“Creo que tiene que haber más gente del fútbol trabajando en el fútbol”, dice, reflexivo, con los brazos cruzados, sentado en un banco de hormigón del Parque Capurro: su primera casa en el fútbol a la que siempre vuelve.

Más temprano a la mañana el sol ilumina el césped, el tejido y el mar, mientras Fabián va y viene con aplomo, sin despegarse demasiado del círculo central de la cancha desde donde habilita a sus compañeros, con pases de gol en profundidad.

Luego de dos horas de entrenamiento con fútbol y una charla final con sus compañeros y su entrenador, Ignacio Pallas, nos recibió amable y sencillo, para preguntarle por este año diferente en su vida, por Fénix y Peñarol. Recordará notablemente fechas, cantidades, partidos, momentos y los nombres de los jugadores de cualquier plantel que alguna vez integró. También los de sus vecinos y sus amigos y, si en algún caso la respuesta le quedase por un momento rezagada, la seguirá buscando en su mente mientras seguimos hablando hasta encontrarla para traerla a cuento y completar la historia con todos sus protagonistas.

¿Estás jugando de mediocampista ahora?

Hoy justo en este entrenamiento el técnico me puso en esa posición porque faltaba algún compañero, y sí, puedo jugar de volante por afuera, por derecha. Ahí hay que ayudar más en la marca. Pero mi posición habitual es puntero derecho; lo que pasa es que casi nadie juega con puntero derecho.

Es la posición que más me gusta, lo único que tenés que hacer cuando tenés la pelota es dedicarte a correr para adelante. Sigo sintiendo el puesto del viejo y querido puntero.

¿Físicamente cómo te sentís?

Estoy muy bien. Con Nelson Fontes [preparador físico] hicimos una excelente pretemporada y eso es fundamental. No me perdí un entrenamiento. Lo que corrés con este tipo es impresionante.

¿Cuándo fue tu primer partido?

Debuté en Fénix en el 99 en la cancha de Salus, en la B, con el Pato Castro como técnico. Ahí jugué dos partidos. Y al otro año, ya con Miguel Ángel Puppo [director técnico] hice toda la pretemporada, y ascendimos con Fénix, que hacía como 18 años que no estaba en la A. Después vino todo muy rápido. En 2001 me citaron a la selección y mi carrera dio un giro enorme.

¿Cómo creés que ha cambiado el fútbol uruguayo, comparado con aquella época?

Se pega mucho menos. Hasta en los entrenamientos. En el 99 a mí me suben con 17 años y de las patadas que te pegaban, me acuerdo que terminaba los entrenamientos llorando. Hoy se juega un poco más, hay más velocidad y las canchas han mejorado muchísimo. Antes corrías y te tapabas de tierra, había pozos. Fijate que han pasado más de 20 años.

A pesar de eso, saliste adelante. ¿En quién te apoyaste en tus inicios?

En mi familia, mi entorno, mi abuela Norma; mi abuelo, don Cholo, fue muy importante en todo. Tenía una relación muy estrecha con mis abuelos. Mi abuelo tenía quinta, mercado y un puesto que llevaban muchas horas de atención. Mi mamá era peluquera y mi padre trabajaba en Antel. Todos muy laburantes. Y mi abuelo siempre buscaba tiempo para venir a los partidos y para traerme a los entrenamientos. Después, más allá de eso, el amor y los valores que me dieron mis padres como ser humano, que los reforzaban mi abuelo y mi abuela.

¿Y a quién mirabas en tus inicios? No sé si cómo ídolo, pero al menos como referencia.

Ídolo, el Patito Aguilera. Aunque no era puntero, siempre me gustó. Después siendo niño me gustaba Darío Silva, que en muchos partidos lo ponían de puntero derecho, y Antonio Alzamendi. Ya cuando había debutado en primera me gustaba mucho Vicente Carucha Sánchez, con quien después tuve la suerte de compartir plantel en la selección uruguaya.

¿Qué tiene de especial el Parque Capurro?

Es un club de barrio donde, desde que vos salís de la cuadra y das toda la vuelta, te saludan todos los vecinos. Yo estoy acá desde los 12 años y vos podés venir a la cancha y te vas a encontrar con la misma gente, solamente con más años. Le meten un amor tremendo al club. Fénix es una familia de barrio. Tiene un lugar hermoso para venir. Tanto si estás en la cancha o si te sentás en la tribuna, te enamora el paisaje. Y esa entrada a Capurro con toda la bajada para llegar a la cancha me trae los mejores recuerdos.

