El sábado es para la fe. Al menos puertas adentro de la patria argenta así lo es. Fe, religión, feligreses, dioses, altares. Todo se emparenta con la redonda las tardes de sábado, aunque se respeten las otras religiones, claro está.

Allí se construye otro fútbol, tan o más fervoroso que el profesional, tan o más comprometido que el de elite, tan o más esperado que el que se ve por tele –si la economía lo permite–.

Los devotos se cuentan de a centenas, de a miles en todas y cada una de las canchas que reúnen multitudes y que soportan su paso y su peso estoicamente por horas.

En uno de esos templos del sexto día, en la capital provincial juega el Cambicha FC. El Tucho y el Froi, ambos de origen pueblerino, crearon y bautizaron el equipo con el nombre de la típica taberna de tierra adentro, mezcla de bar, almacén y timba clandestina.

Cambicha FC es un habitué del éxito. La normalidad indica que cada año se queda, al menos, con uno de los tres torneos de la temporada. A decir verdad, es un proyecto sostenido en el tiempo, de esos que tanto se ven en Europa y tan poco en estas latitudes. Trae una base de años, de cuando se habían recibido en manada y decidido entrar a la Liga de Profesionales. De cuando recién ingresaban de pleno en la adultez y las piernas no precisaban pausa ni ayuda vitamínica para ofrecer intensidad durante los noventa minutos.

Algunos venían de las ciencias exactas, otros de las sociales, también había de la rama de las humanidades, algún que otro Ingeniero y, el resto, de carreras más breves, incluido un par de entrenadores.

Tucho era el organizador, el inquieto, el que estaba al tanto de todo: rivales, árbitros, resultados, indumentaria, suspensiones, clima, peñas. Un delegado perfecto. Froi, en cambio, era el cerebro, la pausa, el análisis. Ya sea para plantear una estrategia como para dirimir alguna diferencia política en la previa o el post partido.

Ninguno tenía nombre de pila en el mundo futbolístico. Tucho era Tucho desde el pueblo. De chiquito lo bautizó la nona –vaya uno a saber por qué– y no modificó jamás su apodo. Froi, en tanto, llegó a la ciudad siendo el Ñato. En su pago no cabía otro alias para narices desproporcionadas y chatas. No hay registro de quién le impuso el seudónimo, como tampoco lo tienen los José que son Pepe o los Francisco que son Pancho.

Sin embargo, por su amor a las letras y su apego a la lectura, terminó recibiendo un nuevo apelativo. Froi no es más que la distorsión sonora de Freud, el padre del psicoanálisis. Lo curioso es que la expresión surgió de alguien que jamás hizo terapia, pero que sí mandó a varios rivales a terapia intensiva. Alguien que jamás leyó a Sigmund Freud, pero que debe haber cazado al vuelo su importancia en alguna comilona de jueves. El responsable del bautismo fue uno de los férreos defensores del equipo, el Hacha: “Pero… ¿Quién te creé que so vo, Ñato? ¿Froi?

Así Froi terminó desplazando a Ñato para siempre en el mundo de la redonda y sus sábados.

Es difícil describir la devoción que habita en esta raza amateur de futbolistas. Amateur por el solo hecho de que no cobran, porque, si los directivos de la federación vieran la garra que le ponen, tendrían que firmarles contrato a todos.

Esta fidelidad no solo es difícil de describir sino que es también difícil de comprender, por no decir imposible. Ejemplo: invierno. Día frío, nublado, ventoso, amenazante. Ante este escenario, las propuestas hogareñas provocan un rutilante y breve “no”: ¿Vamos a caminar un rato? ¿Sacamos al perro a pasear? ¿Vamos a la costanera a tomar unos mates? ¿Me acompañás al supermercado?

En cambio, ante la chance de ir a patear un rato el bolo, las respuestas son homogéneas, y un poco más amplias: ¡Sí, olvídate! ¡Te espero en la vereda! ¡¿Cómo no voy a ir, papá?! ¡Está ideal para jugar, loco!

