Cada época tiene su crisis fundante, el trauma irreprimible de su año cero. Así como nos pasamos la primera década de este siglo volviendo una y otra vez a los estallidos de diciembre de 2001, o los años 1980 recordando el 24 de marzo de 1976, ahora es necesario revisitar la pandemia, porque allí se sitúa el comienzo de muchas de las tendencias sociales que estamos viendo en la actualidad. Volviendo a esa etapa, quisiera llamar la atención aquí sobre un sector social particular: los jóvenes, sobre todo varones y sobre todo de los sectores populares, porque creo que ellos condensan, exacerbados, algunos temas y problemas que permiten entender mejor el estado de la sociedad argentina y sus consecuencias políticas: el triunfo de Javier Milei en las PASO [elecciones primarias del 13 de agosto] y la posibilidad cierta de que se convierta en presidente. Pandemia y juventud, claves cruzadas para dar cuenta de la Argentina actual.

Una gestión adultocéntrica

Por motivos epidemiológicos (la letalidad del virus se concentraba en los más viejos) y de distribución del poder (los presidentes y legisladores suelen ser mayores), la pandemia fue gestionada con una mirada claramente adultocéntrica, que prestaba poca atención a los problemas específicos de los niños y los jóvenes. Mientras que los adultos –incluyendo, a pesar del riesgo, los mayores–, los runners y los caniches podían salir a la calle, los niños tuvieron que pasar dos meses encerrados rompiendo los sillones del departamento (en el caso de los hijos de padres separados, tuvieron que esperar nada menos que 43 días para poder reencontrarse con su papá o mamá). Lo mismo sucedió con los adolescentes. Durante cuatro meses, entre marzo y junio de 2020, un chico de 16 años del Área Metropolitana de Buenos Aires sólo pudo salir un rato al día a un radio de 500 metros de su casa. Esto generó efectos de todo tipo. Como sabe cualquier padre con hijos nadando en ese mar de dudas e inseguridades que es la adolescencia, los años previos a la adultez son los años de la construcción del yo a través de la experimentación y la búsqueda. Así como los niños necesitan correr, vitamina D, aire libre, los adolescentes necesitan el contacto con sus pares para construir su autonomía y desarrollar su sexualidad: requieren otros cuerpos para terminar de reconocer el propio (por eso el pogo es el baile principal de la adolescencia). Y también necesitan estar solos, sustraídos de la mirada paterna; necesitan, por ejemplo, guardar secretos, algo imposible si están obligados a pasar las 24 horas del día encerrados en sus casas. La virtualidad compensó pero no sustituyó estas necesidades: la Play no reemplazó al amigo, ni el chat a la novia.

El descuido resultó tanto más grave por cuanto vino acompañado por una crítica a los “jóvenes irresponsables”, la historia mil veces contada del chico que sale a bailar, vuelve a desayunar con su familia y termina más o menos asesinando al abuelo. Hacia fines de 2020 ya se habían sucedido media docena de banderazos opositores, un acto del 17 de Octubre [Día de la Lealtad, principal efeméride peronista] y las marchas por el aborto (a favor y en contra), y las tintas se seguían cargando sobre las fiestas clandestinas y los encuentros en la playa de Pinamar, como si los jóvenes fueran el único problema y como si en todo ese tiempo no hubiera habido también jóvenes que, como los residentes de los hospitales (o los repartidores de Rappi, por mencionar una ocupación de la que hoy se habla tanto), estaban en la primera línea de la lucha contra el virus.

La interrupción masiva de las clases durante casi todo 2020 fue un error. Lo sabemos ahora, aunque hay que reconocer que era difícil tomar decisiones en un escenario sin antecedentes y con información imperfecta. Pero hubo distritos, como Catamarca, que estuvieron cuatro meses sin clases a pesar de no haber registrado un solo caso de coronavirus... en toda la provincia. A nivel nacional, las escuelas recuperaron la presencialidad plena recién en noviembre, cuando ya habían reabierto bares, restaurantes, negocios de venta de muebles, viveros, gimnasios, tiendas de ropa con probador, librerías, pistas de patinaje, tiendas de venta de electrodomésticos, shoppings, locales de tatuajes, casas de tarot, sex shops, iglesias de diversos credos, casinos y bingos.

La escuela no es sólo un espacio para incorporar conocimientos: es el centro de la sociabilidad juvenil, la gran metáfora de la autoridad encarnada en el profesor y del recreo como escena universal de la diversión; es el sitio en el que los chicos conviven con compañeros pertenecientes a entornos sociales, culturales y religiosos diferentes. En términos más amplios, la escuela garantiza el acceso a diversos derechos, a veces vulnerados en el hogar: es, desde la incorporación de la educación sexual integral (ESI), una herramienta de denuncia de abusos familiares, un lugar en el que los chicos se sienten seguros. Y es también el principal organizador del tiempo familiar (por eso los paros docentes son tan desestabilizantes): algunas investigaciones muestran que, como consecuencia de la interrupción de las clases, durante la pandemia se produjo un aumento de la cantidad de jóvenes y adolescentes que dormían de día1. Aunque no hay datos precisos, se estima que unos 700.000 chicos dejaron la escuela secundaria en esta etapa. Muchos no volvieron nunca, pero incluso para los que lo hicieron el proceso de readaptación fue complicado, en parte porque una de las características fue que nunca se sabía bien qué chico –qué amigo, qué compañero de banco, qué alumno– iba a estar al día siguiente.

