No se puede olvidar. Cómo, si el mundo entero le ha dado un lugar entre las hazañas más grande en la historia del deporte, si 200.000 personas replicaron la angustia de lo sucedido ese mismo día, 16 de julio, 90 minutos después de que 11 celestes entraron a la cancha “con cara de ‘griten todo lo que quieran, que nos importa un carajo’”. Cómo, si lo mejor del olvido es recordarlo.

No se puede olvidar. Eso es lo que les pasa a las y los futboleros: identificar momentos y guardarlos para siempre, instantes que son relatos que engrandecen la pasión, como banderas colgadas en los tejidos de la piel. Cómo olvidar a Uruguay campeón del mundo en 1950, cuarta estrella pegada en el costado del corazón. Eso no queda en el tintero: los campeones son para siempre.

No se puede olvidar. Si lo que fue una heroicidad después quedó inmenso en los relatos futuros, y ya no fueron goles los gritados sino una larga condena que llevó al país futbolero a un estado de nostalgia perpetua, como dijo Eduardo Galeano. Miles de goles errados. Ya no fueron 11 sino cientos los celestes que remaron el viento de lo que fue Uruguay, otro Uruguay, parecido pero diferente, que sólo se salvó a sí mismo cuando se dio cuenta de que esa nostalgia, reconocida y asumida como tal, era el camino para aceptarse frágil y, desde ahí, buscar otro futuro.

No se puede olvidar. Un estadio que parece nuestro, el que al entrar dos pasos te recibe impresionante, con esa fragancia a césped, ese cielo atado al murmullo, esas decenas de trazos que parecen las zancadas de Alcides Ghiggia haciendo mil dibujos en el aire, dos mil pinturas, o acaso todos los que se proponga, como esos artistas del pincel que se dejan llevar para buscar la magia. Del rasgo grueso de la rabia y el engaño, hasta la línea fina de un sueño de domingo.

No se puede olvidar aquel fútbol celeste que se coló por una hendija, por esa breve fisura que separa lo normal de la eternidad, para quedarse con mucho más que un partido. “No seríamos lo que somos si no hubiera pasado lo de Maracaná. Muchas cosas que existen en el imaginario de nuestro fútbol son por Maracaná”, afirmó el sabio Óscar Washington Tabárez.

No se puede olvidar porque mientras la historia del fútbol actual se debate entre grandes premios, aquella gloria abrazada por futbolistas uruguayos se festejó en la noche con unos sándwiches y bebidas compradas por ellos mismos. El Maracanazo no se puede recordar pomposo ni regalando mitos. “La simpleza es lo mejor de todo”, inmortalizó Obdulio Varela, siempre con humildad inteligente.