Uruguay debutará este viernes ante Alemania en el Mundial masculino de hándbol que se jugará en Egipto. Gabriel Chaparro, jugador de la selección, conversó con Garra previo al viaje del plantel. “El equipo llega bien, tenemos un grupo sólido y venimos trabajando juntos desde hace mucho tiempo, nos conocemos todos desde las formativas; pudimos venir los cuatro que jugamos en el exterior, y aunque pecamos un poco de falta de preparación ‒no por nuestra culpa, sino por el entorno de pandemia, las autoridades y demás‒, el grupo está fuerte”, sostiene el pivot de 1,94 de estatura y 110 kilos de peso, que nunca imaginó que el hándbol se convertiría en la actividad más importante de su vida.

Chaparro es uno de los profesionales que tiene la selección; además de jugar en Atlético Novás dirige a los Alevines (categoría sub 11) de ese mismo equipo español. A futuro quiere dedicarse a la nutrición deportiva; en el camino, va haciendo cursos de entrenador de a poco: empezó uno en Uruguay y en España culminó el de formativas.

Sin pensarlo

Todo comenzó 11 años atrás, cuando tenía 15 años. Luego de haber practicado diversos deportes como tenis de mesa, fútbol, básquetbol, vóleibol, bowling y boxeo, llegó al hándbol. Sin ninguna proyección y sin imaginar que terminaría siendo el deporte de su vida, porque sólo lo había practicado en el colegio, cuando, ya aburrido del fútbol, se unía a los partidos que armaban sus compañeras de clase. La golera de la selección uruguaya de hándbol de ese entonces, Victoria Graña, le avisó que se estaba armando un equipo de formativas sub 16, y él decidió unirse porque tenía muchas ganas de competir y de pasar a lo federado. “A partir de ese momento no falté nunca más a un entrenamiento”, dice Chaparro, más conocido en su entorno como Chapa.

En 2011 participó en el Panamericano de Mar del Plata para cadetes, en que Uruguay salió segundo. Al año siguiente fue citado para entrenar con la selección mayor, en 2013 disputó los Panamericanos sub 18 y sub 21, y finalmente, en 2014, peleó los Juegos Odesur de Santiago con la mayor. Con el diario del lunes, está convencido de que su lugar en la cancha es el indicado, le gusta porque “uno se encariña con la posición y la vengo haciendo hace mucho tiempo”; pero recuerda, entre risas, que en sus comienzos “no sabía que todo el mundo defendía y atacaba, no tenía idea de lo que era el juego”. Entonces, cuando el primer día de práctica formal le consultaron dónde le gustaría jugar, respondió que al lado del arco –porque quería hacer goles–, “y terminé en la posición más sufrida de todas, y de repente en la que menos goles se hacen”, afirma con resignación.

Se encontró en un deporte que lo motiva completamente y que le abrió el camino para llegar hasta donde está hoy. “Como jugador me considero un trabajador, no sólo en los partidos sino en cuanto a lo que le puedo brindar al equipo; creo que lo que me ha llevado un poco más lejos es no parar de trabajar y dejar todo de mí en todo momento. Soy un luchador”.

De Latinoamérica a Europa

En Uruguay pasó por Hebraica, Bohemios y por Pontevedrés, hasta llegar en 2015 a Luján, en Argentina, donde practicó seis meses. El segundo semestre de ese año lo hizo en Brasil (había recibido la propuesta de un equipo de Turquía pero el pase no pudo concretarse). Estuvo en Handebol Santa Maria,  Handebol Londrina y en São Caetano Handebol, hasta pegar el gran salto a la liga española. La previa en Brasil fue fundamental, porque allí fue donde tuvo un cambio radical en la preparación física: “Ahí me enteré de lo que era ser profesional, estás las 24 horas y los siete días de la semana para esto, no existen los feriados. El volumen físico que se trabaja en Brasil es muy grande, aunque se queda un poco atrás lo técnico-táctico: hacíamos pesas cinco o seis veces a la semana. En otro lado del mundo esto no se ve; de hecho, no es así en España”.

Pase de oro

Chaparro es el primer jugador uruguayo en llegar a la liga española (su compañero Maximiliano Cancio, con quien compartió equipo la última temporada, también lo logró, pero es español nacionalizado uruguayo). El cambio a lo profesional lo tomó por sorpresa. “No me lo esperaba. Mi técnico en Brasil me decía que iba a dar el salto y que me iba a ir a jugar allá y yo se lo negaba”. Pero, en el fondo, el número 20 sabía que se merecía estar en una liga como la Asobal. “Entendía que tenía que dar un salto de calidad, lo estaba necesitando, estaba trabajando para eso, y se fue gestando. Cuando llegué fue bastante duro el cambio de pasar a ser 100% profesional”.

Sus comienzos en el Puente Genil no fueron fáciles. El Chapa vivía en una pensión con varios compañeros más en Brasil, donde se gana muy poco y se van perdiendo aspectos del profesionalismo. “En España es al revés, y además jugás con gente que tiene las cosas muy claras”, considera.

