“Los repuestos son caros y acá no conseguís, o conseguís alguno pero es un poco más ancho y encima carísimo. Los tubulares de entrenamiento te pueden durar cuatro o cinco meses, pero si estás preparando una maratón o algo así te duran un poco menos. Estos ya están medios lisos, no tengo más repuestos ahora, voy a ver cómo hago para conseguir; tengo los patrocinadores que me apoyan, pero los materiales tengo que conseguirlos solo. Y hay que traer todo de afuera. El juego de ruedas está arriba de 2.500 dólares, y este ya está para cambiar, tienen una vida útil, pero no tengo posibilidad de cambiarlos ahora”. El que habla es Eduardo Dutra, atleta que entre otros logros llegó a los Juegos Paralímpicos de 2016. Mientras lo hace, acaricia la silla y va indicando las partes a las que hace referencia. Con una toalla se seca la historia de la frente y mientras estira los brazos, tiesos por el esfuerzo, conversa con Garra sobre su vida junto al deporte y las vicisitudes de la discapacidad en torno al reloj, los tiempos, la competencia.

En la pista de atletismo de Montevideo sopla una ventisca agradable. Está entrando el verano de a poco. Las florcitas amarillas de las tipas se pegan a los championes y a las ruedas, ensucian, embellecen. Eduardo Dutra lleva puesta su vida de atleta desde que se hizo la rata en el liceo y alguien terminó invitándolo a jugar al básquetbol, hasta que rompió todos los relojes. Desde que de gurí se tiraba con los amigos del barrio por la bajada de San Martín, en skate y bici, y él aprendiendo a querer la silla, hasta que empezó a subir cada día desde el parque Batlle hasta la avenida para buscar el 102 que lo llevará a casa después de entrenar.

La pista es un pueblo. Hay unos pibes corriendo carreras con la camiseta de Peñarol, la pertenencia insoslayable. La tribuna son los padres, las madres. Y una serie de gurisas que suben y bajan las viejas escaleras al son del silbato. Un enjambre musical pasa trotando y es como una ameba que recorre el predio. Los árboles altos del parque hablan de la continuidad. Lo que va quedando de sol se cuela entre ellos y cae sobre la pista donde Eduardo va y va. Patricio Melo, su entrenador, controla el ritmo y alienta. Dale. Eduardo engancha una curva más y enfila la recta. El día se va cayendo, se le queda en la piel, es el brillo.

Foto del artículo '“Cada carrera es una fiesta”: entrevista con Eduardo Dutra, atleta de pista y de calle'

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¿En qué etapa del entrenamiento estás?

Estamos entrenando fuerte y preparando las carreras de calle de verano, San Fernando, San Antonio, unas cuatro o cinco fechas del calendario de la confederación, que las corrí toda la vida. Aprovecho porque en algunas hay premio económico para la categoría, porque hay que mantener todo esto. Lo que no gasto en championes lo gasto en la bici. Vengo todos los días a entrenar, los lunes, miércoles y viernes sólo en la mañana, martes y jueves en la mañana y en la tarde, ahora empecé a venir los sábados en la mañana. Nos dieron unas fechas para unos torneos en San Pablo y estamos entrenando para llegar en buenas condiciones. Eso sería en marzo y abril; hay una fase Nacional que es del 18 al 20 y después hay un Open que va desde del 28 de marzo al 3 de abril. Estamos gestionando para poder llegar antes a tener unos entrenamientos con los brasileños, que tienen buen nivel. También me escribieron unos amigos argentinos que vienen a la San Fernando, así que la idea es hacer una buena carrera juntos. Me potencia tener competencia con ellos. Estoy seguro de que cuando hice récord nacional en la San Felipe y Santiago podría haberlo mejorado hasta un minuto más si hubiese tenido competencia.

“En la comunidad del atletismo hay compañerismo. Me usan de liebre; a mí me sirve y a ellos también. Es la parte divertida: te vas midiendo y cuando llegamos nos reímos. Esa es la verdadera inclusión”.

¿Acá en Uruguay no tenés competencia en pista?

