Feria es uno de esos libros que desesperan a los guardianes de las ortodoxias y a los críticos más empingorotados. ¿Novela o autobiografía? ¿Un ensayo acaso? ¿Un libro de memorias, con fotos y todo? ¿Una diatriba? ¿Un viaje a la semilla en pleno siglo veintiuno? En realidad, Feria es todas esas cosas y muchas otras, pero es sobre todo una narración escrita por quien entiende la literatura desde el lado menos frecuentado en estos tiempos de poses, vacíos y redes sociales: la autenticidad. Y casi siempre la autenticidad es madre de la heterodoxia.

Ana Iris Simón (Campo de Criptana, 1991) cuenta en este libro, que marcó su espléndido y polémico debut literario, su propia vida y la de su extensa familia, con allegados incluidos (padres, hermano, abuelos, tíos, primos, vecinos y amigos), en una España actualísima, aunque mientras esas historias desfilan por sus páginas, quien las lea pueda tener la impresión de que asiste a la crónica de un mundo desaparecido, arrasado por la globalización y el onanismo virtual.

Muchos se han escandalizado porque opinan que ese mundo, recreado con inocultable nostalgia por Simón, era rural, primitivo, pobretón, corto de ambiciones, conservador y nada europeo: una especie de Macondo ibérico. Es pertinente señalar que aquel universo distante y a la vez tan próximo encaja con otros ya casi olvidados en América Latina, aquí mismo en el Cono Sur, en el Tacuarembó uruguayo o el Junín argentino o el Paine chileno, bien lejos de Europa, por cierto. Debe ser que la globalización emparejó nuestras desgracias.

Feria es un libro de alto voltaje político. Los recuerdos de la autora se tensan en contrapuntos feroces entre pasado y presente, entre consignas y realidades, izquierdismos de pacotilla, corrupción y ausencia de futuro: “Igual me da envidia la vida que tenían mis padres con mi edad porque a veces, sin casa y sin hijos en nombre de no sé muy bien qué pero también como consecuencia de no tener en el horizonte mucho más que incertidumbre, daría mi minúsculo reino, mi estantería del Ikea y mi móvil, por una definición concisa, concreta y realista de eso que llamaban, de eso que llaman progreso”.

Simón sabe narrar, y lo hace con una sencillez engañosa, apasionada y, por honesta, apasionante. Va hacia el pasado, regresa al presente, se coloca ella misma en el centro de la escena y de inmediato desaparece, inserta citas de los clásicos y transcribe canciones populares, rememora anécdotas de vecindad, de velorios y excursiones. Y habla también, claro, de las ferias a las que iba de niña acompañando a sus abuelos maternos, feriantes ellos, que peregrinaban por esa “alfombra de esparto” que es La Mancha, con sus bártulos, sus modos y sus sueños.

Las raíces, tantas veces denostadas por ser “reaccionarias”, en Feria quedan al aire, y con orgullo: «Mi padre es comunista porque mi abuelo es comunista y mi bisabuelo murió exiliado en Francia por comunista. Llegó allí tras escapar de la prisión de Valdenoceda, en Burgos, y aquel exilio y los años que mi abuelo pasó viviendo en Radio Comunista, la emisora del Partido en el pueblo, y arando al sol y trabajando desde Alemania en los setenta para mandar dinero a sus siete hijos y a su mujer, mi abuela, y recibiendo Mundo Obrero de tapadillo marcaron para siempre el linaje de los Simón”.

Ana Iris Simón no se anda con vueltas cuando escribe. En Feria, al pan lo llama pan, y al vino lo llama vino. Eso, en el actual panorama literario hispanoamericano, viene a ser todo un acontecimiento.

Feria. Ana Iris Simón. Alfaguara, 2022, 224 páginas $ 790.