Gracias a la iniciativa del Grupo de Estudios Sociales y Culturales sobre Deporte (Gesocude) y la Organización Nacional del Fútbol Infantil (ONFI) en 2018 se comenzó a trabajar con la intención de crear un Observatorio sobre el Fútbol Infantil. Según fundamentan en la publicación El fútbol infantil como fenómeno educativo, social y cultural. Hacia la conformación del primer Observatorio del Fútbol Infantil (2021), sus objetivos son “analizar, sistematizar, producir conocimiento y generar insumos para evaluaciones, concretando así una fuerte articulación entre la universidad y una política en torno al deporte infantil imposible de ser entendida fuera de los componentes social, cultural y barrial”.

Además, según sostiene el mismo documento, podría producir “una mirada abarcadora que analice el fútbol infantil como un fenómeno social, cultural y deportivo. Analizará la situación existente y apuntará a colaborar con su mejoramiento o su transformación posible”.

Para conocer en mayor profundidad lo analizado y algunas potenciales transformaciones del fútbol infantil, Garra conversó con Líber Benítez, coordinador académico de la publicación, integrante del Gesocude, licenciado en Educación Física, docente del Instituto Superior de Educación Física (ISEF) y magíster en Derechos de infancia y políticas públicas.

¿Cómo caracterizarías a la política que rige al deporte infantil actualmente?

Antes que nada diría que es necesaria.

Por un lado, la forma de gestión tiene una estructura fuerte que se debate todo el tiempo entre la totalidad del fenómeno del fútbol infantil y lo que realmente puede abarcar ONFI. Es una política poco dinámica en cuanto a implementar transformaciones, con una resistencia bastante grande a las transformaciones por la propia dinámica deportiva en la que está inmersa.

Por otro lado, su organización se asimila a la propuesta por las federaciones deportivas y, en el caso del fútbol, se diseña a imagen y semejanza de la práctica adulta. Por esto, se transforma necesariamente en una preparación para la vida adulta deportiva, no sólo en términos de estatutos, sino, por ejemplo, en la comunicación, la organización de campeonatos locales y nacionales, con una estructura en que los clubes tienen que estar registrados de una manera y existe un pedido de pases para que los jugadores se cambien de club.

¿Qué nuevas hojas de ruta identificaron?

Varias, creemos que el proyecto dejó líneas posibles de ser retomadas para la concreción.

Una hoja de ruta es la revisión constante, la evaluación de los problemas y su comparación con los objetivos que la organización tiene. Dejar de decir “no, no se puede cambiar el deporte”, ya que en varios momentos se cambió. Me parece que estudiar sobre la historia del deporte puede derribar mitos existentes o colaborar con problematizar de forma ordenada y sistemática ciertas dimensiones que tenemos que volver a dialogar.

“La hoja de ruta más clara es poner los problemas encima de la mesa [...]. Más que nada para poder pensar un deporte que sea realmente el que queremos y no el que simplemente es”.

Otro aspecto importante es entender los reglamentos deportivos y los organizacionales en clave de orientación de conductas, para formar a los referentes y que ellos colaboren con pensar otras formas de organizarse en caso de que se crea necesario. La hoja de ruta más clara es poner los problemas encima de la mesa, dialogar para entender lo político y lo deportivo como dimensiones del mismo fenómeno. Más que nada para poder pensar un deporte que sea realmente el que queremos y no el que simplemente es.

En el documento se menciona: “No es necesario tener campeones si el fin de la organización, que pertenece a una órbita estatal, es la inclusión social y no la estratificación deportiva”, y que “la motivación de juntarse a jugar al fútbol debe ser juntarse a jugar al fútbol y no ser una fábrica de campeones (algunos) y perdedores (muchos), impostando este modelo como único posible [...]”. ¿Creés que ONFI puede ajustarse a estos aspectos recomendados en busca de más igualdad?

La dimensión refiere a que no es necesario tener campeones para promover la igualdad; de hecho, que haya un campeón justamente es un punto más desigual que igual, ya que es un equipo en 20. No podemos decir que hubo igualdad porque todos tenían las mismas reglamentaciones para jugar los partidos. Por ejemplo, unos viajan horas para llegar a la cancha mientras que otros llegan en auto en diez minutos. No se puede decir que el fútbol iguala, a lo sumo el fútbol promueve un espacio fugaz de igualación de condiciones competitivas ‒y ni eso, porque en realidad cuando hay competencia en juego, la igualdad no está en el plano central‒.

A mí me cuestionaron mucho cuando dije que los campeonatos no deberían ser la única posibilidad de competencia. No estoy diciendo que la saquemos, ya que es necesario trabajar sobre ella y transformar incluso el concepto de competencia que tenemos, que en realidad termina siendo con base en resultados y no en quién es más apto por condiciones y esfuerzo.

“Hoy el fútbol sacó el juego del fútbol infantil. Lo corrió del eje, propuso un juego al que juegan pocos”.

¿Es posible identificar un punto medio en el que las organizaciones o el Estado continúen preparando a los niños para la industria deportiva del futuro y a la vez manteniendo el disfrute del juego y la formación?

