Suárez llora.

Es la cuarta o quinta vez que debe hacer una pausa porque la angustia lo oprime, lo aprieta, y el equipo de las emociones queda muy mal parado, no hay forma de bajar la pelota al piso sin llorar, sin trancarse.

Luis Alberto Suárez Díaz, uruguayo, casado, padre de tres hijos, de profesión futbolista, llora en Barcelona al mediodía mientras debe –quiere– despedirse del club, de la ciudad que fueron su meta de vida desde cuando era un chiquilín.

Luis llora por dejar un cuadro de fútbol, como tal vez no se lo permitiría su padre, el Perro Rodolfo, allá en su Salto natal. Yo no soy su padre, pero lo palmearía para que llore, mucho más de lo que se puede llorar en una cancha.

Pero su emoción, su angustia lacerante, su necesidad de decir que no es por el fútbol, que es por la vida. Aunque la vida sea como el fútbol.

Pasado el mediodía allá, temprano en la mañana acá, yo también lloro. Reconozco esa angustia por ausencia futura, por destrato posmoderno, por falta de respeto con el laburante. Te uso y te tiro, aunque en un buen packaging pour la galerie.

Ese es cra

Yo lo quiero mucho a este muchacho, a este hombre. Lo admiro enormemente como futbolista, el mejor que he visto continuamente en una cancha, pero lo quiero como a un amigo. Me preguntaba internamente cuál sería realmente la apreciación que tengo sobre Luis Suárez, y en mi respuesta siempre se juntan razones y emociones, que a pesar de mi incoherencia y mi volubilidad me dejan siempre cerca de él, como si fuese quien le manda el centro o el pelotazo largo para que él vaya, y ahí, detrás de su carrera, de su cabezazo, de su tosco enganche, de su pifiada definición contra el caño, ahí vamos nosotros, todos, a festejar el infinito gol con nuestro héroe de carne y hueso.

Lo cuido, no quiero que sufra ni que la cague, pero en definitiva sé que es un ser humano, y que algún día hará cosas que no me gustan, que no compartiría, pero en otras tantas –y me da la impresión que las más– es un tipo buenazo, de los que uno incluiría en su lista de amigos imaginarios.

Todos estamos pendientes de Suárez y casi en un proceso maradoniano. Por todo lo que ha significado la vida y la carrera de Maradona para su pueblo, que es tan igual pero tan distinto al nuestro, parece que los orientales nos ponemos cerca de Luis Suárez casi siempre (siempre).

Luis frena y se acongoja una vez más. Es una despedida. Con la voz quebrada, sin poder desanudar la garganta, con su oralidad entrecortada porque su humanidad revela que algo no está bien, desliza y sentencia: “Además de un jugador se va un ser humano que tiene sentimientos”.

A pesar de que no lo conozco, como quien conoce a un vecino o compañero de generación de estudios, aunque nunca he compartido tiempo con él en alguna comilona, en un vestuario o en la redacción, sí conozco ese rictus de seriedad y tristeza. Esa mochila de angustia mañana o pasado quedará olvidada, cuando tus caderas prodigiosas vuelvan a parir otro gol con tu nueva piel, cuando en tu nueva casa tu familia se acomode como cuando te acomodás para aguantar la tacada y sacar el derechazo, y se te desenrolle la sonrisa como se te desataba la moña en el patio de la escuela.

Luis tal vez sea un poco mi hijo, en definitiva tiene la misma edad que Kike, que con estos 280 caracteres empezó a mover el molino que arrimó estas aguas: “Escuchamos muchísimo sobre él, pero generalmente lo escuchamos muy poco a él. La conferencia de prensa de despedida de Luis Suárez del Barcelona es una muestra de gratitud, personalidad y respeto. Su profesionalismo y actitud sobrepasan los límites de las canchas de fútbol”.

Ver la historia en el presente

A veces resulta extraño, pero no ajeno, advertir que estamos siendo testigos directos de una historia que en el presente ya está siendo vivida como algo épico. Luis Suarez se va de Barcelona, el club y la ciudad con los que soñó desde muchachito, siendo campeón de 13 campeonatos en seis temporadas (una Liga de Campeones, un Mundial de Clubes, una Supercopa de Europa, cuatro Ligas de España, cuatro Copas del Rey y dos Supercopas de España).

Luis Suárez se va del Barça como el tercer goleador de la historia del club, habiendo anotado 198 goles en los 283 partidos que jugó. Hay bastante desprecio y arrogancia por parte de los ejecutantes de su despido en el marco de un presente apto y pleno de expectativas futuras, un pasado reciente lleno de gloria, y la vigencia de un contrato laboral que unía al goleador con el club.

Luis llegará ahora a Atlético Madrid por dos temporadas, hasta el fin de la 2021-2022, cuando, ya con 35 años, ojalá se encamine a jugar su cuarto Mundial consecutivo. Es la segunda vez que jugará en un mismo país con dos clubes distintos. Antes le había pasado en su desembarco europeo en Holanda, donde pasó de Groningen a Ajax.

Aquí y ahora, allá y ayer, Luis es el mejor de mi mundo, el mundo que cambia todos los días, el mundo que es como un partido de fútbol, con caras serias, sonrisas, responsabilidades, éxitos, fracasos y sublimaciones.