Un veinteañero sale de prisión luego de pasar cuatro meses encerrado por vender documentos falsos. Sin lugar para dormir porque no tiene dinero, sin parientes a quienes recurrir porque están lejos, sin amigos a los que pedirles ayuda porque están presos, el joven Dunghuang se aventura por las calles de una ciudad inmensa que se lo traga en un minuto. Siente que no es nadie. Esa ciudad es Pekín a fines del siglo XX: 16.000 kilómetros cuadrados de ladrillo, chapa y asfalto, donde se apiñan unos 22 millones de habitantes.

Sobreviviendo en Pekín, publicada en 2019, es una novela breve y certera que no se distrae con cerezos en flor ni con estanques de aguas cristalinas. Tampoco se habla en ella de Mao ni de la Revolución Cultural ni de la Banda de los Cuatro. Quizá el mayor aporte de Xu Zechen (Donghai, República Popular China, 1978) a las letras nacionales sea justamente ese abandono radical del canon literario imperante en su cultura, caracterizado por una añoranza del mundo rural. Allá lejos quedan las novelas de Mo Yan y Zhang Wei. Allá atrás los ancianos enigmáticos, la mujeres fatales, las nieblas del ayer que nos sofocaron las lecturas más emblemáticas. Aquí, la acción transcurre cuando el capitalismo chino ya lleva dos décadas de expansión y no muestra nada exótico: los mismos enjuagues y la misma prisa, la misma explotación, las trampas del consumismo y la corrupción.

El libro, que va directo al corazón de los lectores, bucea en la dura existencia de los “nadies” en esa modernísima ciudad en donde la vida misma es una imitación: “Hay demasiados falsificadores en Pekín. Si los reúnes a todos, habrá montones, miles, millones”. Transcurre el tiempo de la apertura económica, de los grandes negocios, de las obras faraónicas para una ciudad destinada a ser, tarde o temprano, la capital del mundo. El sueño de Deng Xiaoping hecho realidad.

Así que los personajes de la novela se mueven en esa zona opaca que se ubica al margen de unas leyes que son nuevas y que nadie parece entender ni respetar. Vendedores de copias piratas de películas, prostitutas recién llegadas de las “zonas agrícolas”, tabernas mugrosas en las que se bebe cerveza para hacer negocios turbios. Cada tanto hay razias policiales, pero enseguida llegan otros postulantes a rufianes y todo vuelve a empezar.

El joven Dunghuang intenta mantenerse a flote, y para ello recurre a un amorío y luego a otro, a una amistad interesada, a una lealtad engañosa. Y corre, todo el tiempo corre para salvarse. Los personajes van y vienen, venden películas truchas, trafican documentos falsos, mienten sin problema, a veces matan. La mayoría de ellos sueña con ingresar a la universidad, única forma de progresar socialmente, o por lo menos con intentarlo.

El relato es un mazazo a las utopías del postsocialismo chino. Algunas frases, que aparecen como meros apuntes del “escenario” en el que opera el protagonista, acaban por definir ese mundo tan hostil. Son pinceladas que se sienten incómodas y cercanas: “Había una hilera de autos estacionados en la entrada del gimnasio: los ricos estaban cultivando sus cuerpos”.

La Pekín real es, en la novela, un absurdo amasijo de gente y sueños rotos. Un sitio inmenso en donde llueve polvo y arena (“ayer llovieron trescientas mil toneladas”), muchachos que duermen bajo los puentes y se alimentan de sobras junto a los puestos de comida rápida. Hay basura y crímenes. Y hay una humanidad que parece flotar en ninguna parte. Xu Zechen la retrata sin piedad, como si su prosa fuera un limpio espejo de la ciudad atroz.

Sobreviviendo en Pekín. Xu Zechen. Traducción de Liljana Arsovska y Juan Pablo Jáuregui. Siglo XXI editores, 2019. 136 páginas. E-book: 5,99 dólares.