¿Es pertinente realizar un evento continental en medio de la mayor crisis sanitaria y social que ha vivido Sudamérica en los últimos 100 años?

No.

¿Tiene sentido, coherencia o sensibilidad organizar de aquí a dos semanas un evento que merece las honras y las distinciones de haber sido el primer campeonato continental de fútbol, como lo es la Copa América, con el único sentido aparente de equipararse con las fechas de competición de Europa?

No.

¿Es posible que de aquí a 11 días se dispute en Brasil, un país que lleva 16 millones de contagios y 450.000 muertos, una Copa que deberá realizarse en varias ciudades, con diez delegaciones oficiales de 75 personas cada una y personal técnico, más la prensa, que seguramente aportará centenas más de potenciales vectores?

Sí.

Pra frente Brasil

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, negacionista que relativizó la epidemia denominándola “gripecita”, ya dijo que sí, que la organizarán. Como siempre, junto a su cohorte de obsecuentes, ironizó y ridiculizó: “Hay Copa Libertadores, hay Copa Sudamericana, ahora vienen partidos de las Eliminatorias. Nadie dice nada de eso, pero si es la Copa América entonces va a causar aglomeraciones y no se puede jugar. Tenemos a Brasil y Ecuador por la Eliminatoria el viernes. ¿Alguien se ha quejado? ¿Algún periodista tuvo una rabieta por esto? No. Cuando di el visto bueno, escuchando a mis ministros, fue una hecatombe en el medio periodístico, como que estaría importando una nueva cepa. ¿Será que en la Copa América la transmisión no es de Globo, sino de SBT? Parece que sí. Lo dejo muy claro: en lo que dependa del gobierno federal, la Copa América se hará en Brasil. Desde el principio he estado diciendo: lamento las muertes, pero tenemos que vivir”.

No parece muy preocupado el presidente brasileño, ni por los otros nueve países que mandarán sus delegaciones, ni por el suyo, y todo parece reducirse a que la SBT, del bolsonarista Silvio Santos, cuyo yerno, Fabio Faría, es el ministro de Comunicaciones, le ganó los derechos de la Copa a la Globo.

El discurso de Bolsonaro fue repetido, seguramente, en cada país por algún medio de comunicación, por algún periodista especializado. El liberalismo ‒el capitalismo‒ no admite otra cosa: esto es por plata y hay que jugar. Por esa razón la Conmebol anunció las cuatro sedes en la noche de ayer. Se jugará en Brasilia, Cuiabá, Goiania y Río de Janeiro, sin presencia de público.

140 millones de razones para jugar

La Copa América, esa competencia que para algunos de nosotros parece un despropósito hacer en las actuales circunstancias, se va a jugar, y será ahora.

Las razones esgrimidas por las diez asociaciones y federaciones que participarán se centran en que hay que jugar, que hay que tener competencia, porque si no, los europeos nos sacarán ventaja. También está la razón de que se debe jugar para quedar igualados en agenda con la Eurocopa, y también hay otra razón, que no aparece muy visible pero que es “la” razón: si se juegan los 27 partidos, hay 140 millones de dólares asegurados por Dentsu, la empresa japonesa licenciataria de los derechos comerciales globales de Conmebol Copa América 2020, 2024 y 2028, en un acuerdo que cubre la venta de todos sus derechos comerciales incluyendo sponsors, broadcasting, licencias, gaming, ticketing y derechos de hospitality.

Desde estas páginas, desde hace más de un año, navegando en el mar de las incertezas hemos tratado el tema del fútbol en pandemia.

Siempre nos pareció que se privilegiaban los negocios por encima del ser humano, de la salud, de sus derechos, hasta de su supervivencia. En esa situación crítica, con más de un año navegando en un mar de incertidumbres desde las sociedades más avanzadas hasta las naciones más primarias en sus desarrollos, el deporte en general y el fútbol en particular pasan a ser elementos de segundo orden, muy por detrás de la concertación de los desarrollos de la ciencia con la ejecución de políticas de Estado que nos puedan devolver a la línea de flotación.

Hay que pensarlo, entenderlo, discutirlo. Si estuviésemos en el momento de la creación definitiva del fútbol, a fines del siglo XIX, lo calificaríamos como un juego. Un juego que justamente es eso y que no representa una responsabilidad laboral ni un trabajo. Sin otra presión que la propia pasión lúdica de sus cultores, y si sólo siguiera siendo un juego, no estaríamos ante esta situación de “tiene que haber fútbol sí o sí y la Copa América se jugará”.

Si, en cambio, revisáramos el fútbol en su condición de deporte, aquellos antiguos nosotros que somos hoy, sin abrazos y con tapabocas, estaríamos con muchas ganas de jugar y de ver fútbol.

El ecosistema del fútbol

El tema es si observamos el fútbol como negocio. Al principio, el negocio era un apéndice importante del juego y de la competencia, pero con el tiempo se lo fue devorando, y el fútbol, y los futbolistas, si bien imprescindibles, pasaron a ser lo menos importante para el negocio. Durante décadas el negocio explotó sin miramientos a los jugadores y a aquellos colectivos barriales que buscaban la gloria y no la guita. En el siglo XXI, y en pandemia, también.

