Estamos en el estudio vacío de Canal 10. Un mundo de livings. Las escenas apagadas, dispersas por el espacio. Un espejo con bombitas, una foto de Marylin. El eco, la ebullición constante de la tele. Se oye la voz inconfundible del relator en versión cotidiana. Una charla llana. El universo del fútbol bullendo a la vez. Prendo el grabador mientras mezclamos la B, los desaparecidos, una anécdota de alguien cercano y el próximo relato. Una vez le dijeron que tenía la voz como un acordeón desinflado. Amagó con volver a la avanzada carrera de Economía, pero sólo fueron amagues. La terquedad por la pasión pudo más. Fue un adolescente arrebatado en los pasillos de la radio, de la redacción, de la televisión. Hay gente a la que nombra como puntos de inflexión en ese paso de “juntar las monedas a tener un sueldo”. En el camino del pibe inquieto al hombre calmo. Roberto Moar conversó con Garra, de los orígenes de la pasión al estado de situación en que se encuentra.

¿Qué pensás de las manifestaciones en la cancha de parte de los actores del fútbol?

A veces a los jugadores les cuesta comprometerse por distintas situaciones. El hecho de que los jugadores se manifiesten, y nos manifestemos nosotros, siempre suma y no resta. Después cada cual puede juzgarlo como quiere o hacer los comentarios que quiere, pero en la vida hay que tener una actitud comprometida, fiel a los ideales. La causa de los desaparecidos, por ejemplo, es una causa noble, sensible, que abarca más allá de los partidos políticos, que nos identifica a todos. Aplica para todo el funcionamiento de la sociedad. Los que agarramos el final de la dictadura o la salida a la democracia vimos determinadas cosas que nos marcaron. Y ahí hay una lucha intestina de familia, donde el dolor es intransferible, la necesidad de búsqueda y de explicaciones. Hay quienes dicen que los jugadores que se manifiestan tienen que ser sancionados por la FIFA, que no hay que mezclar. Pero la vida es una coctelera. Cada paso está salpicado de mantener o no la esencia de lo que pensamos. Me gustaría poder hacer un gol en vez de relatar para mostrar una remera.

¿Puede alguien, desde el relato, manifestarse de una forma similar?

Puede ser, sí. Hay que separar las políticas empresariales y las manifestaciones individuales. El otro día me mandaban un link que decía que la BBC les prohibiría a los periodistas opinar. Ni siquiera lo abrí, me pareció aberrante. Limitar nuestra capacidad de pensar, de opinar desde el respeto. A veces nos hacemos demasiado daño etiquetándonos, hay que abrir el debate, hablar, sincerarnos, decir lo que pensamos sin miedo a represalias. Combatiendo desde las ideas, abrazar con pasión esas ideas.

¿Cuál es el origen de tu oficio de relator?

Yo tenía prácticamente terminada la carrera de Economía, había sido un buen estudiante. Estaba programado, digamos, de una familia de clase media baja, a tener una carrera, un título, y revolverme en la vida así. Salvé rápidamente los primeros años de Economía, se acercaba el desenlace, y ahí en el medio empezó a aparecer la idea de relatar. Me anoté en la UTU, una tecnicatura de Periodismo aplicado a los medios de comunicación. No lo tenía muy claro, me gustaba la comunicación y me gustaba relatar fútbol. La profesora de Locución me dijo que voz para relatar no tenía, el de publicidad me dijo que había muchos relatores, y la profesora de Inglés me dijo que mi voz parecía un acordeón desinflado, que nunca iba a tener capacidad oratoria. Lo que sí tenía es que era terco y porfiado. Me empecé a preparar. Encaré a mi madre cuando me faltaban pocas materias para recibirme de Economía y le dije que me quería dedicar a lo otro. Lo primero que dejé fue el estudio contable, y empecé los primeros trabajos en radio, no remunerados, claro.

“El hecho de que los jugadores se manifiesten, y nos manifestemos nosotros, siempre suma”.

¿Lo primero que apareció fue la radio?