A veces en los partidos ‒y uno ya está grande, 39 años‒ estoy en la cancha, mi madre todavía no llegó, y yo miro para el portón, y me recuerda a cuando veía entrar a mis abuelos. La verdad es que este lugar te traslada a cosas lindas que uno vivió.

Y hoy sos de los más grandes del plantel.

Sí, seguro. Soy hasta más grande que el entrenador, fijate.

Y de la gente que trabaja acá, ¿quién queda de tu primera etapa en el club?

Bueno, el Pájaro, que está siempre cuidando los autos. Un crack el viejo, muy conocido acá en Capurro, lo adora todo el mundo. Tiene un cariño especial y un aprecio enorme por mí porque me conoce de cachorrito. Después está Elena. Ella me conoce de chiquito. Junto con su esposo Miguel, que falleció hace un tiempo y era canchero y utilero del club, siempre cocinaron acá y me dejaban comer con ellos.

¿Qué es lo que más disfrutás de esta etapa de tu carrera?

Todo. Realmente se lo digo a mis compañeros. Son 23 años que llevo jugando en primera división y es de los mejores grupos en los que he estado. Lo que más disfruto es venir temprano, quedarme a charlar, a tomar unos mates, somos como 15 a los que nos encanta ir a pescar. Pasamos más tiempo juntos que con la familia.

¿Y ya tenías el hábito de la pesca?

Sí, me hace muy bien, aparte. Me encanta. Paciencia, tranquilidad. A veces no sacás nada, pero se dan charlas, o te quedás mirando a la nada. Lo hago más como terapia que como deporte.

¿Y qué sale?

Hay de todo. Nosotros casi siempre tratamos de ir por el pique de la corvina, pero salen roncaderones, roncaderas, alguna burriqueta.

Foto del artículo 'Fabián Estoyanoff cuenta cómo superó la depresión y ya proyecta su futuro como entrenador'

Foto: Federico Gutiérrez

¿Qué tenía aquel equipo de Peñarol de 2011 del que fuiste parte y que llegó a una final de la Copa Libertadores?

No sé. Creo que había mezcla de garra, calidad y una conexión tremenda con el hincha. Ese tipo de conexión no se da siempre. Uno ha sido hincha, y tu cuadro pierde un partido y puteás. Jugábamos el Campeonato Uruguayo, y de repente Diego [Aguirre, DT de ese Peñarol] ponía a todos los suplentes, y la hinchada estaba igual, y alentaba. O nos decían “no importa, muchachos, lo que importa es la Copa [Libertadores]”, y cuando arrancamos nos comimos tres con Independiente y Liga de Quito nos hizo cinco en la primera rueda. Después en la cancha de Vélez, en la semifinal, lleno de hinchas de Peñarol. Eso fue espectacular.

Y en el partido contra el Inter de Porto Alegre en Brasil el equipo muestra algo diferente, ¿no?

Ese fue el cambio. Habíamos dejado eliminado al actual campeón de América. Y ahí empezamos a creer. Lo de Inter, lo de Vélez y lo de Chile fueron tres momentos que marcaron esa copa. En Chile [contra Universidad Católica en cuartos de final] nos cagaron a pelotazos, estábamos casi eliminados. Íbamos a penales. Hago el gol en el minuto 87, 89, y nos tenían que hacer dos más. Nunca había escuchado tanto silencio después de un gol. En un rinconcito, nomás se sentían los bombos de la hinchada de Peñarol. Enmudeció el estadio.

¿Pensaste en la posibilidad de ser técnico de fútbol en un futuro?

Sí, me estoy capacitando. Hace tres años que estoy haciendo el curso y me recibo en estos días. Me veo como entrenador, pero no todavía. Me gustaría hacer algunos viajes, como a Valencia, donde jugué, ver cómo se manejan en otros lugares y otros técnicos que tuve, como Joaquín Caparrós o Víctor Espárrago. Charlar con ellos y sacar cosas buenas. Una de las cosas que aprendí es que más allá de que uno pueda tener muchos años jugando al fútbol, pasás a otra cosa que es totalmente distinta, que tiene que ver con toma de decisiones, entrenamientos y saber cómo armar un plantel.

Hace unos meses fuiste noticia porque contaste que habías sufrido de depresión. Muchas veces se le dice al jugador “no necesitás ninguna otra motivación que estar en un gran club, o en una selección”, por ejemplo. Pero no funciona así, ¿no?