Porque para el presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol, el paraguayo Alejandro Domínguez, la pandemia se logra controlar en el ecosistema del fútbol sudamericano. Así lo expresó en su discurso antes del sorteo de los octavos de final de la Libertadores y la Sudamericana: “Hasta hoy logramos demostrar que, en Sudamérica, con este protocolo, somos un ecosistema seguro. Y no me refiero sólo a jugadores, me refiero al ecosistema total del fútbol”. Domínguez hacía referencia a un guarismo excepcional que presentó, aunque sin detalles técnicos de la cifra: “Estamos aquí después de 254 partidos disputados bajo un estricto control y protocolo para cuidar la salud de todos. Hoy podemos contar muy buenos números. Este protocolo arrojó un porcentaje de seguridad, en protección de nuestra salud, con una efectividad de 99,3%. Es un número para recordarlo y más aún hoy, en que todos estamos buscando seguridad y escuchamos de las alternativas y eficacias que trae cada vacuna. Hasta hoy logramos demostrar que, en Sudamérica, con este protocolo, somos un ecosistema seguro. Y no me refiero sólo a jugadores, me refiero al ecosistema total del fútbol”.

Uno podría sospechar que cada uno de los 16 clasificados ha tenido casos positivos de covid-19. Para muestra deberían valer los 25 casos que había cuando se enfrentaron River Plate-Independiente Santa Fe, o los diez de Nacional-Universidad Católica.

Inmunes

La Conmebol, con sus 50.000 dosis de Sinovac, presenta una situación que, planteada en números y resultados de la vacunación, parece otorgar alto grado de seguridad para la competencia, y por eso Domínguez redobla el agradecimiento que ya debe haber otorgado en persona en el asado de trabajo de un mes antes: “Quiero agradecer de corazón al presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, que nos dio una mano en poder tocar las puertas correctas, y agradecer a la empresa Sinovac, que nos hizo una producción exclusiva para el fútbol sudamericano, 50.000 dosis que fueron y están siendo dosificadas para poder dar un paso más de seguridad, en función de cuidar la salud de nuestros jugadores y jugadoras”.

Lo que no se aclara es lo que ya muchas veces ha explicitado Garra: ninguna de las diez selecciones podrá jugar inmunizada en la Copa América si se hace ahora en Brasil. Es que se precisan 35 días entre la primera dosis para que se alcance el grado de inmunidad esperado. Son tres semanas entre las dos dosis y dos semanas más para que se active.

Uruguay no iniciará su vacunación (la de su delegación) sino hasta el viernes 4 de junio, y Bolivia, Chile y Venezuela lo han hecho esta semana. A ninguna de las selecciones le dará el tiempo, lo que también entra en colisión con la aparente exigencia de Brasil de que todas las delegaciones deben estar vacunadas.

La necesidad de que el infotainment central vuelva a ser el fútbol, sus campeonatos y todos los subproductos que de ahí se desprenden, insta a los poderes económicos a avasallar el sentido común, la salud y, en definitiva, los derechos humanos.

Muchos, muchísimos millones de dólares y de euros; el show dejó de ser lo que se hacía dentro de la cancha y se disfrutaba visualizando desde la tribuna, o contra el alambrado, y se fue transformando en un programa televisivo para que nos agarre en nuestras casas con la misma expectativa de quien mira la novela, la serie o la película y nos estacionemos sin control ni criterio ante la pantalla, que nos saca de ambiente y lentamente nos va inoculando qué ponernos, qué tomar, qué comer, a quién votar, de quién enamorarnos y cómo creer que vivimos, con miedo, felices, en un caos o con un precioso porvenir. Afuera, a espaldas de las pantallas, no pasa nada. No hay muertes, no hay covid, y con tapabocas y pase verde, las nubes pasan y el azul queda.

Todo esto, planteado con una eufemística definición de fiesta y competencia; pero en realidad no hay ninguna necesidad de estar jugando un mes entre selecciones de diez países con jugadores que vienen de allí y de otros tantos países de Europa y de América del Norte, sólo para quedar empardados con los tiempos de competición en Europa y que los clubes multinacionales y concesionarios con sede en Europa no deban ceder a sus jugadores cuando ellos quieren que descansen o se preparen para su próxima competencia. ¿Cuál será el estado de felicidad, individual y colectiva, que recibirán las sociedades de nuestros pueblos entre el miedo y la muerte?

La peste que te tiró

Albert Camus, el excelente escritor argelino, escribió La peste a los 34 años, cuando ya no atajaba, porque Camus había jugado al fútbol de golero. En La peste el golero y escritor nos deja ver que en las grandes epidemias, además de todo el mal biológico sanitario que azota los territorios, hay otro virus: el de la irresponsabilidad, la irracionalidad, el egoísmo y la falta de solidaridad, que hacen tanto o más daño que el virus. “Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda a las almas y ese espectáculo suele ser horroroso”, anticipó Camus.

Si no pensamos, si no dejamos que aflore nuestra mínima sensibilidad, si no somos solidarios, entramos en la manija, en nuestra gozosa adicción a estar cerca de la globa, a sudar la camiseta, a sentir el inigualable perfume del pasto. Pero nos están desnudando. Y nuestras almas dejan entrever ese horroroso espectáculo de desprecio hacia los demás, que en este caso son nuestros pares, aquellos que abrazaron el juego, que lo hicieron deporte, que nada tiene que ver con el negocio.

“La ciudad estaba llena de dormidos despiertos que no escapaban realmente a su suerte sino esas pocas veces en que, por la noche, su herida, aparentemente cerrada, se abría”.

Es horroroso.