Hace 30 años, como nos recuerda el periodista Andrés Burgo, se transmitía el primer partido de fútbol de varones codificado en Argentina. Había que “pagar para ver”. Toda una reorganización económica y cultural injusta y poco democrática para acceder al entretenimiento.

Hace poco más de un mes, el Estado argentino decidió transmitir de manera libre y gratuita todos los partidos de la liga semiprofesional de fútbol de mujeres y disidencias.

Hace unas semanas, la primera jugadora trans del fútbol semiprofesional, Mara Gómez, tiró un maravilloso taco habilitando a una compañera en campo rival. Es la primera vez que lo vemos por televisión. Es que nos cuesta salir de lo obvio. Pensar lo obvio. Desgarrarlo. Desarmarlo. Volverlo a armar. Y lo obvio implicaba ver, jugar, aplaudir, disfrutar fútbol entre varones.

La periodista Ayelén Pujol, junto a muchas mujeres especializadas en deporte, en fútbol y en la conquista de derechos, nos sacudió desmitificando la imagen de que las mujeres no jugaban al fútbol. No sólo que juegan, sino que lo hacen desde hace más de un siglo. Lo que nos cuenta es cómo las volvimos invisibles, cómo no las quisimos ver, cómo nos aferramos a las posiciones más favorecidas en la repartija de derechos. Nos mostró que lo obvio se resquebraja al calor de la lucha. Que, del #NiUnaMenos para acá, el monopolio de los lugares de decisión y acción se debe diversificar en su matriz, se debe democratizar. Que hay cientos de miles de niñas y niños que crecen entre imágenes y representaciones que habilitan la utopía de sociedades más justas.

El Estado es el único que puede romper el monopolio de imágenes en televisión. Y las mujeres y diversidades le han exigido al Estado que, de una vez por todas, democratice los contenidos relacionados al deporte. Hay otras caras, otros cuerpos y otras historias que contar. Y esas historias las contarán mujeres que se formaron en universidades, en organizaciones sociales, en la militancia política, en consonancia con la discusión de perspectivas institucionales críticas vinculadas al género y las diversidades. Es un paso significativo desde el Estado, sin dudas. Pero se lo debemos a los colectivos que han resistido y luchado por más derechos. No hay medios de comunicación privados masivos que comuniquen alineaciones, grillas de partidos, anécdotas, entrenamientos de los equipos de mujeres y disidencias. Hay alguna que otra excepción, claro. Pero, aún, la publicidad de la nueva liga entre medios privados es nula o escasa. Jugadoras, periodistas, espectadoras no sólo ocupan calles, barrios, estadios, ahora televisión, sino que conjugan estrategias mixtas y solidarias en redes sociales virtuales como Twitter, Instagram y Facebook. El esfuerzo ‒siempre‒ es doble o triple.

Esto es militar en contra de lo obvio. Significa un guadañazo en contra del monopolio que supimos sostener ‒los varones‒ en relación a la pasión, el ocio y las emociones. Pero también encarna un cimbronazo a algo que sabemos controlar con violencias sutiles: el monopolio de la nostalgia. Siempre nuestro. Los recuerdos en torno al fútbol son nuestros: son nuestra radio, son nuestras revistas, son nuestros partidos por televisión; son nuestros picados de los sábados a la tarde.

Desde hace días, aquí en Argentina, las mujeres y disidencias tendrán las grabaciones, las fotos y el sonido de la radio para recordarnos que no todo tiempo pasado fue mejor. Que la emergencia televisiva de la liga semiprofesional es consecuencia de años (muchos) de lucha y que lo obvio ya no es como decíamos, sentíamos y nombrábamos.

Juan Branz es exfutbolista e investigador en la Universidad Nacional de San Martín y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina.