Cuando tenía seis o siete años, como le debe haber pasado a la gran mayoría de quienes nacieron a mediados de los 80, me enseñaron en la escuela “Una canción a Montevideo”, de Mauricio Ubal. Hoy esa canción tiene cumplidos 25 años, lo que da cuenta de que es cierto eso de que el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos, o tecnos. Pero además nos recuerda que hay quienes han ido escribiendo las épocas de la vida. Digamos, la banda sonora de lo que vamos viviendo, de esa vida colectiva, esas canciones que marcan generaciones, como los campeonatos, como los goles, como los cantores, como los goleadores.

Mauricio Ubal es de Bella Italia. Allí se batió en sus primeros duelos futboleros, eludiendo columnas, inventando canchas, arrancando matas, fundando equipos efímeros, colgados en el orsai de la memoria. Cuando empezó a escribir fútbol publicó La línea torcida del óbol, allá por 1985, un par de años antes de que en las escuelas empezara el eco sempiterno con el estribillo de “viene amar, viene amar, viene amar”. La línea torcida del óbol es un libro de canciones y poemas entre los que se encuentra “Campito”, una alegoría al potrero, a aquel terreno donde curtimos el cuero al sol y las pupilas a la oscuridad:

“Seguramente sos mío / y de todos los que / en el verano del sesenta y nueve / te marcamos / la línea torcida del óbol / con una azada prestada / y te rellenamos los pozos / y te quitamos los yuyos y los vidrios / y las mañas”.

El campito del que habla es el de la calle Génova, en su barrio natal. “Todo lo que está ahí es carne y hueso”, dice. Aquellos botijas heredaron los colores de La Tuerca Grande, el equipo de la cuadra, y supieron vestir la casaca de La Tuerca Chica, una vistosa celeste y naranja. Se terminaban los 60. Cuando tuvo su primer laburo, en la fábrica de Manzanares, también le tocó armar el cuadro, conseguir la cancha y el rival. Cuando estudiaba también ocupaba ese rol, el del folclore del nombre y los colores, el de si las franjas o las rayas o la nada, y la cancha, esa especie de patio para el alma. Para cuando Rumbo recorría las tablas y sonaba en las casas, y a pesar de vivir en un país con las cuatro estrellas del escudo siempre reluciendo, no existían demasiadas manifestaciones artísticas que involucraran al fútbol, que lo hicieran parte. Eran los tiempos de nombrarlo “opio de los pueblos”. Rumbo abrió la puerta a las metáforas que emanaban de las canchas y puso a cantar la voz de la murga, otra manifestación hasta ese tiempo alejada del concepto de arte.

“Con Rumbo siempre buscamos la manera de decir cosas contra la dictadura con un doble lenguaje, un metalenguaje o una doble lectura. Éramos muy futboleros casi todos: Laura [Canoura] y Carlitos Vicente le daban menos bola, pero Gonzalo Moreira, Miguel López, [Gustavo] Ripa y yo éramos muy futboleros. En determinado momento empecé a escribir las metáforas del fútbol para decir otras cosas. Empezamos con un par de canciones que están en el segundo disco de Rumbo, Sosteniendo la pared: “Orsei” y “Ya no quedan centrojás”, que la hizo Miguel López. Ambas las cantamos a matar. Después hice “Al fondo de la red” en el 84. No era nada común que se vinculara la canción con el fútbol. Lo más cercano era alguna canción de Jaime [Roos]. Me acuerdo también de una canción de Tacuruses, “Polca de los moirones”, que hablaba de dos cuadritos de fútbol de un pueblo de Rivera. Llamó la atención entonces esa cuestión de vincular al fútbol con el arte, o de entenderlo como una forma del arte. Cuando hice “Al fondo de la red” había colegas que me preguntaban: ‘¿Qué estás queriendo decir?’”.

¿Por qué no se tomaba en cuenta al fútbol para el arte?

La izquierda no se vinculaba al tema del fútbol, aquella vieja historia del “opio de los pueblos”. Con Rumbo asumimos eso, tomamos esas cosas, el fútbol y la murga. Fueron decisiones artístico-políticas. Empezando porque nos gustaban. Ya veníamos desde Todos detrás de Momo, aquel disco maravilloso de Los Olimareños que salió en el 71 y que nadie entendía porque era murga, un lenguaje que estaba lejos del arte.

¿Tienen ese parentesco entonces el fútbol y la murga?

Por algo las canciones de los cuadros de fútbol son casi todas murgueras. Hay una vinculación por lo bajo, por el tipo de personas, de población. Los que conformaban los cuadritos de fútbol no estaban alejados de la gente que salía en las murgas en carnaval. Eran las artes populares a las que se podía acceder y de las cuales se podía formar parte sin necesidad de pasar por lo intelectual.

Asumieron el rol de resignificar el lugar de esas manifestaciones.

Hoy en día nadie puede discutir si el fútbol y la murga forman parte de nuestra cultura, o si eso es arte o no. Sin embargo, en aquellos años era otra cosa. Los grandes cantores del 60, a excepción de Los Olimareños, no vincularon mucho la murga, y el fútbol menos.

En la época de la dictadura, cuando aparecieron esas canciones con doble sentido, el fútbol fue hasta terapéutico para los presos políticos.

