Cuando todavía volaba el rating, Marcelo Tinelli necesitaba estirar los tiempos del Bailando para cumplir con sus dos horas largas de show y su abrumadora lista de anunciantes, pero no podía meter un baile tras otro: la producción hubiera sido imposible, y demasiado cara. A los tanteos, con el ojo puesto siempre en el minuto a minuto, optó por ir estirando el espacio de lo que llamaría “la previa”, un diálogo semi-improvisado entre el famoso y el conductor, con el bailarín acompañante parado silenciosamente al lado, y “el acting”, una pequeña actuación que funcionaba como preámbulo de la coreografía y servía para darle contexto, en ese curioso tono de ironía y solemnidad que es la marca tinelliana. El habla popular incorporó la idea de “acting” para nombrar algo no exactamente falso sino exagerado, impostado, simulado. La decisión de los bloques del kirchnerismo de votar contra el acuerdo firmado con el FMI por el gobierno del cual siguen formando parte fue el acting de un cisma que amenaza con producirse desde que Cristina Kirchner decidió expresar en voz alta su malestar con Alberto Fernández, pero que nunca se concreta. Cartas, tuits, amagues de renuncias, videos locuados... La escena política del oficialismo adquiere la forma de un psicodrama, por usar el concepto que Pablo Touzon toma de Raymond Aron, quien en una famosa intervención había definido los sucesos de Mayo del 68 como el ejercicio de un gigantesco psicodrama colectivo, el remedo pirotécnico de una transformación radical que nunca sucede; una revolución que se actúa porque no se concreta.

El kirchnerismo no rompió con Alberto para formar una fuerza aparte, construir una diferencia política duradera y disputar el liderazgo, sino para jugar el juego viscoso de la diferencia interna. Por ejemplo, Cristina Kirchner facilitó el trámite del acuerdo con el Fondo en el Senado pero ordenó votar en contra. Máximo renunció a la jefatura del bloque pero no a la banca. Y los legisladores kirchneristas rechazaron el acuerdo... recién después de asegurarse que sería aprobado con los votos de la oposición (que al menos en este aspecto no podrá ser tildada de destituyente). El problema de esta situación psicodélica es que no solo contribuye a fortalecer a la oposición sino a estirar la distancia que separa a la política de una sociedad que mira atónita el desarrollo de un partido que no le interesa, en un contexto de inflación descontrolada, mientras la palabra “casta” gana adeptos, luego de las elecciones con mayores niveles de abstención desde la recuperación de la democracia.

José Natanson, director de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.