Acá no. Comparto entrenamiento con algún atleta de élite que a veces nos piden para tirar alguna pasada, y con los compañeros de Montevideo Runners. Eso lo hace más llevadero. En la comunidad del atletismo hay compañerismo. Hay dos o tres con los que entrenamos seguido. A mí eso me gusta y además me ayuda a mantener el ritmo. Me usan de liebre; a mí me sirve y a ellos también. Ellos me dicen a cuánto tienen que correr, yo les marco el ritmo y de paso los voy alentando. Con los compañeros también hacemos pasadas cortas, 400 metros y menos incluso: 150, 120; yo tengo que hacerlas lanzado, cuando paso por al lado, ellos largan. Es la parte divertida; te vas midiendo y cuando llegamos nos reímos. Esa es la verdadera inclusión.

“Un atleta en silla de ruedas que puede compartir un entrenamiento con un atleta convencional es inclusión”.

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¿Cuál es esa verdadera inclusión?

Un atleta en silla de ruedas que puede compartir un entrenamiento con un atleta convencional es inclusión. No de la boca para afuera. Es cotidiana y sale natural, porque hay un lindo grupo en Montevideo Runners y porque en el atletismo hay buena gente. Pero hace falta mucho trabajo en la inclusión. Rara vez me vas a escuchar usar la palabra ‘discriminación’, pero de la inclusión sí porque se habla más de lo que se trabaja. ‘Discriminación’ es una palabra muy fuerte; he tenido problemas con el transporte alguna vez, por poner un ejemplo, pero no pasa por la discriminación sino por la ignorancia de la gente, que es parte de cómo concebimos la inclusión. A veces siento que no tengo fundamentos armados, pero hablo desde la experiencia. Escucho a veces hablar de la inclusión, pero veo cosas que no tienen ni pies ni cabeza. Hace poco fui a una carrera en el interior, una media maratón, y había premio sólo para los atletas convencionales, para las sillas no. Pregunté y la respuesta fue peor. No me faltaron el respeto ni mucho menos, pero no me gustó para nada. Podrían haberse esmerado más con la respuesta, al menos decirme que van a tratar de solucionarlo aunque sea para una próxima edición. Pero básicamente me dijeron que no. ¿Dónde está la inclusión ahí? Yo le meto la misma cantidad de horas que los atletas convencionales: ¿por qué para mí no hay premio? Esas son las cosas que a veces te desmotivan, pero por suerte no pasa siempre.

“Rara vez me vas a escuchar usar la palabra ‘discriminación’, pero de la inclusión sí porque se habla más de lo que se trabaja”.

¿Cuáles son las diferencias entre las carreras de pista y las carreras de calle?

Es otro suelo y las sillas en la calle son más rápidas. Generalmente compito más en calle que en pista, más que nada para medirme y ver en qué condiciones estoy y para aprovechar los premios cuando los hay. El atractivo que tienen las carreras de calle es la gente que acompaña el recorrido. A veces estás por llegar a la meta y se arma un embudo de gente que te está esperando. Me eriza de sólo contarlo, desde la primera vez que corrí una carrera hasta hoy. La pista no lo tiene tanto, salvo que sea una competencia internacional en la que pueda haber un poco más de público.

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¿Tenés algún recuerdo específico de ese encuentro con el público?

Me ha pasado de todo. Ahora ponele que soy un poco más conocido en el ambiente, pero hace un tiempo no, y recuerdo que apareció un nene de diez años a pedirme un autógrafo y yo no entendía nada. Me puso contento, pero no entendía. Ahora que soy más conocido no me pasa tanto. En el público he conocido muy buena gente, he hecho muchos contactos. El ambiente del atletismo es incomparable con el ambiente del fútbol, por ejemplo. Cada carrera es una fiesta. Una celebración deportiva. Siempre destaco eso del ambiente del atletismo, en las carreras de calle más que nada. En las carreras de pista lo que pasa es que cuando viajamos conocemos muchos deportistas que a nosotros nos han nutrido mucho, nos han enseñado mucho: los atletas argentinos, los brasileños.

“A veces estás por llegar a la meta y se arma un embudo de gente que te está esperando. Me eriza de sólo contarlo, desde la primera vez que corrí una carrera hasta hoy”.

