Se sienta en una silla e inmediatamente apoya una de sus piernas en otra. Se prende el grabador y no la baja. La mantiene allí, estirada. Es la derecha, su pierna más hábil, la que hace un tiempo se lesionó practicando: “Gané la posición, me iba con la pelota y me llevaron puesta. No pensé que había sido tanto, esperé unas semanas e intenté volver, pero no pude: ligamento cruzado anterior roto”. Tras la lesión, la recuperación y el miedo, el de volver a subirse en la bici tras el primer golpazo: “Al mínimo dolor la dejaba quieta, entonces hice más lento el proceso, el de elongación, sobre todo. Me costó mucho volver a pegarle fuerte a la pelota, sentirme segura. Me pasaba de estar cerca del arco y pasarla”.

Laura Ganz, Lali, divide sus tiempos futbolísticos entre Basáñez y Montevideo Rowing –en ambos juega futsal: con el primero en liga AUF, con el segundo en la Liga Universitaria– y sus tiempos musicales entre La Mojijgata, Latasónica, Cumbia Club y Samba en Redó. El territorio donde nació, creció y donde aún sigue viviendo fue determinante: las cuadras del Barrio Sur. “Primero fue el fútbol”, aclara, “y fue un interés que apareció de muy chica. Mi primo fue mi gran referente, jugaba muy bien. Yo jugaba con los gurises del barrio desde niña, desde los cinco años, en la canchita de Barrio Sur. Ahí jugábamos horas. Volvía de la escuela, merendaba y bajaba a jugar. Jugaban gurises y gurisas, aunque más que nada gurises, claro. No había baby fútbol mixto como ahora. Yo veía que los gurises se iban a jugar con la remera, el short y las medias y era como mi sueño. Fuimos de las últimas generaciones con esa diferencia tan grande”. Esos mismos gurises del Barrio Sur con quienes compartía la cancha sabían todos tocar el tambor: “Se ponían a tocar y yo quería estar tocando con ellos, pero no podía, sentía que ese mundo no me pertenecía, o que yo no pertenecía a esos mundos, al del fútbol, al del candombe, al de la murga”.

La gimnasia de la escuela es recordada con rabia. La rabia de la Mayte de Pateando lunas y la de tantas niñas a quienes, hambrientas de fútbol, les ofrecían únicamente deportes que se jugaran con las manos. Como si la manualidad fuera femenina y ta. “No sé por qué se piensa que a las mujeres les gusta más jugar con las manos, cuando con los pies es mucho más divertido”, dice con indignación. Era la primera en salir al recreo de la escuela Chile con la pelota de papel armada, se divertía, pero también sentía el rigor de la exclusión: “Éramos seis contra cinco, por ejemplo y decían que éramos cinco contra cinco porque jugaba yo. No me contaban. Y ante los comentarios dolorosos me daban más ganas de patear un tobillo, eludir o tirar un caño. En la escuela éramos dos las gurisas que jugábamos, a veces tres, y las tres, obvio, éramos consideradas marimachos. Valeria una de ellas, está en Atlanta y sigue jugando”. Intenta recordar si, ante esa situación, se protegían entre ellas. Cree que sí, aunque de un modo casi inconsciente o desde la complicidad de una mirada: “casi que nos cuidábamos sin darnos cuenta”.

Las ganas golearon a esos dolores y en la adolescencia comenzó la carrera deportiva: “Con el club AEBU jugué el primer campeonato femenino sub 15 que se hizo. Ahí me enteré de que existía Nacional femenino, y me fui para allá a jugar en cancha de once. Hice juveniles y pasé a primera a los 18 años. Llegamos a entrenar en el viejo Parque Central, en la canchita del costado, claro, y algo de físico en el lateral. Algunas veces practicamos en Los Céspedes y si no en las canchitas de baby fútbol frente a la tribuna América. El apoyo del club al fútbol femenino era irregular. Por unos años sí, por otros no. No sé si dependía de la directiva, de los resultados o de qué”.

El interés por la música crecía en paralelo. Aquella empatía inicial y de barrio al sur montevideano se trasladó y profundizó en el noroeste, al mismo club donde hoy habita con La Mojigata: el Capurro. “Mi vieja salió dos años en Carnaval, en La Bolilla que Faltaba [murga integrada por mujeres], y yo venía a este mismo club a ver los ensayos. Me sentaba mirando la batería. Mi madre lo percibió y me regaló un bombo a los 17 años. No se me hubiese ocurrido pedírselo, porque tampoco tenía mucha proyección en esa área, era un simple interés. Si es difícil hoy que una mujer sea parte de una batería de murga, imaginate hace 12 o 13 años. Me dio ese empujón que hasta el día de hoy le agradezco”.