Así de nublada, ventosa y amenazante estaba la tarde aquel sábado.

Froi tuvo que llevar los pibes a un cumple y por eso no fue con el Tucho, como lo hacía habitualmente. Además, el Tucho tenía que pasar a comprar el asado para después del partido. Invierno, seis de la tarde, ocho grados… Situación ideal para morfar algo en equipo.

Froi pasó a buscar al Tiza, el compañero de zaga del Hacha, y partieron para el predio. Iban sin apuro. Total, con ese frío seguramente llegarían justo a armar el equipo y, en consecuencia, no habría suplentes. Pero evidentemente, el día estaba perfecto para la mayoría.

Esto ya lo desacomodó al Froi, tipo acostumbrado a jugar de arranque. No importa si quince minutos, un tiempo o todo el partido, pero a Froi le gustaba jugar de arranque. Así que ni bien llegó saludó velozmente, sacó las vendas del bolso, envolvió los tobillos lo más rápido que pudo y obvió el clásico diálogo previo, más de una vez ríspido, sobre el aumento de la soja, del dólar o de la cuota del auto.

Sin embargo, más allá del apuro para agarrar la 10 y moverse un poco para esquivar lesiones, no pudo evitar escuchar al Tucho cuando hablaba sobre el carnicero: “Un genio el Tano. Me dejó esta carne, manjar de los manjares, manteca total a dos lucas”.

“¡Esa la tenía guardada para el presidente, el Tano!”, dijo el Corto, lateral derecho de pequeño porte pero muy buena proyección. En realidad fue el único que se atrevió a decir algo. Algunos se miraron, pero cerraron el pico, otros ni escucharon por el viento. El Rifle y Cartucho, los delanteros del equipo, charlaban por lo bajo coordinando movimientos mientras se metían aceite verde a morir en las gambas, por lo que ni se percataron. Una pena que no haya escuchado el Froi, porque seguramente hubiese planteado alguna pregunta interesante al respecto y se hubiese armado el debate, como un asado de dos lucas se merece.

Pero pasó, ya está. Búfalos, el cuadro de los veterinarios, estaba completo y era un rival de cuidado. Uno de esos que ayuda a entrar en calor, porque los chispazos aparecen en el primer cruce.

El Negro Saavedra hizo sonar su silbato con toda la fuerza que pudo para combatir el viento que cruzaba de lado a lado el campo de juego. Pases inofensivos, pelotazos a la nada, un par de remates por arriba del travesaño, un offside dudoso y cinco amarillas –tres para los de Cambicha y dos para los de Búfalos–. Demasiado poco para entretener a los suplentes que miraban de afuera, hechos unos bollitos, uno al lado del otro, pensando qué corno hacían ahí.

Poco juego fluido y una actuación sorprendente, la de Froi. Pero no por lo criterioso con el balón, ni por su cordial diálogo con el referí, ni por sus indicaciones distintivas y menos aún por sus pases en profundidad.

“¿Qué carajo te pasa Froi, querés salir? Te hubieras quedado jugando al solitario”, le soltó el Hacha, lengua filosa y única autorizada a levantarle la voz porque le dio de comer mil veces cuando el Ñato llegó del pueblo, además de por quererlo como a un hermano.

Froi sacudió su cabeza y solo dijo, por lo bajo: “Es un afano”.

Lo escuchó el Oreja, que por algo tenía ese apodo y se sorprendió porque, más allá del offside mal cobrado y de dos amarillas injustas, lo de Saavedra no era tan malo. Igual se lo contó al resto mientras Froi agarraba el bidón del agua.

Afuera, el Rifle, Cartucho y Chaco. Adentro, el Pelado, Juancho y el Panza. Ariqui había decidido desde que salió de su casa que brindaría apoyo moral pero no jugaría, estaba demasiada fresca la cosa y garantizado el asado posterior.

