Hace unos días que los violetas presentaron a su flamante entrenador por las redes sociales. Para muchos, un desconocido. Para otros, no tanto. Es que la foto de presentación unía, por su gran parecido, al nuevo técnico con Walter White, el protagonista de la serie estadounidense Breaking Bad. Orfila reconoce este parecido, le parece gracioso y lo toma con naturalidad, pero no tiene nada que ver con el exitoso químico: él sí priorizó a su familia. A los ocho años llegó al Complejo Pichincha tras ser captado por el histórico profesor César Santos en un torneo de infantiles. Comenzaba “una apuesta al futuro” que comandaba otro histórico, Eduardo Arsuaga. De ahí no paró con los violetas hasta llegar a Primera División. “El club acompañaba lo que aportaban mis padres en la casa diariamente. Estaba prácticamente las mismas horas en el club que en mi casa. Cuando Defensor inició ese proyecto te inculcaba los valores y la formación como futbolista. Eso se mantiene hasta hoy”, cuenta.

Por ese entonces Orfila era un adolescente más bien rebelde y pensaba sólo en el fútbol. Cometió el error más importante de su vida, del que se arrepiente: dejó de estudiar. “Me arrepiento porque no puedo volver el tiempo atrás. Además, porque hoy siendo entrenador no tendría la capacidad mental de hacerlo, porque como técnico estás asumiendo todo el tiempo nuevos conocimientos. Todos los días aprendés y sumás cosas. No tengo la capacidad para hacer las dos cosas a la vez”.

Esa es una marca que le quedó a Orfila, que aprendió viviendo, observando y con mente abierta. Su familia está compuesta por su esposa y sus dos hijos adolescentes, que le recuerdan esa situación. “Hoy lo que más me duele de todo eso es cuando vienen mis hijos con las tareas del colegio y yo no los puedo ayudar. Pero cuando sos adolescente no pensás en eso, me doy cuenta ahora. Es horrible que tus hijos lleguen del colegio y cuando empiezan a hacer la tarea pidan por mamá, porque papá no entiende nada. En ese momento es cuando sentís el impacto. Esto lo transmito y se lo comento a los futbolistas para que no les pase, porque cuando llegue ese momento les va a doler. No hay marcha atrás y trato de compensarlo desde otro lugar”.

Orfila no pudo seguir en Defensor, no le daba, y anduvo por Miramar Misiones y Cerrito. Luego cruzó el charco y no paró: Tigre, Sportivo Italiano, Temperley, Almirante Brown, Tristán Suárez, Deportivo Morón, Villa San Carlos, Barracas Central, Colegiales, Talleres de Remedios de Escalada, San Telmo, Sacachispas y San Miguel. Allí se retiró y empezó como entrenador en Comunicaciones, Ferro y Atlanta, y volvió a donde todo empezó: Defensor Sporting.

Lleva tatuada en la pierna izquierda una virgen. Dice que es ateo, pero se la hizo por una promesa: su papá estaba muy enfermo y un amigo suyo iba a rezar a la virgen. Alejandro sólo lo acompañaba hasta la puerta, no entraba. “¿Sabés una cosa? Si mi papá se mejora, yo me tatúo a la virgen”. De palabra, ese es Alejandro Orfila.

¿Cómo es tu forma de trabajar?

Trabajamos en el campo, con mucha dinámica, trabajos intensos y cortos. Necesitamos las herramientas para eso. Hay ejercicios que necesitan 50 pelotas, que se hacen con varios grupos, todos a la misma vez. Necesitás materiales para los profes, arcos portátiles, campos de juego, porque me gusta ser dinámico y jugar a ras del piso. Hablo de cosas normales del fútbol de hoy. No podés llegar a un club y que haya diez pelotas. No se puede llegar tarde, eso hay que decírselo a los futbolistas. Ya no existe eso. Estamos en 2020, el mundo cambió.

¿Te sorprendió que Defensor Sporting te llamara?

En un principio sí, porque vos te ves lejos de esa situación. Te das cuenta cuando te alejás del lugar de entrenador donde estás parado. Obviamente que estaba en un gran momento en Argentina y sabía que tenía una gran proyección, pero nunca imaginé que Defensor podía llamarme. Cuando lo hizo me movilizó el piso. Conversé con Atlanta, me entendieron, obviamente que les dolió, porque estábamos en un momento extraordinario. Pero sentí que todo lo que tenía que hacer para que Atlanta se encauzara lo hice. La vida es generar oportunidades.

Llama la atención la cantidad de incorporaciones de Defensor para esta temporada, teniendo en cuenta que es un club que habitualmente recurre a su propia cantera.

Se fueron diez futbolistas, o sea que prácticamente vinieron los mismos que se fueron. 70% son futbolistas surgidos en el club. Y de los que vinieron muchos se identificaron con el club. Hay que entender que a los chicos de las juveniles también hay que sostenerlos con gente de experiencia. Que en base a ese sostén puedan producir de la mejor forma. Porque a nosotros también nos pasa, somos primerizos. Y pueden pasar determinadas situaciones, no encontramos a nadie, y vamos a tener el sostén de los referentes para ayudarnos. Eso te potencia, y por eso armamos así el plantel.

Foto del artículo 'Fuera de serie: Con Alejandro Orfila, entrenador de Defensor Sporting'

Foto: Alessandro Maradei

Los golpes, la carrera, la experiencia

¿Cómo manejaste el primer golpe de tu carrera, no poder seguir jugando en Defensor después de haber hecho todas las formativas?