Puede entrar una dimensión en la que haya encuentros deportivos recreativos y que realmente la dimensión de “jugar al fútbol” entre en juego. Hoy no hay juego. Hoy el fútbol sacó el juego del fútbol infantil. Lo corrió del eje, propuso un juego al que juegan pocos.

“Afuera de la cancha se juega y adentro se entrena” es la frase de técnicos y padres del baby fútbol con quienes hablamos en las observaciones que hicimos, y está interesante. ¿Qué se hace acá? No venimos a jugar, eso es afuera de la cancha. Creo que este testimonio da cuenta de lo que está pasando con el fútbol infantil. No está mal, no hay una dimensión de maldad presente ahí, es lo que estamos proponiendo culturalmente como sociedad.

Una es consecuencia o causa de la otra. Por lo que más que identificar, el punto medio es reconocer la relación entre formación deportiva, juego e industria deportiva.

¿Podrías explicar las dicotomías y “falsas polarizaciones” encontradas en los discursos presentes en las políticas públicas del deporte infantil?

Identificamos y creemos necesario analizar varias falsas polarizaciones. Por ejemplo, entre una política infantil y la política deportiva, o entre derechos humanos y rendimiento deportivo. Para mí se puede llegar al rendimiento deportivo atendiendo los derechos humanos, esa es mi postura. Hoy por hoy no hay mucho cuidado por los discursos que se generan.

Otra dicotomía con la que no coincidimos es entre el disfrute del juego y la formación. Yo puedo disfrutar de jugar al fútbol y excluir al otro, puedo disfrutar de ser excluido si me lo enseñan así.

No podemos decir que el niño no disfruta de jugar al fútbol infantil, porque el niño recontra disfruta, aunque pueda sentirse por momentos enojado. Creo que hay una dimensión adulta y no de los niños. Porque si yo enseño que el esfuerzo y pasar por arriba al otro que juega en el mismo puesto que yo es la forma de disfrutar y jugar porque soy titular el domingo, termino enseñando que me divierto y juego pisando al otro. Somos los adultos los que tenemos formas o no de enseñar eso.

Se destaca que “no se visibilizan espacios de participación para los niños y niñas que configuran el fenómeno”. ¿Qué nuevos espacios de participación para los y las protagonistas del deporte infantil proponen o pueden imaginar?

Los espacios de participación actuales se limitan a una forma asistencial. Yo le llamo la “numerificación infantil”. Decimos que “participan de la ONFI 45.000 niños”, pero esos son los que juegan al fútbol, ¿participar es lo mismo? ¿Participar hoy es acatar el reglamento deportivo, cumplir con las dimensiones futboleras que les ponen en reglamento, saber que el técnico manda y es quien tiene la razón y el juez imparte las leyes?

No se puede decir que el fútbol no es educativo, claro que lo es, el problema está en qué educa. Yo no creo que haya una posibilidad de alejarse de lo educativo en lo deportivo. Buscar formas diferentes de transitar el deporte infantil y de educar también puede generar espacios de participación potenciales. Como que los gurises puedan armar una camiseta pintada por ellos y no usen una hecha en Taiwán. O brindar a los jugadores más grandes, de 12 y 13 años, cursos de líderes de recreación para que puedan hacer actividades con los más chicos que entran al club y que haya un vínculo entre categorías.

Hay muchas formas de que las familias participen que van más allá de la representatividad en comisiones votadas democráticamente. Cuando hay lugares que las trabajan bien, aparecen formas de participación novedosas, y cuando no, los niños reproducen la participación que tienen en el fútbol, que es limitada a lo deportivo-reglamentario.

¿Qué “procesos de inclusión excluyente” de las niñas en espacios mixtos de juego se evidenciaron en el trabajo del observatorio?

Encontramos categorías mixtas en que las niñas no terminan jugando, eso es lo que llamamos una “inclusión excluyente”. La dimensión se explica en diferentes planos, pero se resume en que las incluyen en la plantilla de un club, pero las excluyen de las convocatorias de los domingos. Es una paradoja muy grande. Si el fútbol supuestamente es inclusivo, ¿por qué en la práctica no puede jugar cualquiera?

El reglamento propone que las niñas puedan jugar de forma mixta y para eso se debería relevar qué técnicos y qué clubes están dispuestos a llevarlo adelante. Si no, después los mismos padres de las gurisas muchas veces le dicen al DT “hoy no la pongas, porque si la ponés perdemos”. Hay que entender que eso es parte de la idea de inclusión en el deporte, porque la lógica del deporte te está diciendo que tiene que jugar el que mejor puede jugar.

Entonces, entrar en el tema de la inclusión deportiva es aceptar limitantes, porque no necesariamente están todos en las mismas condiciones. El simple hecho de no saber jugar y que a los cinco años ya los están seleccionando implica que un niño o niña con cinco años ya tiene que saber jugar. Esto está generando un fenómeno interesante que es que los padres o familiares cumplan el rol de directores técnicos de sus hijos de tres a cinco años para que puedan entrar al fútbol infantil.

El documento completo El fútbol infantil como fenómeno educativo, social y cultural (2021) se encuentra disponible virtualmente en academia.edu y físicamente en la biblioteca del ISEF Udelar y la Biblioteca Nacional.