Fernando Henry balbucea algo así como “sale el sol, oro y carbón”. Después dice que a veces lo cambia y entona “sale el sol, sangre y luto, hay un rock martillando mi cabeza”. Agarra la viola porque dice que si no no se acuerda y entonces sí, canta “Fútbol”, “un tema bien blusero y bien pesuca”, como él mismo lo define, que compuso con una de sus bandas, La Ira Violeta:

“Sé que al menos esta tarde

voy a sentirme bien.

El fútbol es un animal

la inmensa bestia.

Sale a mi caza me dejo atrapar

no existe la razón

solo la pasión

esa que siento desde niño.

Arde el sol.

Sangre y luto.

Hay un rock

martillando mi cabeza.

El manto es de gol

la electricidad en la piel

pura pasión esa que siento desde niño”.

Deja la viola con las cuerdas para abajo sobre el sillón en el que da las clases y vuelve a la computadora donde navega entre fotos de las distintas formaciones de Basáñez, en los, digamos, años dorados, los afamados 90: “El Tío [Carlos] Sánchez, [José] Batlle Perdomo, el Mono [Gabriel] Candia, Álvaro Duche, que fue compañero mío en el liceo. El Chengue [Richard Morales], el Loco [Sergio] Navarro, el Cuchillo [Nelson] Quevedo, que va a dirigir este año, el Caballo [José Enrique] De Los Santos, Ariel Krasouski, el Indio [Héctor] Molina, Luis Romero, el Juanchi González. Luis Romero y Juan González son una de las duplas más grandes del fútbol uruguayo. Metían goles a cara de perro. Decime otra dupla del fútbol uruguayo si no. De ahí se fueron uno para Peñarol y otro para Nacional”. Por la ventana del quinto piso del Euskalerría 71, donde viven Fernando y Flavia, se ven unos botijas que juegan con agua. El verano se pega al cemento de las torres. Hacia la derecha más edificios parientes, caminitos, mates a la sombra, Camino Carrasco. Hacia la izquierda la cancha de Basáñez, la popular Bombonera, las pintadas en los muros con los colores del sangre y luto, y casi como un símbolo de la resistencia, la esfera de cemento que alguien pintó alguna vez con gajos de balón, que se fue comiendo el gris de las épocas. “El fútbol está todo corrompido, pero siguen pasando alrededor muchas cosas. Hay gente que no puede llegar a vincular el fútbol con el arte, como que son dos polos opuestos. El arte es la sensibilidad, lo frágil, y el fútbol son los líos, la violencia. A los jugadores siempre se los ve como ignorantes. Hay gente que me dice: ‘Yo no puedo creer todo lo que me contás de fútbol vos que sos músico’. Un día le hice esta comparación a Julián Ubiría, con quien tocábamos en La Morsa era Paul, y que es lo más antifútbol que hay: para mí el gol de Diego Aguirre en la final del 87 contra América de Cali, esa sensación que viví desde guacho, es la misma sensación que escuchar el disco Revolver, de The Beatles, en vinilo. Julián no lo podía creer. Para mí es lo mismo, bo. Es la misma pasión, la misma fuerza espiritual. De chico si perdía Uruguay o perdía Peñarol a mí se me caían las lágrimas, no tenía ganas ni de ir a la escuela. De más grande también me ha pasado de quedar con ese vacío adentro”.

En el cuarto donde Fer Henry compone hay unos 2.000 discos de vinilo. Una foto de Obdulio, dos o tres banderines de Basáñez y uno de Peñarol entre viejos afiches de todas sus bandas que él mismo dibujó en ese mismo cuarto. San Jorge, el jardín de El Bosco, la tapa de Pescado Rabioso, el druida de Ásterix en plena cocción de la pócima. Entre los 2.000 discos hay algunos de relatos de Solé. Entre las revistas, unos calendarios con futbolistas coloreados a mano. Entre los libros, uno de Radamés Buffa sobre el Negro Jefe.

