Santiago Mele tocó con los guantes el oro en el Sudamericano de Ecuador de 2017, con la selección juvenil uruguaya, y partió a Turquía, donde encontró la madurez justa para volver al país con otras armas. Encontró asidero en Plaza Colonia. Mientras espera por la reanudación de uno de los más extraños torneos que han existido, habló con Garra en su casa del barrio La Aguada, a la vuelta de donde atajó su primera pelota, el jardín de infantes.

El pelotazo ya salió despedido y la maestra ni siquiera se dio cuenta. Era un partido furtivo como tantas otras veces en el recreo del jardín. Los más grandes dominaban mejor el cuerpo que los más chicos. Algunos oficiaban el rol de enseñarle al más gurí cómo pegarle a la pelota, otros se hacían los vivos. Así es casi siempre. Pero ese pelotazo no iba al arco sino a la cabeza de la maestra que conversaba y bebía un té lo más campante mientras los niños y las niñas corrían, se caían, se pegaban, se querían. “Siempre fui arquero, desde el primer día, es como que ya lo tenía en el subconsciente. A los tres años me tiraba y decía que era Fabián Carini. Tengo recuerdo de tener cinco años y atajar una pelota que iba a la cara de la maestra. Le iba derecho el pelotazo. El dueño de la pelota se llamaba Alexis. Yo sentí que pegué un salto de cincuenta centímetros, en ese momento sentí que me suspendí en el aire”.

La gestación

Santiago Mele entendió así que tenía un arquero adentro. Cuenta de la gestación del puesto, aquellas primeras apariciones: salvar a la maestra en el recreo del jardín Enriqueta Comte y Riqué, decirse a sí mismo el nombre del arquero del momento, aprender a tirarse atrás del juguete redondo a la vez que se aprenden las palabras con las que habla: “La estabilidad que en otros aspectos quizás no tuve, porque por ejemplo yo no me crie con mi viejo, me la dio vivir siempre en el mismo barrio. Yo llego y conozco a todos. Caminé tres cuadras recién y me encontré con seis personas. Toda mi vida acá, con mi abuela y mi madre. Siempre vivimos en el barrio de La Aguada. Mi vieja se vino a estudiar medicina. Tiene muchas facetas, es doctora, trabaja en un liceo de secretaria y está en la Liga Palermo ahora, como cuando yo jugaba al baby, que era presidenta del Estrella del Sur. El almacén cambió de dueño varias veces, pero es como dice la hinchada, los jugadores pasan, nosotros seguimos acá”.

El arquero de Plaza Colonia, que supo bien llevar el difícil fardo de ser las manos de un país entero, volvió de Turquía, donde vivió tres años bajo travesaños foráneos. Se llevó a La Aguada puesta en los guantes, y entendió que no es el cuerpo solo el que viaja, viajan la mente, el espíritu, el alma. Con esas variables que nos componen comenzó un diálogo quien fuera campeón del Sudamericano sub 20 de Ecuador 2017. Ese diálogo significó acercarse al hombre, dejar ir al niño para que viva siempre adentro, volver al pasito más integral que nunca, a tomar decisiones, a atravesar las propias barreras de la existencia, con una camiseta distinta a la del resto del cuadro. “Volver a Uruguay fue un despertar grande en muchos aspectos. Y mi vieja junto conmigo; ella también está atenta a estas ‘casualidades’, entre comillas, premoniciones, como quieras llamarle. Lo de arquero viene de la panza de mi vieja, que es futbolera. En 1997, que fue el Mundial de Malasia, mi vieja postergó una cirugía que tenía que ver conmigo, que estaba por nacer, porque jugaba Uruguay. Y calculo que Carini la habrá descocido, porque a los tres años yo estaba diciendo su nombre. Después entrenamos juntos en la escuela de Lorenzo Carrabs. Cuando pasó el Mundial salieron todas esas anécdotas, le hicieron más notas a mi vieja que a mí y terminé en Fox Sports hablando con él”.

