Lunes de abril. Las hojas deportivas no hablan de lo de siempre. No hubo bandera a cuadros ni doble etapa con contrarreloj. El sábado y el domingo nadie salió a la ruta, tampoco fueron a la entrada del pueblo los locos de siempre. En la radio la música tenía la melancolía del otoño. Niñas y niños en bicicletas no pedalearon en la explanada junto a la llegada, sus padres tampoco fueron. Nadie sabe dónde está el viejo Ramón. Guardadas en un cajón quedaron las alianzas y las rivalidades humanas. No pasó nadie, no existió la adrenalina de los embalajes en los que la vida pasa como un flash. Hoy de mañana la transmisión no habló de la clasificación general individual. La 77a Vuelta Ciclista del Uruguay no está rodando, y duele como un hachazo en el costado.

Hay quienes creen que la vida no tiene sentido sin ciclismo. Esos pasionales tampoco encuentran consuelo: malla oro de la soledad. Rutas de América dejó ganadores y la mano servida para un buen truco. Acaso la París-Niza, por televisión, afiló el corazón como antesala de la Vuelta. Hasta que, como un terremoto, en cuestión de horas, la emergencia sanitaria por el coronavirus echó todo por tierra y la Vuelta, la carrera por etapas más grande de Uruguay y la más antigua de América, fue suspendida con un comunicado de prensa. La suspensión quedó en el aire y no se sabe qué pasará. Están quienes quieren correrla y buscan fechas futuras –con la complejidad de no tener en el resto del año una semana como la de Turismo– y quienes prefieren el cierre de la temporada. Todo quedó en el freezer. Frío, como una bici en un rincón.

La noticia hizo eco por todos lados. Casi al mismo tiempo que la suspensión de nuestra Vuelta, la París-Niza tuvo ganador con malla amarilla y peluches, pero terminó antes de lo previsto por miedo a que el virus entrara como daga. En Italia, por obvias razones, el Giro se suspendió por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial y todavía no se sabe si habrá malla rosada. Sobre el Tour de France –que tiene fecha fijada del 27 de junio al 19 de julio– Christian Prudhomme, director general de la carrera, dijo que “hasta el momento mantenemos las fechas. Naturalmente dependerá de la evolución de la pandemia, porque para el Tour lo más importante es Francia y la salud del país”. Parece momento de reparar las bicicletas, cabizbajo entre los pedales, aguantándose para no perder la fe.

Todas las esperas son largas. El ciclista que busca el peso en cada llegada está perdiendo plata. Allá las élites de atletas y equipos con posibilidades millonarias, acá las fábricas de tortas fritas pararon las chimeneas, las rifas son incobrables, los patrocinadores se fueron al mazo. Así y todo, habrá clubes que hicieron y harán esfuerzos sobrehumanos para que la caja y los salarios sigan estando al día. Hay quienes dicen que el deporte es entretenimiento y que se parece a los caprichos. Nadie los desmentiría. A propósito, el ciclismo tiene mucho de eso, pero también tiene (y da) mucho trabajo.

No es Semana de Turismo porque sin turistas no hay semana ni nada. Toca quedarse en casa. Esto parece un acto administrativo de la peor burocracia. Dice el refranero popular que en Uruguay el año empieza después de que llega el último ciclista. Entre cuatro paredes sin remedio, esta vez no se sabe cómo vamos a hacer.

La cancioncita ya no reclama desde un extremo al otro de la patria. Las muchedumbres en las llegadas son alegrías en fotos sepias. Nada será lo mismo, salvo el santo ahí en la cruz. A la procesión en pedales le faltará el ritual de bocas exprimidas, muslos partidos y riñones como locomotoras, ni tampoco tendrá el susurro viejo pero sin pausa del pelotón, ese gueto donde todos cantan lo mismo.

“¡Meté, flaquito corazón!”, dice el tango “Bicicleta blanca”, con letra del maestro Horacio Ferrer, una maravilla que ya nadie volverá a escribir pero que, a la manera de los embalajes con banderas, deja un final como esperanza: “Todo no fue inútil, / no pierdas la fe, / en un cometa con pedales, / ¡dale que te dale!, / yo sé que has de volver”.