Revisar la agenda y recordar que el lunes a la noche se jugaría un partido del campeonato Uruguayo que seguramente llevaría, por varias circunstancias, apenas unos cientos de personas, me retrotrajo a mi adolescencia, cuando ante la bendición de vivir en el centro del fútbol del siglo XX, con la gurisada no nos perdíamos partido que se jugara en ese maravilloso radio de acción que conforman el Centenario, el Méndez Piana y el Palermo. No había partido al que no fuéramos. La A, la B, la C, la D. Todos los partidos, todos los cuadros, todas las camisetas.

Ahora, cuando llego al monumento histórico al fútbol y veo cemento, solo cemento, y unos pocos de nosotros tratando sin suerte de amucharnos en la noche fría, pienso que casi nunca antes -muchas veces ahora-, había visto partidos con tal gloriosa exageración de estadio para tan poca gente.

En aquellos años, en los que el tour empezaba con el primer partido del sábado y terminaba en el último del domingo, llegando a ver hasta tres partidos a la vez (desde lo alto de la Amsterdam se veía el del Centenario, el del Méndez Piana, y el del Palermo), la biblioteca de mi casa había cambiado drásticamente por la dictadura. Un par de decenas de volúmenes desapareció, y poco a poco fueron apareciendo otros tomos. No recuerdo si la obra de Ray Bradbury apareció en ese momento en mi casa, o si ya estaba, pero sé que conmovió mi vida.

Bradbury, un maestro de la ciencia ficción, fue capaz de proyectar con décadas y décadas de anticipación una realidad absolutamente impensada. Y entonces en mi enésima visita al templo pagano del fútbol, me puse a pensar si Ray Bradbury, en los tiempos en que Obdulio se ponía la pelota debajo del brazo, no hubiese escrito un relato para integrar a El hombre ilustrado, para que apareciera apenas unas páginas después de “La pradera”, y antes de que “Ninguna noche o mañana particular”. Hubiese sido sólo imaginar el fútbol concebido como un programa de televisión, el estadio como set de grabación, las cámaras interviniendo en la justicia, un club creado en 2006 desde México y luego comprado por Manchester City, que no es de los ingleses, sino de un jeque árabe que en Uruguay compra una ficha más de su juego para el City Group. Si ello no le alcanzaba, enfrente tendría a un club artesanalmente puro, nacido hace más de un siglo de las tiernas pasturas de la Plaza de Deportes de Colonia, que en 1930 dio al técnico de los ganadores de la primera copa del mundo acá en este mismo estadio, hoy vacío, lleno de cámaras, y vacío de gente.

La hora cero

Estaba anotándome estas cosas, cuando a los tres minutos de empezado el partido que no era ficción sino realidad, el de Torque – Plaza Colonia en el estadio Centenario por la 13ª fecha del Torneo Apertura, el brasileño Daniel Bahía anotó el primer gol del partido. Plaza, este disminuido equipo que no pudo ni siquiera completar el plantel para el banco de suplentes, se puso en ventaja con un gol del brasileño Daniel Bahía, que recibió desde la izquierda el pase de Quintana y con una gran capacidad de repentización sacó un remate cruzado de zurda que venció a Gastón Guruceaga.

A los 20 pudo haber llegado el segundo de los colonienses, cuando un pase de larga distancia encontró picando desde su campo a Santiago Mederos, que imprimió velocidad y conducción para quedar cara a cara con el arquero de Torque. Pero en el momento de la definición el exdanubiano no pudo acertarle al arco y la pelota se fue afuera.

Ya sin Bradbury en mi cabeza, me centré en lo que acontecía en cancha, con dominio de los visitantes, con gran capacidad para neutralizar el juego virtuoso de los de Torque, y el Flaco Álvaro Fernández conduciendo con gran calidad desde el eje central la estrategia de su equipo para adormecer el juego celeste.

Al final del primer tiempo, el chileno Marcelo Allende marcó con gran golpeo de sobrepique el gol del empate. A la alegría de los celestes por el gol, se sumó la preocupación de todos por el inconveniente que en la misma jugada del gol, pero sin ser golpeado, sin haberse caído, sufrió Renzo Orihuela, que al parecer en algún momento de la jugada se pegó con un compañero. La cuestión es que el joven zaguero levantó los brazos para festejar el gol y cayó con conmoción cerebral, por lo que fue retirado del juego.

En el segundo tiempo, Torque tomó el control casi pleno del partido, buscó con su estilo y juego bastante fluido, y pareció que podría quebrar el juego a su favor. Los colonienses igual generaron un par de jugadas de peligro, pero las jugadas del equipo de Sebastián Eguren fueron más en ataque y desequilibraron el juego, pero no el marcador a su favor.

No se lo anoté como insumo al Bradbury de 1950, pero debería por lo menos para lectores y lectoras del 2022, que Torque y Plaza están en el fondo de la tabla del Apertura. Los montevideanos con 12 puntos y los colonienses con 9. Todo suma para la tabla anual, no importa qué día o en qué torneo, y aunque no peleen nada en este tramo que ahora están definiendo Liverpool (26), Nacional, Peñarol y Deportivo Maldonado (25), y Wanderers (21), ese punto para cada uno, anoche en el Centenario, frío y vacío, puede ser un punto de arranque para otras historias.