Una fila da vuelta la esquina y sobre sí misma. La gente se saluda mientras la cola avanza. Walter, Dante, Bruno, Juan, Ramona, aquella, aquel, en la memoria El Positivo también espera, como en una manga hacia la eternidad. Liverpool y River Plate son más que siempre. De la dársena vinieron hasta los de Young. Belvedere y el Prado mudados al Parque Rodó.

Ante cada desborde de Federico Martínez la gente se para como en Old Trafford. Es el teatro de nuestro fútbol quizá en una expresión incluso más certera que cuando juegan los supuestos grandes. El barrio de fiesta. Los pibitos y las botijas confirman que aquello de jugar finales y pelear torneos también correspondía, como el amor. Los niños corren entre el alambrado y la primera fila; ya es un clásico. Ni siquiera juegan a ser futbolistas, pero crecen con colores.

En la cancha hay dos escuelas de juego vestidas de hombres con automatismos e imprevistos que hacen a los modelos, a la estrategia, a toda planificación que, una vez que el silbatazo escupe las primeras babas, queda en el aire de lo posible y lo impensado. En el primer tiempo, un desborde infernal de Martínez termina en un tiro mordido del Colorado Juan Ignacio Ramírez, que, sin embargo, convierte y es el pico máximo de la emoción vespertina. Hay llantos guardados desde hace años, la gente se abraza en los escalones de cemento. Los niños corren y suenan las cornetas.

En el entretiempo, el Bolita Nicolás de la Cruz, que cruzó el charco para ver la final, se lleva los besos de todos, el amor popular de ídolo de barrio.

En las manos de Óscar Ustari se queda una de las más claras en el arranque del segundo tiempo. El argentino vuelve a contener la locura darsenera en un tiro libre de Nicolás Rodríguez. Pero en la siguiente jugada, luego de un par de rebotes para el infarto, Joaquín Piquerez empata con un bombazo que sacude las piolas.

Para cuando el altoparlante avisa las disposiciones del Ministerio del Interior, ya hay olor a alargue, dolor a penales. El clima no tiene nada que ver con el invierno. Antes de los fatídicos 30 minutos adicionales, ambas parcialidades desplegan su bandera más grande. La llovizna y la bruma montevideana le inyectan épica, sobre todo cuando Bryan Olivera, sacude toda la mecánica de su pierna y saca un disparo fulminante que se clava en el mismísimo ángulo. Desata el delirio. La tribuna de enfrente queda como una postal y el gurí Olivera se cuelga del alambrado donde la hinchada del negro se funde en llanto y algarabía.

Las rodillas de la gente crujen todo el alargue. Sentarse, pararse, sentarse, llorar, gritar, rezar, invocar a viejos ídolos, a la abuela, a la imagen en la estampita. En un tiro libre de costado, todas las cábalas de River hacen efecto y, tras un par de rebotes, Gonzalo Viera define contra el palo más lejano del arquero argentino. A falta de montaña rusa, final del Intermedio. Ni siquiera los hombres naranjas del café son inmutables.

Los de River se quejan porque el árbitro indica los penales con la hinchada de Liverpool de fondo. Olivera la manda adentro, cruzado. Matías Alonso la tira como los que saben y pone el empate. Martínez, al ángulo derecho de Gastón Olveira, que queda perplejo. Rodríguez, con clase, vuelve a empatar. El Colo Ramírez revienta el travesaño. Las emociones oscilan con la niebla. Adrián Leites pone a River arriba en la tenida. Camilo Cándido convierte. Pezzolano y Ustari, entre miradas, la tablet y el destino. Joaquín Fernández, también al travesaño, y las cosas quedan como estaban. Nicolás Acevedo lo mete con gran calidad y Piquerez no se queda atrás. La Ardilla Pablo Caballero deja todo en manos de Ustari. Sebastián Píriz es el último y Ustari, como tantas veces en su propia historia, se viste de héroe de Belvedere.

Liverpool, como canta la hinchada al final, da la vuelta de la mano de Pezzolano, que se va corriendo hacia el vestuario, con los puños apretados. Histórico.

Los jugadores de Liverpool, tras el segundo gol de su equipo, convertido por Bryan Olivera, en la final del torneo Clasificatorio ante River Plate, en el estadio Luis Franzini.

Los jugadores de Liverpool, tras el segundo gol de su equipo, convertido por Bryan Olivera, en la final del torneo Clasificatorio ante River Plate, en el estadio Luis Franzini.

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Detalles

Estadio: Luis Franzini.

Árbitros: Andrés Matonte, Nicolás Tarán y Santiago Fernández.

Liverpool (2)(6): Oscar Ustari; Jean Pierre Rosso (88' Bryan Olivera), Martín González, Sebastián Cáceres y Camilo Cándido; Nicolás Acevedo, Hernán Figueredo y Agustín Ocampo (77' Pablo Caballero); Federico Martínez, Juan Ignacio Ramírez y Mathías Acuña (77' Leonardo Pais). Entrenador: Paulo Pezzolano. Suplentes: Sebastián Lentinelly, Franco Romero, Martín Rivas y Clementino González.

River Plate (2)(5): Gastón Olveira; Gonzalo Viera, Agustín Ale (72' Claudio Herrera), Joaquín Fernández; Nicolás Rodríguez, Maximiliano Calzada, Sebastián Píriz, Joaquín Piquerez, Diego Vicente (63' Matías Alonso); Matías Arezo y Luis Urruti (90' Adrián Leites). Entrenador: Jorge Fossati. Suplentes: Francisco Tinaglini; Facundo Ospitaleche, Facundo Vigo y Juan Manuel Olivera.

Goles: 21′ Juan Ignacio Ramírez (L); 69' Joaquín Piquerez (RV); 98' Bryan Olivera (L); 110' Gonzalo Viera (RV).