Quizá usted, lector, podría pensar que lo mejor que le puede pasar en la vida es casarse, tener un hijo, terminar la carrera o no tener que nunca más lavar los platos. Pero no, no es así: lo mejor que le puede pasar a cualquier persona en la vida es enchufarle un apodo a otro y que le quede para siempre.

“Ahora me dicen Osito, me pusieron ese apodo a los 39 años, por Winnie the Pooh, me quiero matar”, cuenta Andrés, un uruguayo de 48 años. “Juseca”, el responsable de la creación, explica muerto de risa que “gané dos medallas olímpicas, tuve tres hijos, soy multimillonario, me recibí en una escuela técnica... pero nada se compara con esto, jajaja, ‘el Osito’ le dicen, jajajaja”.

“Efectivamente, popularizarle un apodo a otro individuo es la mayor satisfacción de todas: es lo que más libera serotonina, endorfina, dopamina y oxitocina, todas juntas, un saque de felicidad perpetua”, concluye el estudio firmado por el licenciado en administración de empresas Andrew Citizens.