Gabriel Chaparro.

Gabriel Chaparro.

Foto: Alessandro Maradei

Asume que sufrió el cambio porque la formación en Uruguay es mala, y aunque reconoce el trabajo de todos los técnicos con los que entrenó, como Gastón Lewi y Nicolás Guerra, cree que el hecho de haber empezado tarde con este deporte hace que cueste llevar los conocimientos a la práctica, “porque no digo que los técnicos no los tengan, sino que el empezar después que los demás te hace entrenar poco, y al llegar a España yo estaba muy falto de cosas muy básicas. Fue muy duro, seis meses de tener que absorber toda la información de una, y ya con 23 años te empieza a costar un poco más el hecho de asimilar todo junto y rápido”, expresa.

¿Qué precio tiene cumplir sueños?

El cambio brusco generó sentimientos encontrados. “Lo de estar lejos de casa, que antes no me molestaba porque la estaba pasando bien, me sumó, porque ahora la estaba pasando mal, no me encontraba a mí mismo, sabía que podía dar más de lo que estaba dando. El técnico me había llamado, fui recomendado por otro técnico; esa presión no está buena, porque te empieza a jugar en lo psicológico, que es casi igual de importante que lo físico”. Chaparro decidió volver a Uruguay para tratar de encontrarse. Conversó con Jorge Botejara, el técnico de la selección, y con su familia y amigos. “Me di cuenta de que no podía estar así, que no me valía de nada; de que, ya que me iba a quedar seis meses más, por lo menos tenía que disfrutar. Esos seis meses de contrato estaban, y para pasarla mal no iba a volver”.

Entonces se encontró: “Ahí desbloqueé lo psicológico y todo empezó a andar bien, entendí lo que era el balonmano: una cosa es practicarlo y otra es aprender a jugarlo. A mí me pasó que lo jugaba pensándolo desde el ‘hay una pelota y gente, y hay que hacer el gol y no importa cómo’, y cuando lo empezás a entender lo ves desde otro lado, pasás a trabajar en función de que suceda el gol, y es más interesante y está mejor”.

A partir de ese momento, jugar en la Liga Asobal fue un disfrute; haber llegado hasta ahí sin dudas es de los momentos que más destaca de su carrera. Tuvo la chance de haber competido con equipos como Barcelona, cuestiones inolvidables en lo deportivo, pero también reflexiona que, a pesar de todo, el hecho de haber jugado en su país durante mucho tiempo con sus amigos es lo más valorable. “Cuando estás acá te querés ir porque te empezás a quejar de ciertas cosas, y cuando te das cuenta de lo que significa jugar profesionalmente día a día, valorás mucho más lo que tuviste”, considera.

Vestir la celeste

Volviendo a lo deportivo, otro de sus mejores momentos fue su debut con la selección mayor en 2014, cuando tenía 19 años; desde allí empezó a generar armas para cumplir su sueño de ser profesional. Ahora tiene otro gran objetivo entre sus manos, proveniente de una meta ya lograda, que es haber clasificado por primera vez al Mundial, y otra enorme por delante, jugarlo. “Yo tuve la suerte de jugar con Maxi [Cancio] el año pasado en el mismo equipo allá en España. Ellos también compitieron menos porque empezó el torneo y se paró enseguida. Llegaron a jugar algunas finales y demás, pero nosotros venimos con el ritmo competitivo desde hace más tiempo”, explica.

Garra charrúa

Sobre lo que se viene opinó: “Vamos a pelearla contra Cabo Verde e intentar pasar de grupo. Personalmente, creo que tenemos que ir a disfrutar de la experiencia y hacer lo mejor posible en cada partido, sea cual sea el rival, porque nos toca primero Alemania y después Hungría; son rivales duros, realmente no estamos a la altura de ese nivel de competición, pero si pensamos que no vamos a poder, no vamos a poder hacerles frente mucho tiempo. Tenemos que ponernos un nivel más arriba, y si se nos da se nos da, y si no, no; no tenemos que ponernos presión, ellos son equipos que tienen muchos jugadores en el exterior y todos vienen con un ritmo competitivo mucho más alto y con mayor nivel en lo físico. Esto tiene que ser un antes y después en el hándbol uruguayo”.

Ir al primer Mundial de la selección uruguaya “es una mezcla de muchas cosas, poder estar ahí y representar al país en la máxima competición del deporte, es una recompensa del trabajo que se viene haciendo; para mí, tendría que ser un antes y un después, por lo menos a nivel visible y nivel de apoyo de infraestructura, porque ir a un Mundial a que sea una anécdota no sumaría nada”, agrega.

Chaparro espera que el Mundial deje sus frutos: “La difusión para todos los deportes mal llamados menores es lo más difícil. A partir de la visibilidad es de donde viene todo el resto, los patrocinadores, el apoyo, el dinero; todo eso generaría una estructura mejor. Nosotros clasificamos hoy, pero tenemos que tener las armas para clasificar mañana y para el futuro. Ojalá que este momento sea un hito, un antes y un después y no una anécdota”, reafirma.