Hasta no hace mucho, el nombre “Uruguay Celeste” fue un link a la vida de las selecciones uruguayas de fútbol. Así se denominó originalmente el complejo deportivo de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), al que ahora se le dice simplemente Complejo Celeste. En sus vestuarios se respiran los 13 años del proceso de Óscar Washington Tabárez por el compromiso, la seriedad y una acumulación conceptual superadora de la chatura de antes. Pero hay otros vestuarios discutidores y otro Uruguay Celeste que, si de algo carece, es de complejos.

“¿Qué tiene que primar acá? ¿La participación de todos en una cancha? ¿El objetivo de ganar un copa?”, pregunta Violeta Rebollo, vicepresidenta de la asociación civil UCDD. Martín Álvarez, prosecretario de la Comisión Directiva, responde: “Construir un espacio deportivo que tenga sentido y no sea un espacio deportivo en el cual viene gente y simplemente hay una pelota y se generan cosas”.

La cancha queda abierta para otros intercambios. Se problematizan la masculinidad tradicional, la violencia machista del deporte local y la homofobia futbolera. El colectivo hace su parte desde el lugar que ocupa y acumula sentido común con otras organizaciones con las que articula políticamente. Sus delegados y delegadas van a las asambleas de las ligas en las que compiten los planteles de UCDD, claro, pero también están en las reuniones de la Coordinadora de la Marcha por la Diversidad y de la Mesa de la Diversidad de la Intendencia de Montevideo.

Martín tiene 24 años e integra el plantel de vóleibol masculino, uno de los tres equipos federados entre los que se reparten las cerca de 70 personas afiliadas a UCDD. También hay vólei femenino y fútbol masculino, actividad que desencadenó la fundación del organismo hace más de una década. El fútbol de mujeres aún está en el debe. Que quede claro: el colectivo nació para que las orientaciones sexuales disidentes accedieran a una práctica deportiva libre de discriminación, pero no excluyó ni excluye a quienes se consideran heterosexuales. Para integrarse, alcanza con las ganas de pertenecer y el respeto por unas pautas de vinculación bastante más sanas que las legitimadas por la cultura deportiva predominante.

La vida sin agenda

“Nosotros estábamos en contra de la discriminación por orientación sexual, entonces, no podíamos hacer lo mismo”, dice Mario Mussio, presidente de la Directiva, mientras recuerda los criterios que le dieron forma a la organización. “No importaba si vos ibas a tener una novia o un novio o ambos, lo importante era que te sintieras seguro y que pudieras practicar el deporte que te gustaba”.

Se remonta al período comprendido entre 2006 y 2008, cuando lo que nació como una “selección gay de fútbol” pasó a ser la asociación civil UCDD (ver recuadro). El cambio de nombre que acompañó la consolidación organizativa tiene su porqué. “No éramos una selección, éramos un grupo de personas con un fin. Al decir ‘gay’ también nos cerrábamos. Entonces, nos parecía que 'diversidad' era mucho más amplio”. La idea de sumar más disciplinas también estuvo desde el principio: “Por eso sacamos la palabra 'fútbol' y pusimos ‘deporte’”, remata Rebollo.

En aquel Uruguay, el movimiento social aún estaba lejos de empujar la aprobación de las normas de la agenda de derechos directamente vinculados con la población LGBTIQ. Faltaba mucho para que entraran en vigencia las leyes de matrimonio igualitario y para personas trans. Sólo regía la menos mencionada Ley de Lucha contra el Racismo, la Xenofobia y la Discriminación, de 2004. La de unión concubinaria recién se aprobó en 2007.

Los cambios normativos no hacen magia, pero los debates previos instalan nuevas sensibilidades, siempre defendidas por la sociedad civil. No tuvieron un escudo tan potente los hombres mayoritariamente homosexuales que se animaron a recorrer los medios de comunicación para difundir la osadía de impulsar una selección gay hace 13 años. El hoy presidente apunta que “fue un momento de mucho cuestionamiento, duro. La gente que se acercaba les tenía miedo a las cámaras, a los reportajes. Eran muy pocos los que se enfrentaban. Tenían miedo de perder el laburo”.

Les tenemos que ganar

“En el correr de este año ganamos dos partidos y en uno hubo un comentario: ‘El fútbol no es para putos’. Y lo tengo patente”. Manuel Vergara suelta una anécdota que rompe la visión idílica del presente. Lo hace con conocimiento de causa, porque juega al fútbol y UCDD no es su primer equipo. Su trayectoria incluye años en clubes de la AUF. Llegó hasta la Cuarta División de Cerro. Además, vistió varias camisetas en la Liga Universitaria. En su caso, el aula fue clave para romper la conservadora lógica del vestuario: “Caí a Uruguay Celeste por un tema de que estudio Educación Física e hice una materia, Género y Diversidad, que la dio Ruben Campero. Me afectó bastante, es un psicólogo que estudia mucho la masculinidad y me enganchó. Llegó un momento en que el discurso que estaba incorporando no iba de la mano con la práctica deportiva que hacía. Eso me empezó a afectar”.

Pese al contexto de avance contra la discriminación, es inevitable que un equipo que reivindica la diversidad no padezca agresiones homofóbicas, aunque sea esporádicamente y como consecuencia de actitudes individuales. Parecería haber reglas no escritas para evitar insultos, inviables cuando se compite. “Si no lastimás el ego del macho, está todo bien”, resume Rebollo. Y Vergara asiente: “Creo que tiene una influencia el tema de qué tanto vos comprometés la dignidad del contrincante”, dice. Para algunas personas, “duele un poco más perder” con UCDD.

