Cerrando la penúltima fecha del Clausura y de la fase regular de esta temporada, que sólo tuvo dos torneos, Fénix y Boston River empataron 0–0, y aparentemente el empate dejó insatisfechos a los dos en función de que ya no dependen de sí mismos, ya sea para clasificar a la Copa Sudamericana en el caso de Fénix, o para mantener la categoría en el caso de Boston River. Ahora, eso claramente no significa que el punto que obtuvieron no les sirva a ambos, porque es posible que con la Spica en el oído el sábado ambos queden en donde querían estar, y eso será por ese punto que obtuvieron a orillas de la primera playa de moda de los montevideanos de hace más de 100 años, y que desde hace décadas ha perdido su condición de lugar de ocio y baños.

Fue un partido interesante por la tensión de ambos colectivos de resolver el juego, pero a su vez en paralelo de acomodarse a futuro para sus mejores expectativas, y ello sin dudas es una variable tal vez casi imperceptible por un cuarto de hora o 30 minutos, pero a medida que el reloj avanza, incluso antes del descanso, la presión inconsciente avanza sobre los protagonistas.

Tres dividido tres

El primer tiempo tuvo tres tercios bien marcados, con alternancia de dominio en el campo y con objetivos de triunfo que, de acuerdo a lo que se iba viendo, no parecían tan lejanos de acuerdo a quién se imponía en el juego.

Boston River, que prácticamente ha tenido que jugar todo el año peleando evitar el descenso –se salvó en marzo del descenso de 2020 y ocho meses después está con la misma perturbadora incomodidad de llegar a los vestuarios, sentarse sobre los bancos de madera y ponerse a revisar los últimos tres lugares de la tabla-, tiene la resaltable particularidad de que intenta resolver cada juego de la mejor manera posible, intentando circuitos de juego, subiendo con la pelota al pie, abriendo la cancha, intentando pases de gol. No es fácil, inmersos en la angustia inocultable del desalojo, mantener el estilo.

Fénix, que se solidificó notoriamente desde que Ignacio Pallas dejó los cortos y la cueva para transformarse en el técnico del equipo, en sustitución de Juan Ramón Carrasco, que no pudo en los albivioletas sostener las mismas egocéntricas proyecciones que establecía en la selección, donde, si lo hubiesen dejado, hubiera sido campeón del mundo, tuvo momentos claros en los que parecía que llegaría al sábado pensando en ganar y volver a jugar la Sudamericana.

En los primeros 15, con el Pumita José Luis Rodríguez jugando de creativo por derecha, con Rodrigo Amaral libre y el trinitario Ignacio Pereira por izquierda, el equipo de Pallas estuvo cerca y permitió ilusionar a sus hinchas con grandes jugadas del Pumita y de Amaral. Gonzalo Falcón, como en todo el partido, estuvo impecable para salvar su arco.

Después, siempre tocando, siempre acomodándose, Boston River hizo pie en el partido e hizo lucir a Luis Manotas Mejía, también impecable defendiendo la media viola.

El último cuarto de hora fue parejo y siempre buscando el arco rival. Sin aciertos, es verdad, pero con la estrategia de utilizar el ataque como la mejor y primera defensa.

En la línea

En el segundo tiempo fue dominador Fénix, que además pudo acumular y combinar jugadores de calidad, como los ya nombrados Rodríguez, Amaral y Sapo Pereira, más Gonzalo Vega, el joven Kevin Alaniz y el veterano Fabián Estoyanoff. Y lo tuvo a maltraer a Falcón, que salvó cuatro o cinco jugadas de gol, volando contra los palos.

En la que no pudo Gonzalo Falcón estuvieron el travesaño y el Hormiga Carlos Valdez, que con toda veteranía y oficio salvó en la línea el remate de al lado que hubiese significado la derrota.

Boston River tuvo una que evitó Mejía en doble intervención.

Después, y por un lapso de cinco minutos, los albivioletas cargaron y cargaron contra el arco que da al primigenio Parque Capurro, el que no es cancha y sí lugar de encuentros, pero no pudieron festejar el gol que los hubiese dejado dependiendo de sí mismos. Ahora, a jugar, a ganar y a esperar. Pero eso será el sábado y es una historia aún no escrita.