Luego vinieron la teoría y el escenario. Con la Lali percusionista de bandas se fue mechando la murguista, que asomó en murga joven en el Carnaval 2012, luego Cero Bola y, como último casillero, la llegada a La Mojigata en 2018 para tocar los platillos por primera vez. Entre quienes integran las 20 baterías de murga en el carnaval 2019, Lali es la única mujer. Pero no es su única función. Además de jugar de stopper en la línea de tres detrás del coro, co-coordina la gestión económica del colectivo, y no por una cuestión aleatoria: “Estudié la carrera porque siempre me gustó lo social y la matemática, y sentí que la economía era lo que juntaba esas cosas. A veces me planteo tener un trabajo como economista pero, entre las prácticas y los ensayos, no me daría. Entonces la docencia es lo que me permite mantenerme dentro de la economía, aplicar lo que estudié y seguir aprendiendo. En tercero de facultad ya tocaba en varias bandas, salía en carnaval, tocaba en cuerdas de tambores. Empecé a aceptar esa otra parte, a darle espacio a eso que estaba pasando”. Dice que fue mezclando los mundos, levanta la mirada y hace el ejercicio poco habitual de pensar qué tienen en común las distintas actividades y cómo se entrelazan: “Hay momentos en el deporte en los que la música se te aparece, por ejemplo en entrenamientos físicos de coordinación. Y la percusión requiere de coordinación, porque estás tocando con las dos manos, hablando a la vez y llevando el tiempo con los pies. Es el cuerpo vinculado, el cuerpo puesto en escena, la escucha grupal, el trabajo en equipo; todo eso está conectado con el fútbol. Es muy importante también la visión periférica, el estar atenta a lo que está haciendo el resto, y es algo que ejercitás tanto en el escenario como en la cancha”. Le gusta pensar en esas relaciones, se afirma y concluye: “Es más fácil tocar los platillos habiendo pasado por el bombo y por el redoblante. Como en el fútbol: si vos entendés las funciones de las posiciones a las que estás poco habituada, va a ser más fácil aprender. Pasa en jugadas en las que determinado movimiento está sujeto al movimiento de todas”.

El carnaval te abstrae, te sobregira y te agota. Es muy difícil hacer alguna otra cosa con el máximo nivel de concentración durante el mes y pico de actuaciones casi diarias. El reloj corre distinto y Lali lo sabe. Aún en ese letargo mental, reflexiona sobre la mujer en el fútbol y en el carnaval, o sea, sobre sí misma: “Todo el mundo sabe cuándo arranca el campeonato masculino, pero el femenino, nadie. Son pocas las uruguayas que se han ido al extranjero a ser profesionales. Acá durante el año hay que trabajar, hay que estudiar, ¿entonces cómo te podés proyectar? ¿Cómo vas a competir con selecciones que sí viven del fútbol? Se está haciendo cada vez más profesional en otros países, eso hace que sea como un sueño que acá también lo sea. Pero somos más conservadores que otros países que no tienen tanta tradición futbolera y sin embargo han avanzado mucho más; incluso en algunos países ha habido políticas de inclusión. Ahora se están obligando a los equipos que juegan en la Conmebol a tener fútbol femenino. En la página del Barcelona está la foto del plantel masculino y al lado la del femenino. Pienso si es posible que un uruguayo tenga una ídola jugadora. Para que algo se visibilice tiene que haber difusión, y en el deporte en general la venimos corriendo de atrás”. En el año que pasó, Lali participó en la primera edición del Encuentro de Murgas de Mujeres y Mujeres Murguistas. Con otras compañeras dio un taller de batería que –nueva aceptación del proyecto mediante– pretende repetir este año, en la segunda edición a realizarse entre el 15 y el 17 de marzo: “Dar un taller abierto te permite un interés heterogéneo. La idea es transmitir la experiencia, compartir la información que hemos adquirido en este tiempo. Para el grupo de principiantes es un acercamiento a la batería de murga, con el avanzado la idea es profundizar. Este año el Encuentro es internacional y vienen muchas mujeres de Argentina, de Chile, de Colombia. Hay más gurisas tocando en Argentina que acá: somos 13 mujeres entre coro y batería, entre 300 y pico de murguistas”.

Las prácticas ya empezaron pero Lali aún no se sumó. Aguanten che, termina el carnaval y promete volver. El cuarto árbitro ya levantó el cartel: quedan tres tablados.