Es que Mele se metió en la preciada lista de arqueros celestes antes de encontrarse con sí mismo. Ahora, que ve a la cancha con otros ojos, reconoce debilidades y fortalezas para potenciarse: “Tuve durante mucho tiempo una especie de obsesión por ser el mejor, me ponía demasiada presión, me resistía al cambio, pero en un momento me pregunté hasta cuándo iba a resistir ese malestar. Tenía que buscarle una vuelta o soltar. Entendí que ser el mejor es intangible o subjetivo, y eso te pone en comparación con otras personas, y me doy cuenta de que cuando me comparo hay una desvalorización de fondo, entonces trato de hacer base en mí, hacer las cosas bajo mis propios términos. Somos una resaca, una consecuencia de cosas que se buscaron antes”.

De lectura y otros cantares

“Arranqué a leer cosas que tienen que ver con la biodecodificación y la psicogenealogía. Por qué vienen y de dónde vienen las cosas que te pasan. Si yo no hubiese hecho eso ese año, seguía en Turquía. Fue un trabajo interno de meses. Ahora que juno más, me doy cuenta de que, cuanto más joven se empieza a despertar, menos resistencia en el chip para cortar, cuanto más grande es más difícil. Tuve de entrenador de arqueros al Flaco [Mauricio] Caro, un fenómeno, por mucho tiempo lo vi como un padre futbolístico. Pero debe haber tenido terapia a los 30. Mi primera sesión la tuve a los siete años, es como empezar a entrenar a los cinco o a los 20. Esas cosas repercuten. La cabeza también tiene un entrenamiento”, cuenta el golero de los patas blancas.

En la casa de La Aguada, donde se forjaron los primeros rasgos de la personalidad del arquero uruguayo, cuelgan cuadros pintados por su abuelo. Reconocemos la Calle de los Suspiros y pensamos en aquello de las casualidades, las premoniciones, las coincidencias. Hay un estante sostenido por dos lápices como tarugos, una foto de niño vestido de golero y otra con la casaquilla fluorescente de la selección nacional. Dice: “Hoy por hoy hay muchas herramientas que antes no había, desde lo psicológico, por ejemplo. Un técnico vieja escuela apela a la presión y a la exigencia buscando un rendimiento. Y yo creo que lo que se precisa es más comprensión. Por eso la ida a Turquía me abrió la cabeza en varios aspectos, de sacarle los tabúes o los prejuicios que antes eran considerados debilidades y ahora son fortalezas. Gracias al psicólogo hoy tengo herramientas que antes no tenía. Hay mentes que son de dinosaurios todavía. En Turquía son más conservadores, es una cultura bastante quedada en términos de igualdad de derechos, por ejemplo, del machismo, del concepto de la homosexualidad. Acá socialmente en la teoría estamos bien, nos manifestamos, sabemos lo que está bien y lo que no, pero el fútbol es el ámbito que está más resistente. Todavía falta bastante para trabajar en un ambiente que sea más humano”.

Santiago encontró en los libros y en la soledad respuestas que no pensó estar buscando. Como si la respuesta hubiese aparecido para cuestionar cuál es la pregunta, y no al revés. Un arco en otro idioma le abrió la tapa, y volver a estar cerca de los suyos y de su barrio le amplió la visual sobre el fútbol, o desde el fútbol. Cuando lo invitaron a formar parte de un programa de radio (El club de muchas cosas, por la radio Universal), no le puso juicio al qué dirán y cambió guantes por auriculares y un micrófono, que es todo un símbolo. “Al principio pensé en las resistencias desde los códigos del futbol. Cuando le comenté a mi vieja que iba a hacer radio, me dijo que había sido su sueño. La idea me divierte, pero lo que tratamos es de aprovechar esa plataforma para transmitir otra forma de ver las cosas, que se generen temas de debate. Sé que no es sólo la pata del fútbol la que sostiene a Santiago, son muchas patas que de repente terminan bancando a la pata de la pasión, que es el fútbol. Plaza Colonia tiene todo lo que estoy buscando en este momento, la gente te valora, estoy en Uruguay, que es mi casa, a una hora para ver a mi vieja. Cuando uno está en cierta vibración encuentra gente que está en esa misma, en el lugar de darse cuenta. Hay que permitir aplaudirse, por buscar una respuesta, por buscar sanar determinadas cosas”.