Junio se despliega como una cuerda entre dos cumbres, una doméstica y otra global, que tienen a Estados Unidos como protagonista. En la primera, la Cumbre de las Américas, comenzada en Los Ángeles el lunes 6, el anfitrión enfrentó desde su planificación las dificultades del visitante. Tuvo cuestionamientos de diverso calibre a su propuesta de excluir a Cuba, Nicaragua y Venezuela por considerarlos alejados de su vara democrática. Las reacciones de los jefes de gobierno del continente fueron desde el boicot de Bolivia y Honduras hasta la protesta verbal de Argentina y Chile, pasando por el trancazo que lo preocupó más: el del presidente de México, Manuel López Obrador. En cambio, en la que cierra el mes, la Cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a realizarse en Madrid los días 29 y 30, contará con todas las prerrogativas del locatario. Su plan de seguridad para los próximos diez años incluye la obligación de países alguna vez reacios, como España1, de aumentar el gasto militar para arrinconar a sus rivales geopolíticos, aun a costa de la salud de sus aliados. En este extremo de la cuerda las voces de oposición son casi inexistentes. A lo sumo un hilo apenas audible de parte del presidente francés, Emmanuel Macron. Aunque el tímido “no humillar a Rusia” de París, criticado con dureza desde Kiev2, parece estar más pensado para sostener la insostenible posición francesa en el Sahel africano que para aportar sensatez en el “lejano este” de Europa.

La retirada francesa del Sahel africano que se analiza en este número se acompaña con la búsqueda sin disimulo de Alemania de recuperar un rol en ese continente a partir de ‒o coronada por‒ la visita del jefe de gobierno, Olaf Scholz, de fines de mayo. Ante la imposibilidad de tener un sitial de liderazgo efectivo respecto de la guerra ucraniana, Berlín opta por saltar un casillero y situarse en el nuevo desafío del Sahel. La nueva estrategia de la OTAN para lo que resta de la década del veinte, que se aprobará en Madrid, incluye un capítulo de seguridad que pasa por esa zona caliente. Ahí se sitúa una línea de seguridad ante el avance islamista, caminos de circulación energética y potenciales puertos para acortar el camino del llamado “hidrógeno verde”.

La Deutsche Welle estima que tras la visita de Scholz “quedó abierta la cuestión de si Alemania desarrollará una política independiente para África Occidental y el Sahel, tras la retirada de Francia”, ya que, para decirlo con todas las letras, aunque “Alemania no se ha vuelto más importante para África [...], África sí se volvió importante para Alemania, como socio a nivel energético, como amortiguador para la seguridad, como mercado futuro”.3 Ante la sombra de las inversiones chinas y los mercenarios rusos —tanto o más preocupantes para Occidente que los islamistas— Alemania da el paso de volverse, en ese terreno, importante para la OTAN. Es que, aunque la cumbre de Madrid hable hacia los titulares sobre Ucrania, los temas clave pasarán (tanto o más) por otras geografías, más asociadas con la reconfiguración de la geopolítica de la energía que con machacar sobre un consenso que el acontecimiento total4 creado a partir del nuevo gran relato del extremo centro5 ya volvió una obviedad.

Entre canales

Bolsas de arena amontonadas en forma de barricadas en Plaza Ucrania. Cartelones con frases de Volodímir Zelensky sobre la defensa de la libertad del mundo. Gigantescos retratos al óleo de civiles movilizados haciendo la venia, no con la ironía pacifista de un Svejk6 sino con la suspensión de todos los matices que trae consigo la convicción de un paramilitar. No es Kiev, es Venecia en tiempos de una nueva bienal internacional de arte. Hace mucho que el arte contemporáneo viene siendo una respuesta que puede leerse en clave periodística. Casi un género de este oficio que se inventa nuevos apellidos (de investigación, narrativo, de soluciones) o prefijos (nuevo, nuevo nuevo) para poder hacer de una vez por todas lo que siempre ha intentado: mostrar e interpretar lo que algunos no quieren que se sepa.

