Tras los primeros partidos oficiales de la selección mayor bajo la dirección técnica de Óscar Tabárez (en su segundo ciclo), sectores concretos de la prensa montevideana –la que se presenta como nacional– instalaron sistemáticamente una peculiar narrativa. Su desarrollo teórico y consciente se basó en ciertas premisas de carácter abstracto. Para muestra: Tabárez impulsaba, creían, un proceder “europeo” en términos de gestión grupal. En el entendido de que eso era un insumo negativo, considerado asumible a la hora de la evaluación sobre el rendimiento de un equipo de fútbol, los analistas no vislumbraban un futuro próspero para Uruguay, una patria futbolera más bien “de boliche” –decían–, que emprendería su rumbo a la Copa del Mundo de Sudáfrica portando la histórica carga de un pasado reciente de fracasos cotidianos, pues la ausencia en las últimas citas globales era, básicamente, la regla imperante.

Viejos vicios

En setiembre de 2009, Hernán Rengifo sepultó a Uruguay. O eso fue, por lo pronto, lo que percibí frente a un televisor grande y cúbico y sus sonidos. Tenía siete años e intuí, haciendo uso de la razón, que en el Mundial apoyaría a Paraguay. Carente de manejo pleno de la estadística y con un par de deberes pendientes, supuse que la derrota ante Perú constituía el decreto final: otra vez afuera.

La sorpresa recorrió el país: pese a que el entrenador no ejecutara gesto facial alguno en los instantes previos a la entonación del himno nacional en la antesala de un partido, Uruguay se clasificó a la Copa del Mundo. En el marco de un análisis producido a partir de la evidencia, un periodista se mostró indignado en televisión ante la seriedad que los futbolistas y Tabárez habían mostrado al mundo a segundos del inicio de un encuentro clasificatorio. “¿Dónde hay alegría? ¿Dónde hay distensión? Miren las caras... No, hermano. No, no. Pará, no. ¿Eh?”.

Lo de Sudáfrica es historia hecha y escrita. Por primera vez en 40 años, la selección accedió a semifinales; cuatro mundiales después, ganó un partido. Fue recibida por una marea popular liderada por niños y niñas que abrigaron la evidente consolidación de un cambio de paradigma en la estructuración de los equipos nacionales y su vinculación con el público. En los hechos, no hay proyectos sustentables y extendibles sin resultados.

Rengifo

Uruguay jugó muy mal ante Venezuela. Casi no generó peligro.

Se pueden exponer múltiples críticas a propósito del desarrollo del plan de juego. La circulación de la pelota no fue fluida, costó generar superioridades por partir de una distribución incorrecta de los espacios en la salida, en el primer tiempo no hubo amplitud en la banda izquierda por la ubicación de Martín Cáceres, se notaron enormes problemas en ataque organizado.

Diversos insumos para argumentaciones lógicas. Es un cúmulo de rubros inherentes a cualquier partido de fútbol, garantías de contenido para un análisis exhaustivo o concreto, pero que sea real. Una evaluación que exceda lo coyuntural y se reconozca en un proceso extenso, de construcción, inmerso en un contexto inédito e indefectiblemente perjudicial, con alcances mucho más profundos que lo difundido en los medios convencionales.

Estamos en una pandemia que altera el calendario de competencias, en las Eliminatorias más difíciles del mundo; con 36 puntos por jugar y en zona de clasificación. Al parecer, algo mejor que el día después del gol de Rengifo.

“La motivación también nace de la necesidad”, suele explicar Tabárez, que nos acostumbró a que no ir a un Mundial sea una exclusiva y remota pesadilla que, desde 2009, se elude con certezas, método, adhesión y paciencia. Seguro que estaremos más cerca que con los viejos vicios.

Al grito

Cierto periodismo deportivo de alta difusión habla poco y mal sobre fútbol. No necesariamente por una percepción personal que establezca diferencias conceptuales en cuanto a la visión del juego difundida por los medios hegemónicos, sino por partir estos de un abordaje superficial, trivial y comercial.

El periodismo de deportes surge como la más evidente manifestación de la tendencia a apelar a lo emotivo y a magnificar todo. Su funcionalidad comercial –común a la organización social toda, pues el fútbol no es un ente volador autónomo– lo torna coherente. El análisis y la información supeditados al entretenimiento. Estamos todos inscriptos en esa lógica y a ella respondemos. Es una cuestión de autocrítica, reestructuración y dignificación de una profesión que ya casi es mera coartada para fines de sello Instagram.