El complemento fue intenso, áspero, el comentario de Froi retumbaba en la cabeza de algunos. El Hacha, cebado por la calentura de su cuasi hermano con el hombre de negro, le mostró los doce tapones al enganche rival y vio la anaranjada, mientras carajeaba al árbitro tildándolo de ladrón. Un rato más tarde, fue el Tiza quien dejó el codo unos cuatro o cinco segundos de más en posición de alto riesgo para el oponente y se llevó la amarilla.

El resto miraba a Froi, buscando una señal del eterno bálsamo emocional del equipo, pero el tipo nada. Observaba el piso, sacudía la cabeza y repetía por lo bajo lo del afano.

Sobre el final, un rechazo al infinito del Tiza dejó al Panza de cara al arquero adversario. El Panza era más de la gambeta que del sprint, pero soltó riendas hacia el arco rival. Nada lo separaba del gol excepto su remate y la quirúrgica intervención del Tibu, el capitán de los búfalos. ¿Penal? ¿Expulsión? Nada de eso. “Siga, siga”, dijo Saavedra y se armó. El quite fue lícito, pero en la trancada el Panza quedó tirado. Camilla para uno y barullo para muchos.

No obstante, antes de lanzarse a la acción bélica, todos miraron a Froi. Pero el líder espiritual seguía masticando su frase: esto es un afano. En consecuencia, sus compañeros se pusieron puños a la obra.

De todos modos, Saavedra lo resolvió bien. Como no había sangre, amonestó a los quince que no tenían amarilla y como nadie sabe cuántos minutos se detiene un partido, al toque elevó sus manos, se flexionó de rodillas y con el índice de su mano derecha señalando el centro del campo, en pose artística, sabiéndose protagonista exclusivo de ese instante, le tiró el último suspiro del match al silbato.

Cero a cero. Deslucido cero a cero. Violento cero a cero. Feo cero a caro. No hubo casi saludos entre contrincantes, amén de que los decibeles suelen bajar rápido en estos niveles.

El Panza con hielo en la rodilla, el Corto con la gamba raspada, el Pelado con un huevo en la nuca de tanto que se la cabecearon los centrales adversarios, el Tiza y el Hacha con los codos machucados de recibir cantidad de golpes de estómagos y cabezas ajenas y el Juancho con un dolor de puñal en el gemelo de cuando quiso saltar más que nunca en un córner a favor.

Dantesca postal de lo que debió ser un partido de fútbol y terminó sin registrar remates al arco propiamente dicho. Sobrevolaba el fastidio por el calamitoso arbitraje de Saavedra, que nunca pareció tanto. El Tucho, rozando la preocupación, hizo un par de cruces visuales para que todos observaran el disgusto que aún invadía a Froi. Nadie se animaba a decirle nada, jamás lo habían visto así.

Arco y Flecha, los inagotables carrilleros del equipo, se fueron a prender el fuego con Ariqui que necesitaba sacarse el frío de encima. El resto, resistió la gelidez del aire, estupefactos por la reacción de su guía, de su conductor. Estaban haciendo tiempo, en verdad. No quedaban pilchas por juntar, las camisetas apenas transpiradas descansaban en el bolso comunitario que iría al lavarropas del Panza por rotación predeterminada, el banco de suplentes estaba liberado para los equipos del turno siguiente y el Rifle ya había vuelto con la planilla firmada por Saavedra sin suspendidos más allá de las agresiones del segundo tiempo.

En eso, de la nada, cuando las dudas se consolidaban con el silencio y el fútbol se trasladaba del campo a la mesa cercana al fuego, Froi levantó la cabeza, apoyó sus brazos en el piso por detrás de la línea de sus hombros, respiró hondo, miró el cielo sacudiendo el bocho de lado a lado y lo dejó salir: “Esto es un afano... ¡No te pueden cobrar dos lucas un asado Tucho!”