“Basáñez es algo que está ahí, que forma parte hasta del paisaje. La pelota esa enorme de hormigón se ve de todos lados. Los más chicos no lo entienden tanto, pero si venís de otra época, de principios de los 90, viviste todo el auge del cuadro. Explotaba la Bombonera cuando jugaba Basáñez. No sé si hay cuadro chico que haya llevado la gente que llevaba Basáñez. Tenían que poner tribunas adicionales. A veces Pirucho, el canchero, nos abría la puerta del costado para entrar. Eran todos los que estaban en la tribuna más todos los que estaban en la reja que separa la cancha de Basáñez de la cancha de Alumni. Había que llegar temprano para subirse a la reja si no conseguías entrar a la cancha. El coracero bajaba a la gente, pero cuando llegaba a la punta los que había bajado primero ya se habían vuelto a subir. Y arriba de la sede del Alumni también, ese techo se llenaba de gente. Basáñez ascendió a la B en el 89 y en el 92 le suspenden el ascenso por un lío con Villa Teresa, fue una batalla campal. Un coracero a caballo mató a un tipo, y le hicieron una quita de puntos. Los hinchas hicieron una vuelta olímpica simbólica porque se sentían campeones igual. Al otro año es que asciende a la A. Arsenio Luzardo le hizo dos golazos a Nacional en el 94”.

Cuando se construyeron las torres, diez años antes, en el 84, la familia de Fernando se mudó al nuevo barrio. Casi al mismo tiempo surgió el cuadro de baby fútbol, el Euskalerría Fútbol Club. Cuando el pequeño Fer empezó a pelotear la consigna era cualquier casaca verde y un short en lo posible blanco al que había que coserle una franja roja. Cuando me muestra la foto de aquella época me nombra algunos que jugaban bien, o que ve hasta el día de hoy en los pasillos del barrio. Yo veo niños felices con un balón sosteniendo la Ikurriña [bandera oficial del país vasco]. Fernando Henry ha formado parte de distintas bandas que son como los cuadros en los que ha jugado, y que recuerda como camisetas sudorosas de un intenso ascenso, que precedieron a la verde de gurí. A fines de los 90 salía de su casa para el liceo 10 con la guitarra colgando, despertaba a su amigo Javier Gras y se ponían a componer, después seguían tocando entre clase y clase. Así se fue formando Lúcuma. Para el año 96 ya habían tocado en un montón de liceos y clubes de barrio. A comienzos de los 2000 entró a Bellas Artes y junto con Sebastián Plá armaron Ganges. Para 2005 se había transformado en un trío eléctrico con Santiago Nicolenco y Álvaro Ubiría. Formó parte de Imao, una banda de La Paz que sigue sonando, y también de Rescate Merlín, que aún está grafiteado en varios muros. Después armaron Conexión 71 con su hermano Alejandro y Gabriel Araújo, un trío acústico “re deforme en las estructuras y con letras poéticas muy voladas”. Tuvo un dúo con Federico Olmos al que le pusieron Foglegiba; La Morsa era Paul fue paralela a Ganges, con Julián el antifútbol y su hermano Alejandro. También tocó en Tohorá unos cuantos años. La ira violeta es la más reciente: “Todas las bandas tienen su característica. Yo soy versátil, siempre estoy cambiando y haciendo cosas diferentes, un disco te puede descolocar del otro. Ahora estoy tocando en la banda de Guillermo Wood, hace poco terminamos de grabar. Hace un tiempo hicimos un disco con Pau O’Bianchi y Lucas Meyer que tuvo bastante repercusión. Me rodeo de gente que no es de mi palo, que no tiene mi cabeza estética o que no es de mi generación. He sabido vincularme con otras cabezas, incluso con otras generaciones, otras formaciones musicales. Si no sería muy cómodo y aburrido”.

El fútbol es la inmensa bestia. Fernando bebe guaraná lentamente, sus ojos se caen hacia los costados como lágrimas opuestas tras el cristal. El viento de Malvín Norte le sacude las mechas. Hay algo que lo lleva a dibujar. La vida sigue pasando por la ventana del quinto piso del Euskalerría 71. Basáñez cumplirá 100 años en el deporte de la incertidumbre. Fernando grabará un nuevo disco. El fútbol arrancará aquejado por deudas. La A primero, la B después, la C, en el ocaso, cerca del olvido. “En 2012 hice un disco que se llamó Un regalo para los amigos, que tiene la tapa como Sargent Pepper’s, entonces hay un montón de personajes, de la música, de todo: aparece Chespirito, por ejemplo, y otro de los que están es Horacio Laffera, que jugaba en el Basa que salió campeón de la C para subir a la B. A mí me quedó de chico ver a los jugadores calentando en la cancha de afuera de la Bombonera, y Horacio Laffera era piernudo y tosco como los jugadores de antes. También está el Indio [Walter] Olivera levantando la Intercontinental con Peñarol”.

Uruguay es así, surgen artistas y futbolistas de puta madre que andan pululando por las canchas y las tablas. Hay rituales parecidos, olvidos parecidos, y casi todo tiene que ver con la respiración, con la estética, con el espíritu. Aquello de que si no lo sentís no lo entendés; trapos, cuadros, vinilos.