso, cuando estuvimos sin ganar unos partidos, el ambiente era exactamente el mismo. Hubo charlas en el vestuario para ver qué podíamos corregir, qué podíamos hacer, a veces con el entrenador, otras veces por iniciativa nuestra. Hablamos siempre de los partidos que pasan y de los que vienen, y lo que siempre se repite es el “dejamos todo en la cancha”, “no dimos una pelota por perdida”; eso es lo que contagia todas las semanas, hemos dado vuelta partidos desde ahí. Desde enero se fue formando eso, y fue fundamental. Se fueron a mitad de año un par de compañeros, y vinieron otros y fue como si siempre hubieran estado. Cuando los equipos andan bien siempre se escucha eso de los grupos, pero acá es real, no es un casete.

¿Esa fortaleza grupal empuja en lo individual?

Una cosa lleva a la otra. Este es el año que me sentí mejor físicamente, técnicamente, futbolísticamente. Incluso a mitad de año tuve una lesión que me frenó un poco, pero vuelvo a lo mismo: los compañeros me bancaron y me ayudaron a que volviera al ritmo con los partidos. Estoy más maduro, viendo otras cosas del juego, he aprendido a leer mejor el juego. Eso te lo da la experiencia, los partidos arriba. La comunicación también ha sido fundamental, dentro y fuera de la cancha, en eso estuvo mucho Mathías Riquero. Hay cosas que en la cancha das por supuestas y el otro quizá no lo está viendo como vos, entonces hablar para solucionar todo el tiempo es importante. Leonel Rocco también ayuda mucho en eso, porque sabe escuchar al jugador. Cuando quisimos acordar estábamos en una posición, creías que podías llegar, pero si te decían que ibas a estar en la última fecha peleando el campeonato a un punto, lo firmabas.

¿Cómo se movió el barrio en torno a los partidos de local con los grandes?

La movida para jugar con los grandes fue divina: la gente pintando el estadio, organizados entre ellos. Arreglaron un montón de cosas. Todo arranca con Fabián Canobbio, el presidente, con Mathías Riquero, que la otra vez estuvo podando árboles. A mí nunca me había tocado un equipo así, con ese empuje del barrio. Estábamos entrenando y veíamos caer a la gente a pintar una puerta, a pintar una columna, a arreglar algo que está roto. Es que la ilusión, a medida que van pasando los partidos, hace que la gente recuerde lo que pasó en 1989. Aparte, agarramos una racha de 14 partidos invictos sumando los del Intermedio, algo que, según lo que se habla, nunca había pasado en la historia del club, y es muy difícil para un equipo de barrio que está en constante crecimiento.

¿Con el entrenador se recuerda aquel famoso campeonato de 1989?

Sí, a veces comenta cómo lo vivía la gente, cómo lo vivían ellos; pero es distinto, son 30 años justos que han pasado. El club ha cambiado, ha crecido. Sabemos que es difícil, pero estamos a un punto. Vamos con Defensor Sporting en el Franzini, que tiene que ganar y esperar resultados para ver si entra a la copa. Cerro Largo va con Peñarol y se juega el segundo puesto de la Anual. Nacional va con Juventud descendido, que le puede hacer fuerza por el orgullo, por mostrarse, por jugar liberados sin la mochila del descenso. En la última fecha puede pasar cualquier cosa.

¿Tener a tu viejo ex futbolista implica un diferencial en tu carrera?

Mi hermano hizo juveniles en Nacional, pero después dejó. Dicen que jugaba muy bien, pero eran otras épocas: cuando mi hermano era chico mi padre también jugaba o entrenaba. Yo lo agarré más veterano y me llevaba a todas las prácticas; eso me ayudó mucho a seguir, porque el fútbol es el día a día, la constancia, y mi padre estuvo ahí siempre, cultura de fútbol y consejos todo el tiempo. Nací con charlas de fútbol, el tema de conversación con mi viejo es el fútbol, podés llegar a hablar de un partido de la segunda división de Corea. Además, conoce a los arqueros y hablamos de los que voy a enfrentar: si salen a atorar, si te esperan; él me da otra visión de todos los partidos.