Es uno de los bichos raros de la actual narrativa estadounidense. A diferencia de otros, pese a lograr una posición destacada en la vida cultural y académica de su país, él prefiere mantenerse en la periferia. Aunque nació en el norte, mantiene un vínculo estrecho con América Latina. Vive en Ciudad de México, enseña en Hartford, a veces es feliz. Sus historias suelen ser muy íntimas sin perder el tono casi periodístico que lo acompaña desde sus comienzos. Francisco Goldman (Boston, 1954) es un cronista implacable de su propia vida, en especial de sus fracasos y dolores. Implacable y a la vez delicado, lúcido y también enceguecido por el amor y la pérdida.

Di su nombre es la novela de un gran amor y de una viudez repentina y por momentos irreal. La esposa de Goldman, una joven escritora nacida en Guanajuato llamada Aura Estrada, murió de manera absurda en una playa de Oaxaca, golpeada por una ola que le seccionó la cervical. Tenía 30 años. A partir de allí, hacia adelante y hacia atrás, el narrador cuenta su luto, reconstruye la vida en común con su amada para convertir a Aura, mediante una prosa desbordada, en un personaje sólido, con sus matices y claroscuros, defectos, virtudes y sueños. Imposible no acabar amando a esa Aura tan material y a la vez distante, tan viva y tan muerta. Goldman lo hace además con un humor que en ocasiones descoloca, pero que siempre alivia.

Su más reciente libro se titula Monkey Boy y el protagonista es un álter ego del propio Goldman: un escritor llamado Frank Goldberg que, como el autor, nació en Estados Unidos, es hijo de una guatemalteca católica y de un judío de origen europeo, busca sus raíces y se siente marginado y querido al mismo tiempo. En su recuerdo de la secundaria, por momentos es tratado como un monito latino, en ocasiones como un monito judío. Es una manera de entender los contrastes y las asperezas de ese país lleno de violencia y prejuicios, un país que al decir de Paul Auster está “bañado en sangre”. La mirada de Goldman-Goldberg es rara, quizá porque sus descripciones siempre son inquietantes. De Monkey Boy:

“El viaje en metro para atravesar Manhattan tampoco pertenece por completo al mundo de la vigilia. Hay pasajeros madrugadores de gesto sombrío y cara somnolienta —algunos de ellos cabecean pesadamente al sentarse—, y unos cuantos indigentes que duermen tendidos en los asientos, cubiertos por mantas tan renegridas que parecen de acero; es como si el tren llevase a unos mineros de cansado espíritu que salen de una mina sobrenatural”.

Como periodista, en su juventud fue corresponsal de guerra, anduvo por Nicaragua en los tiempos de la contra, después se metió de cabeza en el brutal conflicto guatemalteco, vivió en ese país durante un buen tiempo y acabó por escribir un soberbio reportaje sobre el asesinato del obispo Juan Gerardi, perpetrado en 1998 por miembros de las Fuerzas Armadas de Guatemala.

La obra entera de Goldman está construida con una narrativa llena de detalles, datos y transcripciones. Son libros voluminosos que sin embargo se leen de un tirón porque atrapan y encandilan. Su prosa tiene aires descriptivos y toques minuciosos que en ocasiones resultan exasperantes. El comienzo del relato sobre el crimen de Gerardi es, en ese sentido, paradigmático. El “efecto Goldman”, ha dicho un crítico.

En sus frecuentes delirios enumerativos hay algo de raíz mestiza, muy latinoamericano: una necesidad por momentos torrencial de contar el vértigo de esa extrañeza provocada no por los dramas de la vida sino por las maravillas de la muerte.

Lo principal: Monkey Boy (novela, 2022). El circuito interior (crónica, 2013). Di su nombre (novela, 2012). El arte del asesinato político (reportaje, 1998).