El Racing Club de Montevideo nació en Reducto hace 100 años con el nombre de Yuyito, después pasó a llamarse Guaycurú, por la calle, y finalmente y hasta la actualidad, Racing. El apodo “cervecero” se lo debe a la cercanía de su sede con la cervecería Colón, y el de “La Escuelita” surgió en 1959, cuando, tras varias temporadas en el ascenso, el equipo peleó el Campeonato Uruguayo de Primera División hasta el último partido y con mayoría de jugadores formados en su cantera.

Gonzalo Aguilar nació en 1987 en el barrio Peñarol, donde sacó los primeros óbols con la camiseta del Olimpo. Luego la familia se mudó a una casa que construyeron sus padres en una cooperativa de la calle Cayetano Silva, entre Sayago y Aires Puros. Hoy afloja las memorias mientras despliega las distintas casacas cerveceras que ha vestido: la última, con el escudo que alude al centenario que transcurre; la primera, aquella del debut; la de la Copa Libertadores de América, con el apellido estampado para la prensa internacional.

“Hice todas las inferiores en Racing, arranqué en preséptima. Venía de jugar baby fútbol en Olimpo del barrio Peñarol. A los cuatro años nos vinimos para esta misma casa, que la hicieron mis padres. El técnico de Olimpo era Juan Gandolfo, que también dirigía a Racing, y fue él que nos llevó. La cancha de Olimpo está en la calle Edison, ahí también jugaban Jean Pierre Barrientos y Juan Manuel Díaz, entre otros, con quienes después fuimos compañeros. Los primeros días entrenábamos en el [Parque Osvaldo] Roberto. La tribuna que da a la calle Millán, la de la bajada, todavía no existía; pasabas el muro y estabas en la cancha. Casi todos veníamos de Olimpo. Al otro año hicimos un viaje a Buenos Aires, que antes se daba mucho. Eso terminó de apegarme al club y a los compañeros”, dice.

Los integrantes de aquellas inferiores de Racing siguen en contacto. “Varios debutaron en Primera, pero que todavía jueguen es más difícil. Incluso el Mudo Juan Manuel Díaz ya está retirado. En 2006 Gastón Machado, que era el técnico de Cuarta, me subió a Primera; subieron Matías Mirabaje y su hermano, Camilo Mangiolini, Fernando Vega, Marcelo Melián y Ernesto Dudok, que es el padrino de mi hijo. Camilo está trabajando en la Intendencia, Fernando es chofer de ómnibus; hay algunos haciendo el curso de entrenador, como Ernesto. En Séptima y Sexta nos dirigía Juan Gandolfo, en Quinta Toni Di Candia, que falleció hace poco, en Cuarta Gastón Machado, que después agarró Primera y nos subió a unos cuantos. Debuté en 2006 contra Platense en la cancha de Villa Española. Racing venía de una racha de veintipico de partidos sin ganar. Terminó ese Apertura y no ganamos ni uno. No había descenso, si no estábamos complicadísimos, pero al año siguiente conseguimos el ascenso”.

Entonces, aquello que dio origen al sobrenombre de “escuelita” aún se siembra y se cosecha: la botijada de los barrios aledaños arriba a la institución, se cría, se forma y se identifica. Así le pasó a Gonzalo Aguilar, con la particularidad de que nunca más se fue de Racing. Unos corrieron con destino futbolero en otros equipos, volvieron y se fueron otra vez, en ese peregrinaje incierto de la carrera, otros dejaron de jugar o el fútbol los fue dejando, pero siempre quedaron marcados por la amistad.

Foto: Alessandro Maradei.

Foto: Alessandro Maradei.

“Siempre tuve el sueño de jugar en Primera División. Cuando éramos séptima y sexta íbamos atrás del arco a la hinchada de Racing. Mirábamos a Darío [Larrosa] todavía, a su hermano, a Juan Pablo Rodríguez, al Pelo [Juan Manuel] Ortiz, a Fernando Kanapkis, a Rodrigo López, que hasta hace poco lo tuve de técnico. Eso nos generaba la ilusión de jugar ahí como estaban jugando ellos”, recuerda Lalo.

“Racing pasó de no ser nada a ser todo en mi vida. Tengo 32 y desde los 11 o 12 años estoy acá. Estuve por irme alguna vez, pero se dio así. De echarme ni cerca, siempre me renovaron el contrato antes de que se terminara. A principios de este año renové por dos años más. Nunca me pasó de que se me terminara el contrato y entrar en esa duda de qué voy a hacer, que es lo que le pasa a la mayoría”.

“En momentos jodidos peleamos el descenso, pero siempre zafamos. Desde que subimos, en 2007-2008, no bajamos más, y logramos jugar por primera vez la Copa Libertadores, en 2010. Jugamos la última Liguilla que se hizo, en 2009, que salió campeón Cerro, y clasificamos para jugar la pre Libertadores contra Junior de Barranquilla. Ningún cuadro había podido pasar esa instancia. Ahí nos metimos en fase de grupo con Corinthians, Cerro Porteño e Independiente de Medellín”.

Si a Lalo Aguilar lo llaman para suplantar a un compañero, la hinchada aplaude esperanzada. Es como un amuleto sensible, callado y trabajador. Si le toca desde el vamos es como un pedazo de historia que se viste nuevamente y que confirma lo identitario, eso que hace que la piel se erice, eso que a quienes se les pegaron los colores desde incluso antes de nacer les confirma que el amor existe; que no es cuento aquello que sentían el padre, la madre y el abuelo, el vecino aquel, el veterano historiador de la platea en bajada del Roberto.

“Los equipiers me conocen de toda la vida. El Peludo y el Petete. El Peludo, cuando nosotros íbamos a la tribuna de gurises, estaba ahí en la hinchada, siempre. Primero fue equipier de juveniles y ahora está de equipier en Primera, pero en realidad está en todo. Le dicen “el gerente”. El Petete también era equipier en inferiores, me conocen de toda la vida. Si no aparece el Peludo la práctica no empieza, porque tiene las llaves del vestuario, de la ropa, de todo. Ahí recién se puede entrar al vestuario, prender la estufa en la que el Pato [Marcelo] Sosa hacía los chorizos, y tomar mate cerca del fuego hasta empezar la práctica. Empecé el curso de técnico, y ahora me puse a hacer el de kinesiología. Todavía tengo dos años de contrato y me siento bien. De alguna forma u otra siempre voy a estar vinculado al club. No sabría decirte qué se siente ponerse otra camiseta, porque siempre me puse la de Racing”.