Sin dudas. Es que había una mentalidad que ponía frenos a la hora de considerar al juego del fútbol a la altura de una expresión artística, de meterse en una canción, de meterse en una pintura. Pasaron generaciones para admitir que esto es una belleza. A pesar de que [Juan] Parra del Riego, peruano que vivió acá por 1915, escribió los Polirritmos, sobre la posibilidad del hombre de ser eje y de ser importante en la evolución y en la modernización, de los que hay varios dedicados a futbolistas de esa época, como Isabelino Gradín. De eso también me nutrí.

¿Seguís escribiendo sobre fútbol?

Hoy en día me es más difícil escribir sobre fútbol. Ya escribí mucho sobre fútbol, entonces tengo que ver cómo decir algo que no he dicho, que no sea más de lo mismo. En el último disco le hice una canción a [Ladislao] Mazurkiewicz, porque una mañana me levanté tarareando el estribillo. Y le seguí la línea. Me crie emulando a Mazurkiewicz. Con la foto colgada en el cuarto, las figuritas. Entonces fue una canción con mucho sentimiento, trabajada artísticamente. Siempre fue eso, buscarle la vuelta a esa cuestión más afectiva y que tenga un valor artístico. Que no sea un simple remedo de lo lindo que era jugar a la pelota. Encontrarle una vuelta poética y que sea accesible para la gente.

¿Hay que traer de la niñez las metáforas futboleras para seguir escribiendo?

El olor del pasto frío está adentro de mí cuando me pongo a trabajar. Son cosas que te quedan para toda la vida, eso de sentirlo en los pies cuando jugabas descalzo. A veces jugando con los nietos vuelvo a sentir ese aroma, esa sensación. También se trata de no dejar que sea sólo una cosa nostalgiosa, evocativa, sino que vaya para adelante. No quedarse en rememorar el pasado. Hay que ver cómo reescribir en el ahora.

¿Qué aspectos del fútbol son inspiradores?

Ahora hay mucha gente escribiendo sobre deporte, sobre las personas del deporte. Saliéndose de la crónica habitual futbolera, yendo al tipo de carne y hueso. Hay temas que siempre me gustaron del fútbol, uno de ellos es la brevedad. Todo es breve en el fútbol, todo es cada vez más breve. Cada vez más breve la jugada, la definición de la jugada. Todo es más rápido y más apurado. Es breve la vida del futbolista. Es breve el triunfo, la gloria, la gloria fugaz. Vos podés hacer flor de gol y ganar el partido, pero el domingo que viene tenés que hacer lo mismo, reinventarte todo el tiempo. Ya no vale lo que hiciste si no lo hacés de nuevo. Siempre estás dando un examen. Después tenés a la tribuna, que es terrible, como un juez permanente y lapidario. No te la perdonan. La tribuna es esa cosa anónima, como las redes. Lo otro es el hecho de qué hacen con su vida los jugadores una vez que se retiran. Hoy está habiendo otra cabeza, pero mucha gente terminó mal en el fútbol, perdida, sin saber qué hacer. No es fácil lidiar con haber sido figura y que de golpe y porrazo te llegue el olvido.

La hinchada tiene un manejo muy fino entre el olvido y la memoria.

Es muy cruel. A los artistas con una canción les puede ir bien o les puede ir mal, pero tenés ese registro, si estás conforme con el laburo. Uno no hace las cosas para tener éxito. Algunas canciones caminan más que otras. Uno las hace por una necesidad creativa y puede llegar a estar conforme, después hay una cantidad de imponderables que pueden darte el éxito o no. Pero el futbolista no tiene cómo dejar asentado su trabajo, se va perdiendo. Una vuelta fui al estadio y de repente se me para al lado Mazurkiewicz. Nadie reparó en él. Habían pasado 30 años de su gloria. Pero pensemos en los tipos que se retiran de forma callada, cuando ya no salís en las fotos, cuando ya no te llaman los periodistas.

¿Es distinto el éxito del fútbol que el éxito de una canción que cumple 25 años?

Se cantó mucho en las escuelas en esos años. La canción termina conservada en algún lugar y vos podés revivirla, reescucharla. El fútbol no tiene esa posibilidad, por más que haya videos. No es lo mismo. Es otra vibración. La música te mueve por otros lados y te vuelve a envolver en un sentimiento, un estado de ánimo. Yo me crie escuchando canciones de [Joan Manuel] Serrat, por ejemplo, y cuando pongo determinados discos me trasladan de una manera muy especial. Quedan en algún lugar de tu cabeza pegándote. Yo he tenido la fortuna de escribir canciones con las que la gente se ha quedado, y me ha permitido seguirlas cantando. Es una maravilla que eso suceda. Para el artista es muy importante, para poder seguir dándoles valor a otras creaciones.

¿Por qué no les pasa a otras canciones?

Hay canciones con las que uno tiene cierta expectativa y no pasa nada. Y otras vuelan diez veces más de lo que uno suponía. El día que sepamos la receta va a ser aburrido y va a ser terrible. Está bueno que esas cosas sigan teniendo el margen de azar y de improvisación que determina que una canción se haga popular o no. La experiencia no te asegura nada. Para el músico lo satisfactorio es que el trabajo quede bien hecho, después dirá el tiempo y la gente hasta dónde va.