No. Motivación tenés que encontrar en cada cosa. Pero hay veces que no la encontrás. Y vos me dirás “sí, pero eso en gente que tiene problemas”. Bueno, si vos no encontrás motivación, es porque el problema ya existe. A mí no me faltaba nada. Si vos me preguntás a mí por qué me dio depresión, no sé. Dos hijos maravillosos, una familia hermosa, mis padres a quienes amo con toda el alma, mis hermanos, a nadie le falta nada. ¿Qué me faltaba?, ¿qué era lo que a mí no me dejaba levantarme de la cama?

¿Y te diste cuenta de golpe, fue algo progresivo?

Medio de golpe. Cuando empecé a darme cuenta, un día no me quería levantar; podía ser, te puede pasar. Decís “hoy la verdad no tengo ganas”, por cansancio, lo que fuera. Pasaron dos, tres días, me levantaba a las cuatro de la tarde, me daba vuelta para un lado y no sentía ganas de levantarme, y así estuve como dos meses. Había empezado a entrenar acá en Fénix, venía a un entrenamiento y a los dos siguientes, no. Llegaba el fin de semana y jugaba pero no le encontraba motivación, ni al fútbol ni a la vida ni a nada.

¿Y cómo empezaste a salir?

Me fui un día a la casa de mis padres y les conté. Le dije a mi madre que me sentía mal y me quería internar porque no le encontraba sentido a la vida. Y entre llantos me dijo: “Bueno, vamos a ver a un psicólogo”. Fui. Le conté todo esto que te digo y más. Me dio pase a un psiquiatra.

Para el no entendido, para el que no sabe, están esos prejuicios de “que el psiquiatra te medica, al psiquiatra van los locos”. Y al principio a mí también me costó. Estuve dos semanas en las que no quería ir, hasta que sentí algo adentro que me hizo pensar: “Bo, Lolo, andá”. Y fui, me mandaron una medicación, seguí el tratamiento y de a poco me la fueron bajando.

Llegué a estar tres meses sin salir de la casa de mi hermano. Después progresivamente fui recuperando mi rutina habitual. Me despertaba temprano y con ganas de hacer cosas. Mi hermano fue de gran apoyo. Y si bien todavía me cuesta, me hace bien recordar esos momentos porque vuelvo a tener presente quién estuvo al lado mío: mi familia, mis amigos, que no me falló ninguno. Cuando la pasé mal, estuvieron ahí.

Aquel hombre que está allá [señala a Enrique Rivero, equipier de Fénix] fue uno de los que me permitió animarme a contárselo al plantel, junto con el doctor Santiago.

Vos diste un paso más, que fue decidir contar lo que te pasaba públicamente.

Se dio naturalmente. Fue en una nota con [el periodista] Federico Buysan por mi regreso a Fénix. Le digo “ojalá que esta vuelta sea mejor”. Y así se dio la charla. Viste que está eso de no contar por vergüenza, por el qué dirán. Y hoy por hoy tenemos una charla entre nosotros todos los jueves sobre cómo nos sentimos, cómo estamos.

¿Y qué te pasó con la gente y con otros jugadores después de contarlo?

Fue impresionante. Mi Instagram explotó por la cantidad de jugadores con depresión que me escribieron. Al otro día hicimos una reunión acá porque tres jugadores nuestros estaban pasando por lo mismo y no se animaban a contarlo. Conversamos y se animaron.

La mirada sobre el futbolista muchas veces es especialmente dura: que si salen, si no salen.

Sí, claro. A eso sí que nunca le di bola. Hay tiempo para todo. Yo siempre salí cuando pude. Si jugábamos un domingo, nunca me ibas a ver ni un viernes ni un sábado.

Creo que hoy con las redes sociales estamos más expuestos todavía. Si vos jugás un domingo, ¿no podés hacer una comida un jueves? ¿Qué tiene de malo? Somos jugadores de fútbol, pero somos seres humanos, y hay que disfrutar de la vida. ¿Te tenés que cuidar? Sí. Además el jugador de fútbol está en plena edad de disfrute. Lo veo ahí a Kevin Alaníz [compañero de plantel], ¿qué le voy a decir?: “Eh, gurí, no tengas sexo, o no te comas un asado porque jugamos el sábado”. No puedo, tiene que tener su salida con su novia. Claro, si jugás al otro día no te destroces en un baile. Pero tenemos que poder disfrutar como cualquiera.

¿Qué le dirías a alguien que puede estar pasando por un momento de bajón, de angustia, de preocupación?

Que se lo cuente a la gente que lo quiere y que no le tenga miedo al psiquiatra. Es una de las posibles soluciones ante determinadas situaciones. Es el paso más grande que podés dar para el resto de tu vida.