El presente corre tan rápido que la única manera de leerlo es dejarlo reposar. Permitir que tome un segundo aire después de la última aceleración. Por eso, de todos los artículos publicados en la edición pasada sobre la guerra en Ucrania, el más actual, el que permitía leerla con mayor claridad, era el menos atado a la contingencia. En “La eterna fábrica de la historia”, Evelyne Pieiller mostraba cómo el “centro democrático” europeo (ese que es casi tan socialdemócrata como liberal) buscaba encontrarse a sí mismo en la cuidada construcción de un “gran relato”: la lucha por las libertades y los “valores comunes”. Encontrar su definición en lo indefinido, en una capa a la vez épica y etérea para cubrir las aristas más duras de sus políticas. Una cobertura de gasa y amianto, tan suave como ignífuga. Un plástico de burbujas para que aquello que pudiera romperse en el agitado viaje a través de la política neoliberal se rompiera sin ruido, lúdicamente incluso, permitiendo a quienes se cortaban los dedos con la porcelana rota, más afilada que el acero cuando se paga la cuenta del gas, entretenerse en el rítmico y adictivo romper de las burbujas de aire mientras lo quebrado se barre debajo de los grandes conceptos que hinchan el pecho.

En este número varios artículos permiten profundizar en ejemplos concretos de esos enmascaramientos, desde Ucrania hasta Yemen. Pero hay lugares que se sepultan incluso debajo de más estratos de silencio. Es el caso del Sahara Occidental, piedra molesta en el zapato de un convidado también de piedra a ese centro europeo: el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). A fines del mes de marzo la sociedad peninsular, en especial la centroizquierda, se vio sacudida por el cambio de postura del presidente socialista respecto de la excolonia española. Pedro Sánchez, sin informar a sus socios de coalición de Unidas Podemos, envió una carta al rey de Marruecos apoyando su polémica propuesta de autonomía en lugar de la autodeterminación que prescribe el derecho internacional para el territorio saharaui.

Hay lugares que se sepultan incluso debajo de más estratos de silencio. Es el caso del Sahara Occidental.

Marruecos, que aprovechó la salida (casi desbandada) posfranquista de 1975 para apropiarse de un espacio rico en recursos naturales, quiere ser considerado el Estado marco de esa autonomía. Reinterpreta la normativa y se apoya, para tomar impulso y fuerza, en la postura de Estados Unidos e Israel, que en los últimos dos años no dudaron en reforzar su apoyo al reino marroquí en este tema. Hoy el Sahara Occidental está partido en una zona bajo administración de Marruecos y otra de inspiración socialista, la República Árabe Saharaui Democrática (reconocida por más de 80 países, incluido Uruguay desde 2005).

Pero tan importante como esos laberintos jurídicos resulta, para los españoles, el aspecto afectivo. En ese sentido todavía resuena la promesa de un jovencísimo Felipe González, recién emergiendo de la clandestinidad y todavía llevando sobre sus hombros, como un suéter, el seudónimo de Isidoro, que aseguró a los saharauis que los socialistas del PSOE estarían con ellos “hasta la victoria final”. Pero ese pasado escondía este futuro. Y tan viceversa que desde la izquierda española no se ha dudado en empuñar la palabra “traición” contra el giro del jefe de gobierno.

Roberto López Belloso, director de Le Monde diplomatique, edición Uruguay.