Es 2009, Cerro Largo Fútbol Club pelea todo lo que tenga que ver con la mitad de la tabla para abajo del Torneo Apertura de la temporada que terminará, tiempo después, con el descenso. Yo, un futbolista citadino de unos 23 años, arribo a la ciudad sin pena ni gloria, casi sin nada. El primer día me preguntaron si no había traído ropa para entrenar, y efectivamente no había llevado. Recibí al invierno fronterizo con un chaleco, un short y unas medias lo más largas posibles. Me ubiqué en la calle Muniz y entendí que había que llevar abrigo. Volví a ser –me refresqué de que seguiría siendo– el anónimo de cuadro chico y bolso grande donde se lleva absolutamente todo, hasta la dignidad. El cotidiano de pueblo cundía con lentitud en el vientre ansioso. Todos los días bajar por el bulevar con el mate hasta el Antonio Ubilla, donde una cancha alterna pelada nos espera para disfrazarnos de domingo. Una treintena de tipos entre los 18 y los 30 y pico, y un arroyo de ilusiones y tristezas que se llama Conventos. Y dos gurisitos en bici, todas las mañanas, tras las pelotas burras que se pierden en las chircas, aprendiendo a pegarles como los grandes, con todos los costados del pie y la cabeza.

“A los 14 fiché por Danubio en juveniles: el primer año, séptima, venía a jugar los partidos nada más. Después entrenaba en San Salvador, un equipo chico que siempre estuvo en la B en Melo. Nunca había salido campeón y nosotros lo logramos. Adrián Viera armó un equipo competitivo con gente que conocía y se dio. Y me trajo a Danubio. Venía sólo a los partidos para hacer una adaptación. Jugué muy poco en séptima, a veces entraba y a veces no. Un partido importante no me pusieron y me volví llorando en el bondi para Melo. No quería saber más nada, el viaje de cinco horas de ida y cinco de vuelta para no jugar me mataba. Pero también me ponía en el lugar de mis compañeros que entrenaban toda la semana. Me calmaba recién cuando llegaba al pueblo”.

Pablo Siles da vueltas alrededor del estadio María Mincheff de Lazaroff, el popular Jardines del Hipódromo. Es 2019, es martes. Danubio Fútbol Club siempre es protagonista en el campeonato. En jornada de ensayo enfrenta a Villa Española, que milita en la Segunda División (supuestamente) Profesional. Yo trabajo en Villa Española luego de unos cuantos años de anónimo de cuadro chico y bolso grande donde se lleva absolutamente todo, hasta el duelo de no jugar más. Pablo Siles da unas cuantas vueltas mientras el partido fluye: “Al siguiente año me vine a Montevideo, estuve seis meses en la casita de la sede de Danubio. En sexta también jugué poco, recién en sub 16 empecé a tener más minutos. En quinta el Teca [Pablo] Gaglianone, que era el técnico, y el ayudante Raúl Zalazar, dijeron delante de todos los compañeros que yo era el jugador número 12, porque siempre era el primer cambio. Terminamos saliendo campeones invictos. Ellos nos conocían de una manera única. En cuarta se juntan dos generaciones y otra vez me tocó esperar. Cuando entraba jugaba de enganche, pero el Teca me venía probando de doble cinco hacía tiempo. Aprendí a ver la cancha de frente; me costaba en la marca, pero me fui adaptando. Hoy juego de doble cinco, también puedo jugar de ocho o de diez. Yo era de los que decían que no podían jugar de ocho, tampoco de cinco ni de diez, pero ahora lo hago sin ningún problema; es más, me gusta jugar en cualquiera de los tres puestos. No digo más que no puedo. El volante típico de Uruguay está cambiando; tenemos el ejemplo directo de [Federico] Valverde, [Lucas] Torreira, [Matías] Vecino, [Rodrigo] Bentancur. En la sub 22 seguimos el camino del Maestro”.

El pibe de Danubio sigue girando alrededor de la cancha. Es como un faro con una franja negra atravesada que pasa por el banco de suplentes donde yazco. En cierto momento de la mañana, Siles detiene su marcha casi frente a mí. Gira y se arrima. Me siento como un zaguero veterano temporizando el arrebato de un gurí. Lo miro mientras se acerca y me pregunta cómo estoy. Anonadado, le digo que bien, y claro, que cómo está él, pregunto. “Bien”, y lo dejo como si nada. No entendí. “¿No me reconocés?”, me dice el pibe de Danubio que he visto jugar por televisión y que hace una media hora gira alrededor del perímetro como un autómata. “Sí”, contesto. “Sos el jugador de Danubio”. El pibe amenaza con marcharse y lo freno por la intriga: “¿De dónde te conozco?”. A esta altura me olvidé del partido y pienso en el acertijo: “¿Vos no jugaste en Cerro Largo hace un tiempo?”. Y, efectivamente, allá por 2009 peleé con lo que tuve con la camiseta arachana por todo lo referente a la parte baja de la tabla. “Soy Pablito, el de la bicicleta”.

