Empezó nuestro Mundial. La afirmación refleja la trascendencia, la jerarquía histórica y la estructura que, a imagen y semejanza, se han ganado nuestras selecciones del interior con su modelo de competencia. Somos un Mundial chiquito, pobre, muy pobre económicamente pero riquísimo como dinamizador y articulador de las distintas sociedades de los pueblos que participan.

El primer partido de lo que ahora se llama categoría absoluta fue el de Artigas y Rivera en el Matías González de Artigas. Juegan Artigas y Rivera. El Matías González está casi igual que cuando era el 7 de Setiembre: antes de homenajear al León de Maracaná, el escenario artiguense homenajeaba a sus hermanos y vecinos brasileños de Quaraí con la fecha que da nombre al lugar que recuerda el Grito de Ipiranga, una de las fechas de independencia de Brasil. Justamente, desde el puente que une-separa Artigas con/de Quaraí, sobre el río Cuareim, hay una tribuna virtual a la que no supera siquiera la de andamios mundialista de Ekaterimburgo.

Desde allí, una decena de no pagadores vería uno de los goles más increíbles, no por su belleza sino por su carácter de incredibilidad. Sin que ello signifique spoilear nada –spoiler es algo así como develar la trama–, desde ya adelantamos que, a partir de ese gol y del anterior, hicimos extensión cultural y aprendimos qué es ser “franguero”, en portuñol y con muchísima gesticulación muy afectada y lindante con el grotesco. Un aficionado le cuenta a otro lo que ambos estaban viendo: “Che, cara, ta loco, ele tomou baito frango”. La traducción lineal modelo Google es “recibió tremendo pollo” y queda mal. El asunto es que en Brasil, ahí a 500 metros por la línea imaginaria del Cuareim que separa a Uruguay de Brasil, le llaman franguero al gol bobo y frangueiro al golero que recibe ese gol bobo. Parece que el término apareció por primera vez en un diario de 1940 y refería a un gol que recibió Vasco da Gama. La pelota se le escabulló al golero, que puso sus dos manos en intención de agarrarla, y a la mente febril y descriptiva del cronista se le ocurrió que aquello figuraba un pollo yéndose de las manos de quien lo iba a agarrar en el gallinero, cosa extremadamente común por aquellos tiempos en estos confines del mundo.

Desde hace tiempo conozco la obra del riverense Chito de Mello, cantautor que a partir de Rompidioma desliza una prosa en portuñol adaptado a aquella frontera que da para pensar. No podría decirles si Chito de Mello es algo de Fernando de Mello, pero suele esperar uno que alguien diga: “Ah, los De Mello somos todos parientes”. Fernando de Mello es el arquero de Rivera que no olvidará aquella noche en Artigas.

Artigas y Rivera no es un clásico. Durante décadas no se enfrentaban oficialmente, porque jugaban en campeonatos distintos (Artigas en el Litoral, Rivera en el Norte o en el Noreste), pero tienen, en su condición de departamentos fronterizos con Brasil, muchas, muchísimas cosas en común, arrancando por la enorme penetración cultural de la televisión que ha hecho que por décadas las aficiones futbolísticas y los ídolos tomaran mucho más cuerpo en las pantallas de la Globo que en cualquier intento de televisación uruguaya.

Pra frente Brasil

A Rivera y Artigas los une Brasil. En realidad, a Sant’Ana do Livramento y a Quaraí los une la BR 293, una de las rutas más demoledoras que hay, no por su condición de rompedora y sinuosa –al contrario, es una extraña recta de 100 kilómetros–, sino por las ondulaciones que dinamitó la dictadura brasileña para formular su trazado. Es recta. Ir por ahí no demanda más de 100 kilómetros en una hora y poquito, pero claro, hay que entrar y salir de Brasil, los ómnibus que lleven a las delegaciones deben tener la autorización y la documentación pertinentes, y lo mismo corre para los aficionados. Entonces las delegaciones –absoluta y juveniles– deben ir por rutas uruguayas y hacer casi 80 kilómetros más. Ahora que la ruta 30 está arreglada, es una pasada igual, pero se demora una hora más.

En Artigas la nochecita extremadamente cálida hace pensar a los lugareños que cerca está el carnaval, mientras que a yenchi va tomándole el ritmo al samba enredo. En eso también están separados, a pesar de estar unidos por ese enclave cultural que hibrida dos culturas. El artiguense te hace carnaval de escola, modelo Río o San Pablo, mientras que en este siglo el riverense se ha decantado por el carnaval de trío eléctrico tipo Bahía.

En la cancha, linda ropa, muchos y exagerados pozos, y juego rápido y fronterizo. El Pelado Yonathan Gorgoroso, un zurdo potente y hábil que pasó por las juveniles de Nacional, recibió en el círculo central, condujo con potencia y, antes de llegar a la media luna, sacudió su zurda para poner el 1-0 para Rivera. Rápidamente empató Artigas con una jugada mucho más sureña, dos minutos después: un zaguero revienta de atrás, el 9 la peina y Leonardo Ferrari define contra el palo.

Luego vendría lo de aprender del pollo que se le escapa de entre las manos y eso. El eterno goleador Sebastián Bolinha Martínez ya estaba buscándole la vuelta de meter un olímpico. Después le quedó un tiro libre que era para meter el centro, pero Bolinha le pegó al arco y el pollo se le escapó de las manos al arquero.

Lo peor vendría ya en el segundo tiempo, después de unos chorizos a la parrilla, de unos mates y, seguramente, de unas cervezas en las tribunas del Matías González. Saca de meta Rivera buscando al toque llegar al empate. El saque es tan nuevas reglas de IFAB 2019, que del golero al zaguero derecho la pelota apenas sale del área chica, del zaguero derecho riverense al izquierdo, apenas sale medio metro del área chica y este se la devuelve a Fernando de Mello, el arquero que estaba en la línea de gol. La dominó Fernando, a pesar de lo exigido del pase, pero en el segundo movimiento, cuando la quiso sacar, casi lo trancó ahí en la línea Leonardo Ferrari, puso el 3-1, y ya fue. Esto sigue y hay luz en el camino.

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