La cuarentena agravó problemas históricos de los jóvenes, como la violencia institucional. Los chicos de los sectores populares, muchos de los cuales viven hacinados con familias numerosas en espacios precarios, no suelen tener más lugar de esparcimiento que el pasillo de la villa, la esquina del barrio y, si tienen suerte, la canchita. Fuera de casa, se ven obligados a lidiar con los abusos de las fuerzas de seguridad. Un interesante estudio cualitativo elaborado por la Universidad de General Sarmiento detectó que uno de cada cuatro vecinos consultados denunció abusos por parte de la Policía durante la cuarentena: respuestas autoritarias, hostigamiento, “boludeo” y amenazas de detención sin justificación, en particular contra los más vulnerables (los inmigrantes y los que viven en el “fondo” del barrio, por ejemplo). El estudio también menciona las protestas contra los muertos por represión policial y contra episodios como el vallado de Villa Azul (los dirigentes macristas que decían que si ese gueto transitorio lo hubieran decidido ellos habrían sido denunciados en la Corte de La Haya tenían bastante razón).2

Cicatrices

Las consecuencias de esta etapa de incertidumbre y cuarentena se sintieron más en los sectores más pobres. No fue lo mismo la pandemia con heladera llena que vacía, con salario todos los meses que con ingresos intermitentes, con wifi que sin wifi. Pero para todos, superada la etapa más restrictiva, el mundo que emergió resulta bastante hostil. Para los jóvenes de los sectores populares, la perspectiva es el trabajo ocasional, los ingresos bajos, los servicios públicos degradados. La informalidad laboral, que había bajado a 40 por ciento hacia 2010, desde hace una década se sitúa alrededor de 50 por ciento. Para los jóvenes de clase media, el futuro está marcado por la dificultad para insertarse en los mundos profesionales, congeniar trabajo con estudio y emanciparse (es prácticamente imposible que un joven sin ayuda pueda no digamos ya comprar, sino simplemente alquilar un departamento). En los últimos 12 años, es decir más o menos lo que llevan de vida adulta, los jóvenes vieron cómo la inflación pasaba del 25 por ciento (durante el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner) al 50 (durante el gobierno de Mauricio Macri), y de ahí al 120 de hoy.

Si a los rigores de la pandemia les sumamos la crisis económica, no resulta extraño que, como muestran investigaciones y testimonios diversos, se registre un incremento de los casos de ansiedad y depresión entre los jóvenes3. Y, lo que es mucho más dramático, una ola de suicidios. Según datos de Unicef y el Ministerio de Salud4, los casos de suicidio en la adolescencia, que venían aumentando de manera sistemática en las últimas décadas, hoy baten récords: Unicef sostiene que la tasa es de 12,7 cada 100.000 adolescentes, a punto tal que constituye la segunda causa de muerte en la franja de 15 a 19 años.

El fenómeno se agudiza en los sectores populares. Como los certificados de defunción sólo informan el nivel educativo, no es posible conocer el estrato socioeconómico al que pertenecen, pero sí inferirlo: los más proclives a suicidarse tienen menores niveles de educación, es decir que son más pobres. Respecto del género, los datos muestran que las mujeres cometen más intentos, pero que los varones mueren con más frecuencia: los adolescentes varones muertos por suicidio triplican a las mujeres (18,2 contra 5,9 cada 100.000 habitantes). La investigación de Unicef lo explica por “los comportamientos culturales atribuidos al género masculino, tales como una menor tendencia a comunicar sus problemas y a reconocer que necesitan ayuda o que tienen dificultades”. Yo agregaría, de forma intuitiva, dos motivos más: el mayor acceso a armas de fuego por parte de los hombres y el hecho de que la maternidad constituye para muchas mujeres jóvenes un “plan de vida” del que los varones a menudo huyen. No hay datos, pero los responsables de salud de provincias y municipios coinciden en que es poco frecuente que las mujeres con hijos pequeños se suiciden. En todo caso, la conclusión es espeluznante: los barrios populares sufren una verdadera epidemia de suicidios.

La cuerda que toca Milei

¿Cómo se relaciona todo esto con el apoyo que despierta Milei entre los jóvenes, en particular hombres, al punto de que las encuestas estiman que si en las elecciones de octubre sólo votaran los varones de entre 16 y 25 años el candidato libertario obtendría más de 50 por ciento de los votos? Hay que ser cauteloso a la hora de vincular el diagnóstico social con el comportamiento político-electoral, porque la relación nunca es mecánica, pero parece evidente, en primer lugar, que Milei logró capturar mejor que nadie el reclamo de libertad gestado durante la pandemia, el rechazo a la crisis económica y la ausencia de perspectivas. Con una serie de promesas simples y fácilmente decodificables, muy aptas para su viralización en las redes y los videítos de Tik Tok (dolarización para terminar con la inflación, vouchers para poder elegir la mejor escuela, menos impuestos para trabajar más tranquilo), el candidato libertario consiguió capitalizar el descontento general y encarnar las ansias sociales de un reseteo profundo, un deseo de shock.