Que se vea, responde el arte. Y ahí está, como un gran reportaje punk, el pabellón peruano en el Arsenale de Venecia desnudando la gran hipocresía que fue el magma en el cual se desintegró la generación de 1980 durante la guerra sucia. Lo hace en cada una de sus exposiciones la chilena Voluspa Jarpa como lo hizo desde siempre su compatriota Cecilia Vicuña, León de Oro a la trayectoria en la bienal de este año. Es arte, pero, aunque a sus creadores no les guste la etiqueta demasiado plebeya, demasiado olorosa a vieja tinta y a plomo de anacrónicos linotipos, es también periodismo. El (quizá) involuntario “periodismo instalación” del arte contemporáneo. Muestra, con una descarga significante, lo que después una segunda mirada, en general propuesta desde el texto curatorial que acompaña la obra, ayuda a cargar de sentido; pero cuyo sentido último (primario) ya está ahí, principalmente ahí, en esa primera descarga. También el pabellón ruso, cerrado a cal y canto en los jardines de Venecia, comunica.

La cobertura de portada de este número se centra en cómo el trumpismo asoma en América Latina. Asoma es la palabra para ese “grito performático” –desde la tribuna en el caso del argentino Javier Milei, desde el catafalco virtual de la carcasa manoseada del teléfono celular a través del cual emite el colombiano Rodolfo Hernández–. Ambos ya estaban cuestionados hace diez años –antes de que naciera su actual gesto político– en el envío español a la bienal veneciana de 2011. En los materiales que acompañaron el trabajo de Dora García en el pabellón de España, titulado Lo inadecuado, se recordaba cómo los filósofos de la Ilustración contribuyeron a crear un espíritu de época que postulaba que la realidad más salvaje y descarnada era mejor que cualquier máscara. Sin embargo, los Trump latinoamericanos resultan salvajes sólo en el gesto. No desnudan la realidad para mostrar su hueso, sino que tejen un manto aún más denso para sumar apariencia sobre apariencia y conservar, así, la realidad a salvo de cualquier transformación verdadera.

En el centro de Bogotá se encuentra el complejo cultural del Banco República con la exposición temporaria Huellas de desaparición.7 Las investigaciones de la Comisión de la Verdad son tomadas por Forensic Architecture, de Londres, y con el auxilio del arte contemporáneo, nuevas tecnologías y periodismo (¿de instalación?) se revelan los entresijos empresariales y políticos de tres episodios del terrorismo de Estado en Colombia: los casos de Urabá, Palacio de Justicia y territorio Nukak. De esas masacres proviene parte de los 80 mil desaparecidos de Colombia. El país, vale aclarar, nunca fue excluido de ninguna Cumbre de las Américas y en 2017 se volvió el primer Estado latinoamericano en ser socio global de la OTAN.

Junio se despliega como una cuerda que ata, con dos nudos, una misma explicación del mundo.

Roberto López Belloso, director de Le Monde diplomatique, edición Uruguay.


  1. Carmen Rengel, “40 años de España en la OTAN: cuando un país vira de las dudas al convencimiento”. The Huffington Post, 30 de mayo de 2022. 

  2. Reuters, “Ucrania rechaza las palabras de Macron pidiendo no ‘humillar’ a Rusia”, 4 de junio de 2022. 

  3. Claus Stacker, “Olaf Scholz en África: misión de estabilización cumplida”. Deutsche Welle, 25 de mayo de 2022. 

  4. Pierre Rimbert, “Evento total, colapso editorial”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, abril de 2022. 

  5. Evelyne Pieiller, “Un ideal emancipador para la vida colectiva”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, marzo de 2022. 

  6. El buen soldado Svejk (1921-1922), del checo Jaroslav Hašek, es una de las grandes sátiras literarias contra la guerra. 

  7. https://www.banrepcultural.org/exposiciones/huellas-de-desaparicion