Acá están, estos son los 18

Arqueros
Santiago Mele (Osmanlispor de Turquía)
Mauro Silveira (Wanderers)

Defensas
Bruno Méndez (Corinthians)
Sebastián Cáceres (Liverpool)
Emanuel Gularte (Progreso)
Emiliano Ancheta (Danubio)
Gastón Álvarez (Defensor)
Maximilino Araújo (Wanderers)

Mediocampistas
Martín Barrios (Racing)
Francisco Ginella (Wanderers)
Pablo Siles (Danubio)
Facundo Waller (Plaza Colonia)
Joaquín Piqueréz (River Plate)
Leonardo Fernández (Tigres de México)

Delanteros
Leandro Suhr (Plaza Colonia)
Federico Martínez (Liverpool)
Darwin Núñez (Peñarol)
Juan Ignacio Ramírez (Liverpool)

Es 2019 pero es julio. Aquello fue saliendo del verano. Compartí la emoción con quien me fui encontrando como quien cuenta un gol fantástico que nadie vio. Encontrarme con Pablito, que para mí era Pablo Siles, el pibe que la rompe en el medio de Danubio, fue de las melancolías más gratas que me ha dado el juguete redondo. Es 2019 pero es julio. Aquello fue saliendo del verano. Desde la ventana de un café montevideano lo veo venir a Pablo, que ya bajó del bondi que va dejando a los jugadores de la selección a lo largo de toda Avenida Italia. El abrazo de aquella vez se repite en el amistoso. El pibe que cada mañana entraba al Ubilla como un bólido en la bicicleta con su amigo Cachopa –Luis Ángel Morales, futbolista de Sud América– se prepara para jugar los Juegos Panamericanos en Perú con la camiseta celeste de Uruguay. “Estaba en casa y me mandó un audio Juanma, un amigo del curso de periodismo deportivo que estoy haciendo, felicitándome por la convocatoria a la selección. Hicimos una linda amistad, desde principio de año me venía diciendo que podía tener chance de ir a la sub 22. Él se había enterado por las redes sociales. Yo no lo podía creer, y esperé a ver la lista para estar seguro. En el curso tengo un compañero que es árbitro, otro que es repartidor, tengo ejemplos de gente de todo tipo que ama el deporte; cambia el ambiente de todos los días y me permite ver el juego desde otro punto de vista. Me pasa también con los jugadores más grandes, que ven el fútbol de otra manera, y más aun si están haciendo una carrera”.

Será que el fútbol es como una gran familia en la que la sangre son los códigos que quedan y la piel son los colores que se visten. Encontrarme con Pablito fue encontrarme con una parte de mi juventud. Encontrarme con Pablo Siles fue la confirmación de que el fútbol tiene esos sentimientos inexplicables. Los satélites de los cuadros, niños, viejos y perros, son el amor en carne. Lo que no tiene precio. Lo que no se olvida. Lo que queda. “La preparación estuvo bárbara. No me esperaba la citación. Lo había comentado con compañeros del club; me decían que tenía chance, pero yo sabía que en el medio de la cancha hay muy buenos jugadores. Por suerte me tocó jugar bastante en la primera de Danubio, y la verdad que estaba pensando sólo en eso. El día que salió la lista me felicitaron todos, ahora vamos a ver qué pasa. Es la primera vez que voy al Complejo Celeste, no había estado antes en selecciones juveniles. Y pensar que lo miraba de afuera, porque he tenido compañeros que han estado en la selección que me decían que una vez que entrás al complejo no te querés ir más, y es así, para quedarse a vivir. Lo único que hay que llevar son las ganas de entrenar y disfrutar de todo”.

Como cada vez que la celeste flamea en un verde indómito de América, el pueblo se vestirá para la ocasión. Los pibes serán los pingos, la pelota el objeto del deseo. El juez el cuervo y la camiseta la patria. Hay mil cosas para deconstruir de nuestros hábitos. Hay una identidad en permanente renovación: la garra y el buen pie, y la cantera inextinta de los pueblos, que emigran del seno por el sueño para muchas veces, quizás la mayoría, ser frustración, ser oro que no brilla o ser alguien, sin que eso tampoco signifique nada. En el bolso grande y anónimo de Pablo hay un niño en bicicleta en la ciudad de Melo tras aquellas pelotas que pican más allá de los muros, pateadas por anónimos sin retorno.

Días de competición

Gustavo Ferreyra, entrenador de la selección uruguaya sub 20, dirigirá a Uruguay en los Juegos Panamericanos de Lima 2019, que se disputarán entre el 29 de julio y el 10 de agosto en el estadio San Marcos de Lima. En esta ocasión la celeste llevará un equipo sub 23. Según informó la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), los convocados finalizarán los entrenamientos esta semana, entre hoy y el miércoles.

En la primera fase Uruguay, que es el vigente campeón tras ganar en Toronto 2015, jugará en el grupo B junto a Perú, Jamaica y Honduras. En el grupo A, por su parte, estarán Panamá, México, Ecuador y Argentina.

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