Siempre tenés los sueños y te preparás para llegar a determinado lugar. Fue un impacto, pero sirvió para crecer en experiencia. En la vida se gana o se aprende. Aprendí, porque quizá no me haya preparado como para tener la posibilidad. Obviamente, no me daban las condiciones futbolísticas, pero también algo mal debo haber hecho. El ser humano tiene la tendencia de decir que hizo todo y fue el otro quien se equivocó. No, primero vamos a ver si hicimos todo, si aportamos para que funcionara, y después recién ahí miramos si el otro se equivocó. Eso lo traslado a mi trabajo también. A veces se dice que no ganamos porque el otro, porque el árbitro, o porque el rival se metió atrás. Primero analicemos a ver qué hicimos bien o mal, y recién ahí analicemos lo del otro lado. Eso es cultural, siempre evitamos las responsabilidades y las deslindamos hacia el otro; fui responsable de no seguir en Defensor.

Tu carrera siguió en Argentina, en equipos del ascenso, que son duros y pelean contra muchas realidades. ¿Qué aportó esa experiencia para que la persona creciera?

Perder un partido era complicado, porque estaba muy instalado lo de las barras, con apretadas. Eso te va formando, te saca temores y te da seguridades. Obviamente en el fútbol pasé por situaciones muy competitivas, vas aprendiendo a sobrevivir y sobrellevar distintas realidades. No tenés todas las herramientas para desarrollar tu trabajo.

Fuiste un futbolista aguerrido, un típico volante central uruguayo, raspador, que se daba contra todo. ¿Te arrepentís de algo?

Sí, me arrepiento de algunas cosas: de cómo me tomé el fútbol y la vida. Para mí la vida era nada más que el fútbol, no existía la vida social, dependía del resultado del fin de semana. Generé mucho daño, no te das cuenta hasta que te falta algo fuerte. La gente a veces necesita eso, como a veces te lo marca una enfermedad. ¿Es necesario llegar a eso? Lo que pasa es que el ser humano es así: hasta que no te golpeás fuerte no tomás conciencia. Y el fútbol es así, va a una velocidad tremenda. Si te metés en esa vorágine, desde lo que yo pienso, la pasás mal, porque en definitiva es una profesión más. La transito con muchísima pasión, soy un apasionado de ganar a todo.

¿Sos un obsesivo del trabajo?

No, porque eso te lleva por mal camino. Fui un obsesivo, cuando me quise acordar miré para el costado y casi que no tenía a mi familia. Ese fue el golpe que tuve, porque un día mi esposa me hizo notar que si no cambiaba me quedaba solo. Mi familia para mí es lo más importante, he dejado muchas cosas de lado por mi familia; llegó un momento en que la empecé a priorizar, antes no lo hacía. Desde ese hecho empecé a tomarme las cosas de otra manera, y la calidad de vida que tengo hoy es tremenda. Lo vivimos con mucha naturalidad, con perfil bajo, y se terminaron las discusiones en mi familia. ¿Cómo no las iba a ver? ¿Cómo una familia iba a estar todo el tiempo detrás de mis objetivos y mis obsesiones? Y de mis locuras por el fútbol. Yo era un tipo que perdía el partido y si había un cumpleaños o algo no iba. Está mal. ¿Voy a cambiar el resultado? No. Lo tengo que tomar con naturalidad. Me duele perder, como a cualquiera, pero la solución es optimizar el tiempo de lo que vivía. Me cambió la vida rotundamente. Al fútbol lo vivo con mucha pasión, es mi profesión, pero también vivo con pasión a mi familia. Porque hay un momento en que esto termina, y cuando termina no te llama nadie, no hay periodistas, no hay nada, y te quedan tu familia y tus amigos.

Vos jugabas en otra posición y empezaste a jugar de cinco para tener más minutos. ¿Cómo se dio eso?

Cuando llegué a Argentina era un volante por afuera. Allá había un montón de esos, y no me daban las condiciones para sobresalir. Entonces un entrenador un día me dijo que para él yo tenía que jugar de volante central. Me dio ciertos ítems para sobrevivir. En ese momento, con 21 años, yo era rebelde y no me convencía desde lo técnico-táctico. Él me dijo que era muy fácil, que yo debía transmitir mi temperamento y volcarlo dentro del campo de juego. Que si hacía eso el argentino enseguida te acepta con facilidad, porque nos adoran a los uruguayos por determinada característica. En un partido te empiezan a gritar “uruguayo, uruguayo”. Me convenció con ese argumento y empecé de volante central. Me transformé: hay que meter, hay que pegar patadas. Hice ese fútbol para sobrevivir. Hoy me preguntás a mí y no me gusta esa forma, me gusta que los jugadores vayan al límite a cada pelota dividida, pero no que jueguen como yo lo hacía. Porque si juegan como yo lo hacía te expulsan cada dos o tres partidos, no sirve. El fútbol cambió. Cuando empecé a ser entrenador me di cuenta de que el equivocado era yo. Un día mi esposa me dijo que capaz que era yo el que estaba equivocado, que me peleaba con todos los entrenadores. Yo le decía que no.

¿Cómo es ser entrenador de equipos del ascenso argentino?

En Argentina tenés clubes que tienen todo, y otros no tienen nada. Todo el tiempo hacés supervivencia. Pero mi forma de ser es que donde no hay nada trato de gestionar para tenerlo. Si no tengo 50 pelotas, o buenos campos, no se puede desarrollar el trabajo. Gestiono eso. Si en una oportunidad no están dadas esas condiciones, no asumo, eso me lo dio la experiencia. Porque autolimito mi trabajo y no lo puedo desarrollar. Ahí el tonto soy yo si asumo. Es como cuando los entrenadores dicen que no armaron un equipo, pero vos asumiste la responsabilidad de agarrarlo. Si antes de asumir vos analizás el plantel y no te gustan las características, no asumas.