Doña Soledad le hace un foul a Veracierto y sigue en sus cabales hasta Stéfanie (y se cruza con El violín de Becho), que hace girar la mirada hacia la mano izquierda –cómo no–. Stéfanie se cruza con Yaguareté, le hace un dribbling al quechua Taita y se da de frente con el estadio Obdulio Varela. Obdulio, que seguro escuchó a Alfredo Zitarrosa; Alfredo, quien posiblemente admiró la personalidad de Varela. Entre el vapor y la humedad, los zapatos embarrados y la mirada fija en la cancha (y en otros lugares), el sauceño Emiliano Albín recibió a Garra en la previa del inicio de la temporada: “Lo que se marca afuera de la cancha es el reflejo de lo que se genera adentro”.

Otras realidades

¿Cómo encontraste el fútbol uruguayo de la B?

Es la primera vez que me toca jugar en esta categoría, y obviamente tiene sus realidades particulares, específicas de la situación. Conocía el club más que nada por Bigote [Santiago] López y Agustín [Lucas], pero fue una grata sorpresa. Estoy contento del lugar en el que estoy, de hacia dónde va el club. Veremos si en lo deportivo nos va de la misma manera.

“Yo estuve en un grande como Peñarol, en Boca, fui a los Juegos Olímpicos, pero esto es distinto a todo”, dijiste. ¿Qué lo hace distinto?

Lo que se respira cuando entrás al Obdulio es diferente, más que nada impulsado por lo que genera la gente que está alrededor, el sentido de pertenencia que el club busca que sus jugadores tengan (más allá de lo futbolístico). El club tiene un fuerte impulso a nivel social, involucra a los jugadores, y en la realidad que hoy vivimos eso está bueno, es positivo, y creo que también es positivo a la hora de llevarlo a la cancha. Yo no estaba el año pasado, pero veía muchas historias, muchos videos de cuando el club jugaba: lo que se marca afuera de la cancha es el reflejo de lo que se genera adentro.

¿Por eso decidiste comprometerte, más allá de lo deportivo, con Villa Española?

Un poco por eso, otro poco por el conocimiento con Bigote y Agustín. Se venía hablando desde hacía tiempo, esta vez se dio la posibilidad. Me siento cómodo en un lugar donde me querían, donde quieren que esté; estoy feliz y disfrutando de esto.

Hay un compromiso del club con la denominada “cultura de barrio”, con las cuestiones sociales; muchas energías se ponen ahí. ¿Es una fortaleza a la hora de entrar a jugar?

El club tiene mucha energía puesta ahí, y muchas de sus acciones van hacia ese lugar. A partir de ahí, de generar ese sentido de pertenencia, de que el club apoye al barrio, nos hacemos fuertes adentro de la cancha. Nosotros, los jugadores, necesitamos fortalecernos con eso, porque carencias hay miles –están a la vista–, la divisional las tiene pero el club también, como la mayoría de los clubes en Uruguay. Lo que busca el club –ser visible en otros aspectos– también debemos apoyarlo dentro de la cancha. Si esas dos cosas van juntas, la llegada será más preponderante.

¿Cómo se puede trasladar ese discurso hacia adentro de la cancha?

Una de las partes es la conducta que se busca que los jugadores tengan. El fútbol es particular, tiene sus cosas, y las formas de juego varían. Hay que basarse en lo que genera el club, después te puede ir bien o mal: vivirlo de esta manera no nos asegura el éxito. Son caminos.

La gente sola

Hace un tiempo que se discute acerca de las sociedades anónimas deportivas (SAD) y los clubes de barrio, de los socios. Hay clubes que crecen mucho, pero cuando el dinero se va se desmoronan.

No tengo conocimientos específicos de cómo se manejan las SAD. Sí he visto ejemplos de clubes que quedan muy endeudados, especialmente con los contratos, que muchas veces pasan a ser altos porque entra plata de afuera en grandes cantidades, y se generan contratos elevados para la realidad del club, que luego no pueden solventarse. Es un problema que tiene el fútbol uruguayo, pero también la inserción de capital, de alguna manera, es importante. Tenemos el ejemplo de Torque, que tuvo un crecimiento grande: esperemos que ese proyecto dure y que no sea un compromiso para el club.

Emiliano Albín, en el estadio Obdulio Jacinto Varela.

Emiliano Albín, en el estadio Obdulio Jacinto Varela.

Foto: Federico Gutiérrez

¿A los trabajadores del deporte les sirve la llegada de estas empresas?

Obvio. Para el futbolista es un espectáculo. Torque es uno de los clubes con mejores condiciones de trabajo en nuestro fútbol; cualquier futbolista quiere trabajar en un club donde las condiciones están dadas: que no falten pelotas, que no falte la ropa, que las canchas estén en buenas condiciones. También hay que ver cuál es el compromiso que le deja al club, si esas cosas pueden ir de la mano, si ese capital no deja comprometido al club. Los ejemplos que tenemos en ese sentido son totalmente negativos.

Da la sensación de que para trabajar es el ideal, pero “no hay nada menos mudo que las gradas sin nadie”, dijo Eduardo Galeano alguna vez.

