Ya que estamos en un tiempo de feliz acercamiento a lo científico, hagamos un ejercicio de pensar el fútbol en condiciones de laboratorio.

Si estuviésemos en el momento de su creación definitiva, a fines del siglo XIX, calificaríamos al fútbol como un juego. Un juego que justamente es eso, y que no representa una responsabilidad laboral ni un trabajo. Sin otra presión que la propia pasión lúdica de sus cultores, y si sólo siguiera siendo un juego, no estaríamos ante esta situación de “tiene que volver el fútbol sí o sí”.

Si revisáramos el fútbol en su novel condición de deporte, aquellos antiguos nosotros de hoy estarían con muchas ganas de jugar y de ver fútbol. Pero ante la crisis epidemiológica, con dolor, el fútbol quedaría de lado.

Si con prejuicios observamos el fútbol como negocio, veremos que, al principio, el negocio era un apéndice importante del juego y de la competencia, pero con el tiempo se lo fue devorando, y el fútbol y los futbolistas, si bien imprescindibles, pasaron a ser lo menos importante para el negocio. Durante décadas el negocio explotó sin miramientos a los jugadores y a aquellos colectivos barriales que buscaban la gloria y no la guita.

Hay un cuarto estadio del fútbol negocio que es el virtual, y que parece perfecto y probado para los impulsores de la nueva normalidad: con apenas unos pocos recursos humanos, una treintena de deportistas y una decena de trabajadores de la imagen, se montarán los campeonatos sin gente, los partidos sin gritos, los enfrentamientos de la liga orweliana, donde creeremos en el Gran Hermano que nos mostrará lo que él quiera mostrarnos, o sea lo que represente más oportunidades de negocio para sus verdaderos promotores.

Subí un poquito

En el mundo entero, con perillas o sin ellas, con nueva o vieja (a)normalidad, con día después o con ayer, están presionando para que los futbolistas vuelvan a las canchas. Lo peor es que si nos agarran medio distraídos entre tanto trabajo con careta de ocio, nos sumaremos a la barra que demanda la vuelta del fútbol como sea.

Pero ¿nadie piensa en los futbolistas como cualquiera de nosotros? ¿Tanto nos aleja a nosotros, los preocupados y un poco asustados cultores del distanciamiento social, de evitar el contagio masivo y simultáneo, de tirarle el achique a la epidemia feroz, que sólo pensamos en los futbolistas como una camiseta brillante, una botinera –de las reales– debajo del brazo y una bemba, una mirada perdida en el ejercicio de la firma de autógrafos?

Es cierto, y lo sé desde hace mucho tiempo: jugar, o esperar un partido de fútbol, es un alimento esencial para nuestras emociones, para nuestras expectativas. Pero ¿por eso seríamos capaces de mirar para otro lado, para que el pan y circo pongan en juego la calidad de vida de otros?

“Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda a las almas y ese espectáculo suele ser horroroso”, escribió el golero argelino y excepcional escritor Albert Camus en su obra La peste. Camus, que fue un futbolista de destaque en su juventud, justamente tuvo que dejar las canchas por una situación de salud: una tuberculosis.

¿Acaso somos el reflejo de la bolsa global de negocios?

Somos la solución vernácula y local para que los envíos diarios del show virtual audiovisual, el guion eterno de The Truman Show, llegue a nuestras pantallas en formato PlayStation, pero con humanos en vez de figuras tridimensionales.

Nueva normalidad

El concepto de “nueva normalidad”, usado en la economía mundial en esta segunda década del siglo XXI, y adoptado por unos cuantos gobernantes en esta crisis, deja entrever una expectativa de control de la pandemia de coronavirus, que no es otra cosa que la presión empresarial mundial, aunque localizada en sectores, que busca, utilizando los potenciómetros –así se llaman las perillas, ¿no?– poner como sea en funcionamiento los espectáculos deportivos que mueven la maquinaria.

En Europa, donde está el epicentro económico de la modalidad del deporte como negocio, y donde ha sido visible y palpable la desgracia de la pandemia, aceleran procesos de reincorporación de los deportistas a las prácticas y a las competencias. La UEFA y sus ligas extremadamente comprometidas con los negocios –a veces tanto como con los desarrollos deportivos– intentan reprogramar competencias para cumplir con el producto que ya han vendido.

Acá entramos en la manija, en nuestra gozosa adicción a estar cerca de la globa, a sudar la camiseta, a sentir el inigualable perfume del pasto. Pero nos están desnudando. Y nuestras almas dejan entrever ese horroroso espectáculo de desprecio hacia los demás, que en este caso son nuestros pares, aquellos que abrazaron el juego, que lo hicieron deporte, que nada tiene que ver con el negocio.