El lunes se inauguró el Complejo Deportivo del Montevideo City Torque, en Camino de los Aromos y la ruta 101. En la celebración estuvo presente el presidente de la República, Luis Lacalle Pou. Podría considerarse un momento histórico la inauguración de un complejo de esta magnitud, con el respaldo de una de las más grandes multinacionales insertas en el fútbol. Circularon varias imágenes de los vestuarios ‒muy alejados de otras realidades‒, las salas multiusos, las cinco canchas, los hidromasajes y el amplio y equipado gimnasio. De los complejos más modernos, por no decir el más moderno. Algo inédito.

La novedad fue construida en apenas siete meses como una cuestión industrial, lejos de la artesanía, como una fábrica de talentos y éxitos. La captación de Torque albergará cada pequeño producto en una casa de primer nivel y con el augurio cuestionable del éxito, el dinero, la fama, pero de la mano de un profesionalismo tácito que eleva el nivel del fútbol criollo y coloca a los grandes en la cornisa del poderío de las sociedades anónimas.

La existencia del equipo del grupo City en nuestra futbolera idiosincrasia ya no significa un hecho aislado, sino una tendencia cada vez más latente de la migración de los clubes de barrio a sociedades anónimas deportivas (SAD), que en muchos casos, como este ‒que es quizás el ejemplo más notorio‒, pueda rendir íntimamente a las arcas, profesionalmente a los jugadores y cualitativamente al fútbol uruguayo en general. Pero también hay otros casos en que las SAD han supuesto ruinas edilicias, deudas imposibles, deserciones que atentan contra el futuro prometido ‒o contra cualquier promesa‒, y clubes que vuelven de a poco a la idea originaria de ser de los socios, al principio de austeridad, o a la sucesión inminente de nuevos padrinos que encaucen la historia cada vez más olvidada de algunos equipos de antaño.

Más allá de las impactantes imágenes de lo que significa el complejo de Torque, específicamente pensado para el rendimiento deportivo, hay una frase en una de las cabeceras del vestuario principal que llama la atención. Puede ser adjudicada a Obdulio Varela, el capitán del mítico año 1950, y dice: “Los de afuera son de palo, con la celeste en el pecho somos doble hombres”.

La crítica no es hacia el viejo capitán, quien les habló a sus compañeros antes de jugar la final del Maracaná en el 50, sino a que esa frase trasladada a este tiempo pone en cuestión la masculinidad supuestamente reinante del fútbol. “Doble hombres”, cuando apenas si hemos llegado a cuestionar al hombre singular que nos habita. En ese sentido asusta, porque los antecedentes del entorno y de la historia en general no son buenos. Más que dobles hombres, deberían destacar que son tan sólo un equipo de fútbol profesional con las armas para desenredar en el campo un juego cada vez más estudiado. Y punto.