Con tres premios nacionales de Literatura, un Bartolomé Hidalgo y un Morosoli a sus espaldas, Nigro construye su noveno poemario con la alternancia de dos registros. Uno en prosa poética, a modo de cartas para ese “niño que está lejos” (que a la vez son para sí misma, ya que el tono bien podría caberle a la intimidad del diario tanto como a la confesión de la epístola), y el otro en verso.

La búsqueda de la memoria que contiene no presenta el tono proustiano de recuperar lo sentido volviendo a transitar las sensaciones, sino que se lanza en contra de la pérdida, sea geográfica (el niño boreal, en efecto, está lejos), sea temporal (“tengo miedo de olvidar tus primeras palabras”).

Invoca otras voces mientras construye la balsa: León Tolstoi, Homero; pero también a náufragas cercanas, como Circe Maia o Amanda Berenguer. Al cerrarlo, el lector se pregunta si acaso no es el libro otra caja, esta en elegante color limón, cerrada por la autora para que el niño la abra a su vez, a modo de manual de instrucciones sobre un vínculo que se rebela contra la distancia y el desfasaje de los tiempos vitales. Por eso la carta es una carta para más tarde. Un después que sólo es posible gracias a la poesía y su intención de “atravesar con la flecha de palabras el corazón del mundo hasta que sangre su sentido”.

Si, como dice Nigro, “hay todo un universo en una gota de agua”, cabe imaginar la enormidad que cabe en un mar como el que inventa para esta navegación poética.

Mariella Nigro. Yaugurú, Montevideo, 2022. 43 páginas. 400 pesos.