Por el lugar que ocupa en la identidad nacional y hasta por el contacto físico intrínseco, el fútbol posiblemente concentre las mayores hostilidades. En otras canchas y gimnasios, la cosa es más sutil. Martín, el del plantel de vólei, se acuerda de que un rival le dijo que su cuadro estaba “muy enojado” porque “los putos” les estábamos ganando. Y Lucía Reinhold, que combina sus estudios de Medicina con responsabilidades en la Comisión Fiscal y en la cancha, aporta una pizca de perspectiva de género que vuelve a sentar en el banquillo a la masculinidad: “En vólei femenino hay una cultura distinta, que puede tener otro tipo de encuentro, otra violencia que se genera. Es mucho más sano”. Todo deporte se basa en un reglamento que habilita cierto grado de agresividad, pero suele haber rituales que la exceden, a caballo de una cultura legitimadora y difícil de cambiar. En UCDD no se prohíbe, pero se interviene. “Me acuerdo de haber intervenido una vuelta que a gente nueva se le quería hacer un ritual, el de la pasarela”, procedimiento de iniciación muy común en los planteles de fútbol consistente en golpear a quienes se integran. Del cuestionamiento se pasó a la discusión. Hasta ahora, no volvió a ocurrir.

Uruguay amarillo

Últimamente el colectivo profundizó su activismo. Para Rebollo, se entendió que “visibilizar la presencia de personas homosexuales en las canchas” ya no era suficiente y se asumió un compromiso “más ideológico”. Creció la articulación con otros colectivos, etapa que Álvarez asocia a la agenda política y social: “Hay un momento bisagra, creo yo, que es cuando se empieza a militar por la Ley Integral para Personas Trans y empezamos a decir: ‘¡Guau! No hay ninguna persona trans en UCDD, o si la hubo el tránsito fue poco. ¿Por qué?’”.

Uruguay Celeste no fue indiferente ante la ola amarilla que se coló en liceos y universidades durante 2018, que tapó la última Marcha por la Diversidad mientras miles de voces casi adolescentes reclamaban “Ley Trans, ya”. Pudo identificar mejor los problemas con los que carga un sector de la población tan violentado en el discurso y las prácticas deportivas como en otras dimensiones. “Es difícil sostener este proceso todavía para las personas trans, por muchas cuestiones”, afirma Rebollo, con lógica. En trayectorias marcadas por la expulsión familiar y educativa, el deporte queda de lado. Pero la vicepresidenta rescata acercamientos: “En fútbol, de varones de TBU [el colectivo Trans Boys Uruguay] que empezaron a practicar porque tenemos un vínculo muy estrecho”.

La memoria aporta un antecedente esperanzador. En vólei “teníamos un jugador, un varón trans. No tenía todavía hecho en su documento el cambio [de sexo y nombre] registral. Entonces, planteamos cuál era la situación, si existía la posibilidad de que jugara. Recibieron súper bien la petición, jugó los partidos oficiales sin ningún problema. Fue una experiencia fantástica, la primera vez que en una liga oficial practicaba un varón trans”. La Liga de Voleibol del Sur (Livosur), la más importante del país, respaldó y habilitó el fichaje. “Igual, te digo, una mujer trans en un plantel femenino generaba muchísimo más revuelo”, asume Rebollo. Asoma el peso del discurso biologicista, que pone el foco en las ventajas que la genética masculina implica en competencias femeninas. “De hecho, hubo mujeres trans que nunca se animaron a pisar la cancha; sí practicaban”. Hay un caso que refleja la potencia de esas barreras: “Una vez fuimos, toda la Directiva, porque era el primer partido. Iba a jugar... y no se animó”.

“Uruguay Celeste puede ofrecer un espacio con intencionalidad política. Ahora, ¿qué pasa cuando uno se abre y comparte espacios con otros cuadros, grupos de hombres que pueden tener otras normas de funcionamiento? El tema es hasta dónde uno puede garantizar que esa persona pueda sentirse protegida”, reflexiona Vergara, al imaginarse a una persona trans en un plantel de fútbol. “Eso lo va a decir el momento en que tengamos esa experiencia”, agrega Mussio. “Y para eso militamos”, termina Álvarez.

Sin exclusiones

El 18 de julio de 2006 se conformó la selección de fútbol gay, con el objetivo de participar en el Mundial de Fútbol Gay que al año siguiente se desarrolló en Argentina. Mario Mussio reconoce el respaldo de José Luis Corbo, quien presidía la AUF, que “cedió las camisetas” pese a que el equipo no representaba a la Asociación. La participación fue buena e impulsó la fundación de UCDD, el 5 de abril de 2008. Hubo otra presencia mundialista, los viajes de los planteles se volvieron un hábito solventado por la militancia. Este año, el vólei viajará a Chile y el fútbol a Argentina. Quienes salen a la cancha pagan una mínima cuota social, con la que se cumple con las contraprestaciones a cambio de los espacios de entrenamiento y los costos de la competencia. El fútbol practica en el Centro Juvenil Salesiano y participa en la Liga Celeste. El vólei se entrena en el gimnasio del liceo Dámaso Larrañaga y está federado en la Livosur. Ambas ramas atraviesan un período de fortalecimiento técnico, desde que recientemente se decidió contratar entrenadoras y entrenadores profesionales. Es un salto de calidad inclusivo, que contempla la competencia pero también se abre a quienes quieran aprender y compartir: “No necesita saber jugar el deporte. Acá no buscamos jugadores formados”, aclara Mussio.