Todos queremos trabajar con las mejores condiciones. Después está lo que se genera acá: un club inserto en un barrio, que se preocupa por la realidad del barrio. Eso, obviamente, con los clubes que tienen ese tipo de movimiento no se da. Le cambian el nombre, se van de las ciudades, se deja de lado a los hinchas históricos, la historia, la pertenencia en un lugar.

¿Para dónde se mueve la balanza a esta altura de tu carrera?

No sé si por la carrera, sino por la forma. Yo me crie en un equipo muy importante, siempre con la mentalidad de ganar y de darle todo al fútbol. Cuando crecés ves que hay otras realidades que van tomando importancia. Hoy estoy en un club que les da mucha importancia a otras cosas; lo valoro y por algo tomé la decisión de venir. Pero soy muy defensor de las condiciones de trabajo que debe tener el futbolista, y los clubes deben acompasarse a esas realidades que cualquier trabajador necesita. También me crie en un equipo en el que decían: “Al jugador de fútbol dale lo menos posible, porque va a dar más”. Se cree que al jugador, aunque le des un poco menos, va a dar un plus. El futbolista uruguayo está acostumbrado, y afuera, en todos los vestuarios, es referente. Si al jugador uruguayo le dieras las condiciones que tiene que tener, todo sería mucho más fácil y se generarían cosas mucho más importantes y un producto mucho más atractivo.

La pasión de jugar

¿Cómo es tu vida por fuera del fútbol?

Los días son bastante largos. Este semestre en Agronomía fue bastante especial, porque la carrera fue por Zoom o alguna plataforma virtual (como lo han hecho todas las universidades). Además, en Sauce tengo un gimnasio con un amigo. Con la pandemia estuvo bastante tiempo cerrado, pero de a poco está abriendo. Hay veces que previo a venir a entrenar a Villa Española abro el gimnasio a las 7.00, y cuando salgo de acá vuelvo, entonces el día va hasta la noche, es completo. De la carrera, si la hiciera de la manera que tendría que ser –con materias completas–, me quedaría un año o un año y medio. Pero el fútbol tiene otras realidades, voy sumando de a materias.

“Si no hubiese sido polifuncional, seguro que muchos partidos importantes no los jugaba”, dijiste. ¿Por qué es importante prepararse y tener en cuenta las propias limitaciones?

Muchas veces me preguntaron si precisamente eso no me jugó en contra. Hasta tercera división, en Peñarol, jugué de 9. Después, por un par de situaciones, jugué de volante, y echaron al lateral un par de veces y me tocó jugar ahí. En primera división tomé esa opción; el director técnico Víctor Púa dijo que yo podía jugar de lateral. Eso que dije tiene que ver también con que estaba en Peñarol: si sos juvenil siempre llegan jugadores nuevos, y más que nada de mitad de la cancha hacia adelante; yo en ese momento adelante tenía al Lolo [Fabián] Estoyanoff, a Gastón Ramírez, a [Jonathan] Urretaviscaya. La polifuncionalidad me dio la posibilidad de jugar partidos que capaz que en otro momento no hubiese jugado, y también la posibilidad de estar tanto tiempo en Peñarol: cuando los planteles se hacen relativamente cortos, jugar en varias posiciones es positivo. Me pasó también con la selección, en los Panamericanos y en los Juegos Olímpicos; si no hubiese jugado de lateral izquierdo, seguro no iba a los Juegos.

¿Qué análisis hacés del camino recorrido por la selección uruguaya?

El proceso que se ha generado a nivel de las selecciones, y la identidad que generaron el Maestro [Óscar Tabárez] y su cuerpo técnico, son un orgullo para todos. Para los que hemos podido ser parte de algún plantel el mensaje es claro: disfrutar de estar ahí. El futbolista uruguayo tiene la presión de que lo único que importa es ganar, pero creo que en todos estos años se logró generar otra identidad, disfrutar de la competencia, de la preparación, más allá del resultado. Si todo eso se hace de buena manera, hay más posibilidades de que al final haya una victoria, pero más allá de eso, hay que disfrutar del camino, del aprendizaje.

¿Disfrutaste tu carrera?

Sí. La mayoría de los futbolistas, a nivel de resultados, pierden más de lo que ganan. Necesitamos aprender a disfrutar de otras cosas. En los primeros años lo único que me importaba era ganar, que se cumpliera el objetivo; estar en Peñarol te lo exige, te criás de esa manera. Pero con el paso del tiempo vas tomando otras cosas que te da el fútbol, como venir al vestuario y conversar, entender las realidades de cada uno; la pasión es jugar. Acá hay muchos sueños, muchos chiquilines jóvenes que tienen el sueño de jugar al fútbol, de vivir de esto, pero muchas veces no pasa. Te vas dando cuenta de que el fútbol –aparte de lo deportivo y del resultado– tiene un montón de otros condimentos, y esas son las cosas que te dan las ganas y las fuerzas de seguir. Los clubes deben entender que además de crear un jugador, están creando una persona. Tengo claro que hay algunos proyectos, y el apoyo al jugador para crecer, para prepararse como persona, existe. Esa persona en algún momento no estará en el club, el club no utilizará sus servicios como futbolista, entonces, deberá haberlo creado para otra realidad, para otro tipo de vida.