¿Qué tan importante es poder nutrirse del otro con el que vas a competir en un deporte individual?

Tengo un amigo español, Rafa Botello, que conseguí que lo trajeran para entrenar con él. Un atleta de élite en silla de ruedas, invitado a todas las grandes maratones del mundo. Tremendo atleta. Nos conocimos personalmente en un viaje a Colombia, me apoyó mucho, siempre está dándome algún consejo. Cuando logré hacerlo venir, fue maravilloso. Una semana entrenando juntos, la sabiduría que me transmitió fue tremenda. Andábamos en silla por la calle, hacíamos los fondos en la rambla o veníamos a la pista. La primera buena marca en diez kilómetros la hice con él. Metimos dos carreras en ese tiempo, una en Salinas y la Doble San Antonio, que yo le dije a Rafa que era un cerro, que era dura, pero cuando terminó la carrera no lo podía creer. Le gané esa carrera porque estaba más fuerte para subir repechos, aunque él sin dudas es mucho mejor atleta que yo. En Salinas, que hice tremenda marca, me ganó él, pero llegamos casi juntos: tiraba él un poquito y yo otro poco. Siempre lo tuve cerca. Rafa es un tipazo y me hizo mejorar mucho; la experiencia del otro te suma muchísimo.

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¿Cómo fue que te encontraste con el deporte en la vida?

Empecé en el deporte una vez que me hice la rata en el liceo 41. Me iba en la silla por San Martín y paró un muchacho en auto para ver si quería jugar al básquetbol en silla de ruedas. Tendría 15 o 16 años. Así empecé; era un mundo nuevo, yo no tenía relación con otras personas en situación de discapacidad. Aparecieron hasta los chistes sobre discapacidad, ese humor negro que a veces tenemos, que lo absorbí y que es imposible sacármelo. A veces la gente me escucha y no sabe si reírse o qué. No era muy bueno para embocar, pero era rapidísimo. Corría toda la cancha de punta a punta pero no metía una, y un día me invitaron a correr una San Felipe y Santiago. Corrimos esa carrera en sillas de básquetbol y, después de eso, nos terminamos juntando a entrenar. Era la tercera edición de la San Felipe y Santiago, y ya vamos por la número 26. Es un lindo recuerdo que tengo, el de todas las sillas andando por la rambla. En Coimbra pasé al que le tenían más fe y quedé primero, me pasó otro que tenía una mejor silla que yo y quedé segundo, me destaqué. Para el año siguiente compraron dos sillas de carrera brasileñas, una la usé durante muchos años, fue con la que logré todos los triunfos. Años más tarde, cuando empecé a conocer más de sillas, le empecé a decir “la carreta”, porque claro, al lado de esta que tengo ahora, era una carreta. Con esa misma silla fui a Buenos Aires con Patricio, mi entrenador, a aprender y a capacitarnos, y unos años más tarde Nike me compró mi primera silla. Nos pusimos las pilas, adquirimos experiencia, fuimos mejorando gradualmente. Quizás este año haya sido el que más mejoramos.

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¿Cómo se manifiesta ese “mundo nuevo” de la adolescencia por el deporte al día de hoy?

El deporte me abrió mucho la cabeza, me abrió un mundo nuevo, me cambió la vida. No sé qué hubiera sido de mi vida, discapacitado y con pocos recursos, si no hubiera sido por el deporte. En la primaria usaba piernas ortopédicas, cuando empecé a usar la silla me generaba mucho rechazo. Pero a las semanas ya nos tirábamos por la bajada de San Martín con mis amigos en la silla, en bicicleta y en skate, y eso me ayudó a avanzar, a superar ese rechazo. Con el tiempo dejé de usar las piernas ortopédicas, me acostumbré demasiado a la silla y hoy la prefiero, y eso es gracias al deporte. Sé que me pierdo algunas cosas que afectan, como no poder caminar de la mano o abrazados con tu pareja, cosas cotidianas que una persona con piernas puede hacer y yo no; pero ya no son un bajón ni nada, estoy muy cómodo en la silla, me gusta mi silla, y la silla deportiva me gusta más todavía.