La aparición de un nuevo medio siempre genera la tentación de la genealogía y la necesidad de proyectarse. De buscar espejos para reflejarse o para quebrarlos, y de fijar un rumbo para navegar en la construcción de algo nuevo.
En el nacimiento de la edición uruguaya de Le Monde diplomatique los puntos de referencia apuntan, en primer término y naturalmente, a la edición francesa, matriz de 31 versiones nacionales en más de 20 idiomas, pero también a una larga tradición de análisis y crónica internacional del periodismo uruguayo.
En cuanto al futuro, sus indicios deberían poder intuirse desde este primer número. Confirmar, a medida que se van pasando las páginas, que aquellos orígenes y lo que ahora nace coinciden en una intención: mirar el mundo como una forma de entender mejor el lugar desde el que se mira.
Si pensamos en la tradición del periodismo internacional uruguayo surgen, en una primera señal de la memoria, los reportajes de Eduardo Galeano en Bolivia y Paraguay1, o los de Carlos María Gutiérrez desde la Sierra Maestra cubana en 19582. También la trayectoria del semanario Marcha, que entre 1939 y 1974 hizo de las páginas internacionales un sostén casi tan esencial a su propuesta como lo fueron las secciones de política o cultura.
Luego del paréntesis obligado de la dictadura, apenas se abren los primeros resquicios democráticos regresan aquellos impulsos. Es el caso del semanario Jaque, editado por la entonces ala progresista del Partido Colorado, o de los primeros años de Brecha, publicación semanal creada por “los de Marcha” al regreso del exilio. Son solo ejemplos de un pulso que está en los barros con los que se modela este mensuario.
El ecosistema de Le Monde diplomatique alcanza un universo de dos millones y medio de lectores. Aunque no todos leen lo mismo. Cada una de las versiones nacionales elige de manera diferente entre los artículos disponibles en el número de ese mes producido en Francia, a lo que se agregan las páginas de producción regional o nacional. La versión que se realiza en Argentina, conocida como “el Dipló” y dirigida por José Natanson, llegó periódicamente a Uruguay como edición Cono Sur y estuvo en nuestros quioscos hasta junio de 2021, generando un fidelizado y numeroso conjunto de lectores que la buscaban mes a mes para tener una mirada profunda sobre los temas internacionales.
Esta necesidad de contar nuevamente con los contenidos a los que se accedía a través de “el Dipló”, sumada al interés de la diaria de generar para su comunidad un producto de análisis internacional, estuvo en la génesis del acuerdo con Capital intelectual para dar nacimiento a la edición uruguaya de Le Monde diplomatique. Una alianza que abre, al mismo tiempo, una potencialidad de enriquecer la discusión colectiva que acumula en la misma línea en que se sitúa nuestro mensuario.
No menor en el adn de Le Monde diplomatique Uruguay es la estrecha y rica vinculación de nuestro país con la cultura francesa. Lazos que, si se mira hacia atrás, tienen su nudo más fuerte en aquel joven nacido y criado en Montevideo, Isidore Ducasse, que en el siglo XIX se volvería el big bang de la poesía moderna francesa. Tan nuestro y tan puente que en su propio nombre elegido, Lautréamont, está su placenta: el otro en Montevideo.
Mirar el mundo para entender mejor el lugar desde el que se mira. Ese pulso está en los barros con los que se modela este mensuario.
A la literatura, y a otras filias como las del cine o las artes plásticas, se suman los lazos académicos y del pensamiento actuales, que sostienen la caracterización de Uruguay como sociedad francófila. Esa marca identitaria implica una necesidad de futuro: ser parte de los debates que suelen elegir a Francia como uno de sus lugares de referencia (incluso para cuestionarla) incorporando esa sumatoria de perspectivas al ajuste de foco que se hace cuando se miran los fenómenos globales.
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El número en el que comienza este viaje coincide con un episodio que impactó en la línea de flotación de lo razonable. Hay un nuevo conflicto militar en Europa dos décadas después de la guerra de Kosovo (cuando la Alianza Atlántica [OTAN], bombardeó Serbia durante 78 días en defensa de una región separatista). Ahora es Rusia la que, de modo similar, reconoce a los independentistas (en este caso del este de Ucrania) y ataca a un Estado miembro de Naciones Unidas. Lo hace con el mismo argumento de defender a civiles amenazados por el ejército del país del que se estaban desmembrando, sumado al largo reclamo por la sistemática ampliación de una alianza militar rival (la OTAN) sobre lo que Rusia considera su espacio de seguridad. Aunque ocurre de manera contemporánea a otros bombardeos sobre población civil en “guerras apagadas” –como los que lleva adelante Arabia Saudita en Yemen– y que no concitan la misma atención de las audiencias globales, el ataque ordenado por Vladimir Putin involucra actores de poderío nuclear. En nuestras páginas, un dossier aborda las motivaciones que estarían detrás del accionar ruso, la política exterior de la administración estadounidense, la eficacia o no de la llamada diplomacia de las sanciones. Quienes pagan los costos parecen simbolizarse en esa pietá del Siglo XXI de los andenes de Kiev. En este mismo número también se sistematiza lo que se sabe hasta el momento de las víctimas civiles de los bombardeos en las guerras de Irak y de Siria.
Las páginas se cierran –o se abren– en contratapa con una suerte de “Cuestionario Proust” basado en preguntas intuidas a partir de los libros de Eduardo Galeano. En esta edición muestra la trama del pensamiento y la sensibilidad del nicaragüense Sergio Ramírez, uno de los principales opositores al régimen de Daniel Ortega. Para el próximo mes ya están en nuestra mesa de trabajo las respuestas de Evo Morales.
Con la independencia que requiere el oficio iniciamos una navegación que se propone colocar en las manos de cada lector y lectora un insumo de calidad para contribuir al debate de ideas y al conocimiento del mundo. Porque más allá de antecedentes e intenciones, quizá sea cierto que no hay mejor explicación sobre un periódico que el periódico mismo. Adelante, entonces.
Roberto López Bellos, director de Le Monde diplomatique, edición Uruguay.