Surgió para hacer algo en CX46. Había fútbol de Canelones y la B. Era todo pasional. Estaba en la 30 y un día vino [Enrique] Ananía al estudio a buscar el himno de Villa Teresa, que lo teníamos sólo nosotros. Lo copió y se quedó a escuchar el programa. Me invitó a hacer canchas con él. Me fui de la 46. Mi primer partido fue Rampla y Huracán Buceo. Ahí también conocí a Alfredo Etchandy. Etchandy siempre fue muy generoso. Me invitó a La hora de los deportes a hacer una prueba. Me grabaron y conté toda la fecha, al rato estaba saliendo al aire por Canal 5. Etchandy me decía “quedaste vos, quedaste vos”. Ahí empezó otro mundo. Yo tenía muchas ganas de relatar. En mi casa, los domingos de mañana miraba fútbol italiano y me sentaba a relatar con un grabador. Un día me dieron para relatar un segundo tiempo de Danubio y Cerro en el Tróccoli y ese fue mi primer partido. Estando con Ananía se armó un equipo para relatar el fútbol de Rivera. Primero empezamos a relatar los partidos de Rivera y después surgió la idea de relatar fútbol local. Eso me dio continuidad. Una sucesión de hechos fue abriendo puertas para poder vivir del periodismo.

¿Exploraste otras formas de la comunicación?

Néstor Gutiérrez me llevó al diario El Día. Viví dos cierres del diario. Ahí aprendí sobre las necesidades económicas de la gente. El Día era como una empresa familiar, y había familias que pasaban muchos meses sin cobrar. Después pasé por La Mañana y El Diario, después volví a El Día. Era el más joven de la redacción. Escribía sobre deportes, hacía notas, entrevistas. Ahí conocí a gente muy grosa del periodismo. El premio era quedarme con el jefe de deportes, que era Abayubá Hernández, a definir el título de la página de deporte en las viejas máquinas: “A ver, piense, gurí, piense”, me decía.

¿Cómo es ese otro mundo de la televisión?

Nos fuimos de Canal 5 para el 12. No me daba mucha cuenta de lo que estaba pasando. Eran otras épocas, otros tiempos, otras plataformas. Era el año 93. En el 94 me fui al Mundial a relatar. Como no estaba Uruguay, te ponían en un cuartito. Se daban las sociedades de algunas radios, como la de Carlos Muñoz y Alberto Kesman, Juan Carlos Scelza tenía el relato a la uruguaya de Canal 10 y yo tenía el relato medio porteño de Canal 12, porque relataba un poco más rápido. Se daba más el estilo de Carlos Prieto, de nombrar a los jugadores y decir “ustedes lo vieron”. A mí me gustaba darle mucho color, mucho sobrenombre. Pedro Abuchalja me llevó a Torneos y Competencias de Argentina. Yo era un atorrante. De una puerta salía Macaya [Márquez], de otra [Carlos] Bilardo. Yo no estaba preparado para todo eso, así como apareció se fue. Seguí adelante buscando caminos, relatando para Rivera, trabajando en Canal 12. En Montevideo había tenido una experiencia en El Espectador, pero me costó relatar en Montevideo hasta que apareció [Eduardo] Lalo Fernández. Cuando me convertí en el relator de Lalo agarré continuidad. Arranqué sin darme cuenta, digamos. Después de muchos años de incertidumbre. De a poco pasé de juntar las monedas a tener un sueldo.

¿Pero la idea del relato estuvo siempre?

Relatar va emparentado con la pasión. El relator es medio loco. ¿Viste que dicen que los arqueros son distintos? ¿Qué se visten distinto, que entrenan distinto? Los relatores en la transmisión somos lo mismo. Los distintos de la transmisión. Yo soy de la idea de que el relator no puede comentar, pero nos encontrás a todos comentando. Llenos de palabras pero sin tanto contenido. Para un entrenador, encontrarle fisuras al discurso del relator es facilísimo. Por eso el comentarista es fundamental.

¿Hay una preparación especial para los partidos?

Somos medios maniáticos: la tabla, los jugadores. Cuando empecé me aprendía de memoria los cuadros, los aprendía y los recitaba. Si jugaba Corea, yo quería decir todo el nombre, no simplificar. Después vas perdiendo algunas mañas. Cuando sos joven llenás de mucha parafernalia, de mucha muletilla, después vas limando y concentrándote más en la jugada. Lo disfruto mucho todavía, eso no va a cambiar. Para mí una transmisión de fútbol es una fiesta de voces: la del locutor allá arriba, vendiendo la publicidad, el relator emocionado, el comentarista analítico, el de vestuarios, que sale como de adentro de un caño. Más que un estilo, lo que tengo es la capacidad de disfrutar cada partido. Ahora que somos más grandes, pienso qué razón que tenía Lalo Fernández en cosas que me decía, hasta en cómo se iban a transformar los medios, la puja por los derechos de televisión, las nuevas plataformas; pero sobre todo en el estilo: él, que había sido relator, veía determinadas cosas que, ahora que lo recuerdo y lo evoco, las aplico casi todas de forma inconsciente. Es como cantar, por eso, cuando quedamos afónicos compramos el jarabe para cantantes en la farmacia.