Al mismo tiempo, Milei sabe tocar una cuerda muy juvenil y muy masculina con su rechazo a los avances en materia de género, tolerancia a la diversidad sexual y pluralismo logrados en los últimos años, con el Ministerio de la Mujer, convertido en ícono de los “excesos del progresismo”, como centro de las críticas. Lo interesante es que Milei no es, como podría esperarse, un padre de familia clásica. Cada líder exhibe su modelo de relación sexoafectiva y familiar, desde los matrimonios políticos al estilo Néstor-Cristina (o Massa-Malena)5 a la familia bucólica de Macri (esos pícnics al sol en los jardines de la quinta de Olivos [residencia presidencial argentina]), o el divorciado Carlos Menem (1989-1999), que exhibía sus conquistas amorosas como prolongación de sus éxitos políticos. Con sus perros, su hermana, su romance tardío con Fátima Flores (que es además la mejor imitadora de Cristina), Milei no proyecta una imagen moral tradicional sino algo mucho más bizarro (como escribió Tamara Tenenbaum, “encarna esa masculinidad tóxica de internet en la que los varones se enamoran de un ideal que los expulsa”).6

Pero el éxito de Milei entre los jóvenes no se limita a su capacidad para expresar el malestar general y la crítica conservadora; también se apoya en propuestas concretas que muchas veces pasan por debajo del radar de la política tradicional: a través de Ramiro Marra, que suele conceder entrevistas sentado en su silla gamer, La Libertad Avanza prometió eliminar los impuestos a los juegos electrónicos y las importaciones de consolas y equipos, un tema especialmente sensible para los jóvenes y en absoluto marginal: se calcula que en Argentina hay unos 12 millones de gamers.7

En suma, Milei podrá parecer un improvisado y un loco, y seguramente lo sea, pero no carece de intuición. Para conquistar a los jóvenes, muy temprano en la campaña decidió descartar los discursos de orden y las propuestas represivas al estilo de Patricia Bullrich [candidata presidencial del macrismo], y hoy elige con cuidado tanto el blanco de sus críticas como los sujetos de sus silencios: trata con respeto a Macri y, quizás consciente del apoyo que aún genera en los jóvenes de los sectores más pobres, no menciona a la expresidenta. ¿Alguien escuchó a Milei criticar a Cristina?

José Natanson, director de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.

Del Archivo

La portada del número de junio de 2022 de Le Monde diplomatique, edición Uruguay, mostraba la reiteración serial de una imagen warholizada de Javier Milei, candidato de La Libertad Avanza, en Argentina. El título, “Derecha pop”, hablaba de “una tendencia global de populismos simplificadores de derecha, supuestamente libertarios”, que “se asemejan, en su tono y en la incredulidad inicial que despiertan, al modelo que matrizó el estadounidense Donald Trump”. Uno de los artículos de esa cobertura daba cuenta del estupor: “Esto no puede ocurrir aquí”.

Pasó algo más de un año, con habituales miradas sobre la política Argentina, y las PASO (primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias) motivaron otra cobertura de portada en agosto sobre el regreso de los discursos negacionistas y represivos (“PASO marcial”). Luego de la votación, la edición de setiembre se preguntaba, en su segundo título de tapa, cuánto de Carlos Menem tiene Milei, por su propuesta de dolarización, y lo vinculaba también con el expresidente brasileño Jair Bolsonaro. Como decía uno de los artículos del número pasado, el candidato libertario de derecha es, en algunos aspectos, “un museo de grandes novedades”.


  1. Elizabeth B. Ormart, Omar E. Fernández, Alejandra Taborda, Jorge Michel Fariña, “Adolescentes desescolarizados en tiempos de pandemia: un estudio de adolescentes del conurbano bonaerense”, Anuario de Investigaciones, 28, 1, Universidad de Buenos Aires, 2021. 

  2. Rodrigo Carmona (comp.), El conurbano bonaerense en pandemia, Ediciones UNGS, mayo de 2021. 

  3. Florencia Ballarino, “¿La juventud sin preocupaciones? Los problemas de salud mental en la adolescencia”, unicef.org, 5-12-2022. 

  4. Flavio Calvo, “Suicidio, la segunda causa de muerte en adolescentes argentinos”, Perfil, 18-8-2023, y “Salud presentó un documento para el abordaje integral del suicidio en las adolescencias”, www.argentina.gob.ar, 17-6-2021. 

  5. NdR: Los expresidentes Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (2007-2015). Sergio Massa es el candidato presidencial oficialista y Malena Galmarini es presidenta del Directorio de Agua y Saneamientos Argentinos. 

  6. Tamara Tenenbaum, “Que otros sean lo normal”, elDiarioAR, 24-9-2023. 

  7. “19 millones de argentinos utilizan algún tipo de videojuego y 1.500 son gamers profesionales”, UNMDP, portaluniversidad.org.ar, 31-7-2023.