“Las noticias que dan cuenta de mi muerte son muy exageradas”, habría ironizado Mark Twain en 1897, cuando una agencia de noticias anunció su fallecimiento. El reciente aluvión de declaraciones que expresa a los cuatro vientos el fin de la hegemonía del dólar evoca el genio de Twain: a pesar de ciertas palabras encendidas, el actual sistema monetario internacional (SMI) no está muerto. Sin embargo, está enfermo, como el autor de Huckleberry Finn en el momento en que se publicó su necrológica prematura.

El cuestionamiento del rol del billete verde dentro de la economía mundial no es nuevo. En 2010, el entonces presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, aprovechó la presidencia francesa del G20 para denunciar un modelo que convierte “a una parte del mundo en dependiente de la política monetaria estadounidense”1. Unos 50 años antes, el ministro de Finanzas francés, Valéry Giscard d’Estaing, denunciaba el “privilegio exorbitante” que confería a Estados Unidos el uso internacional del dólar. Menos de 15 años después de su nacimiento, los desequilibrios en el funcionamiento del SMI ya eran lo suficientemente evidentes como para que, en 1958, el economista belga Robert Triffin señalara una “amenaza inminente para un dólar estadounidense que ha perdido su antiguo poder”2. En 1976 su homólogo Charles Kindleberger estaba convencido de lo mismo: “Se terminó el dólar como moneda internacional”3. Y, sin embargo, sigue reinando en la cumbre del sistema económico mundial...

¿Acaso se trate hoy de la supervivencia de una protesta que se convirtió en ritual, en la que cada anuncio de un cambio de rumbo está condenado a envejecer peor que un buen vino? Tal vez no. Porque cuando el presidente ruso, Vladimir Putin, predice “el comienzo del fin”4 para el dólar, y la expresidenta brasileña Dilma Rousseff, ahora a la cabeza del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica)5, promete “encontrar los medios para ya no ser [...] dependientes de una única divisa”6, ambos se expresan en un contexto en el cual la guerra en Ucrania alargó notablemente la lista de recriminaciones dirigidas contra el SMI.

Gran vencedor de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos impone su dominación al mundo tras el conflicto. Esta pax americana descansa, entre otras cosas, sobre la instauración de un sistema monetario dominado por el dólar y cuyas modalidades organizan en julio de 1944 los acuerdos de Bretton Woods. La moneda norteamericana será la única directamente convertible en oro y tendrá el rol de pivote en torno al cual se definirán todas las tasas de cambio. El Fondo Monetario Internacional (FMI)7 y el Banco Mundial, creados para velar por la aplicación de los acuerdos, residirán en Washington; Estados Unidos gozará de un derecho de veto en el primero y del poder (de oficio, pero muy real) de nombrar al presidente del segundo.

En general, los países endeudados deben encontrar la manera de obtener, ante sus socios, las divisas que les permitan poner en regla sus préstamos. Pero no Estados Unidos, que “se endeuda gratuitamente pagando sus deudas, en parte, con dólares que depende sólo de ellos emitir, y no con el oro que tiene un valor real y que hay que haber ganado para tenerlo”, denuncia el presidente francés, Charles de Gaulle, en una conferencia de prensa el 4 de febrero de 1965. Ese “privilegio” le permite a Estados Unidos acumular déficit exterior. En otros términos, gastar sin rendir cuentas.

Pero las críticas de París son tanto menos importantes cuanto que Washington extrae un triple beneficio de esta situación. Por un lado, financia con comodidad sus gastos militares vinculados con la Guerra Fría. Por el otro, mejora de manera artificial el nivel de vida de una amplia parte de su población. Por último, sus empresas pueden efectuar a menor costo inversiones extranjeras directas (IED), que garantizan su expansión en la economía mundial. Resultado: la primera potencia mundial es el país cuya deuda externa es la más alta, estimada en 24.952 billones de dólares a inicios de 2023.

Modificación unilateral

No obstante, muy pronto se observa que el SMI basado en el dominio del dólar –calificado a veces como “dollar exchange standard”– está atrapado en una contradicción amenazante, que el economista Triffin identifica desde fines de los años 1950. En efecto, el sistema debe cumplir con dos funciones incompatibles. Por un lado, el SMI obliga a la Reserva Federal Estadounidense (Fed), su banco central, a proceder a emisiones regulares de dólares para acompañar el crecimiento de los intercambios internacionales. Este escenario permite a Estados Unidos conservar su “privilegio”. Pero esto engendra un crecimiento más rápido de los dólares en circulación que del stock de oro de Fort Knox, lo que mina la confianza de los países extranjeros respecto de que sus tenencias en billetes verdes puedan ser convertidas en el metal precioso. Ahora bien, el SMI descansa sobre esta certeza, el principio de paridad del oro con el dólar. Al mismo tiempo impone entonces a Estados Unidos que reduzca sus déficits, incluso si esto obstaculiza los intercambios internacionales y deprime la economía mundial.

Mientras que, con toda evidencia, el gigante de América del Norte no contempla renunciar al mecanismo que cimienta su supremacía, el general De Gaulle lo pone contra la pared. En 1965, exige la conversión de los dólares que tenía Francia en metal precioso –una decisión que ofende a la Casa Blanca y le vale el sobrenombre de GaulleFinger en referencia al film de James Bond que había sido estrenado un año antes, Goldfinger. Calculando que el stock de oro de Estados Unidos no permitiría responder a la multiplicación de demandas similares, el presidente Richard Nixon decide, el 15 de agosto de 1971, que pulverizaría el SMI concebido en Bretton Woods: suspende la convertibilidad del dólar en oro e inaugura de facto una nueva fase de flotación general de las divisas. La decisión unilateral de Washington no sólo lleva a la “reapertura del gran casino monetario”, como explica el economista James K. Galbraith8, también permite un retorno progresivo a la liberalización de la circulación de capitales. Es decir, los mecanismos que Bretton Woods había buscado contener por sus efectos devastadores en el período de entreguerras.

“El sistema recupera entonces un potencial de desestabilización inédito desde la Segunda Guerra Mundial –subraya un alto funcionario del Ministerio de Economía ruso que aceptó intercambiar unas palabras con nosotros bajo el anonimato–. Y lo hace en un contexto en el que la ‘divisa clave’ sigue siendo una moneda nacional, manejada en función de objetivos nacionales”. “El dólar es nuestra moneda, pero es vuestro problema”, habría replicado el secretario del Tesoro, John Connally, a los diplomáticos europeos alarmados por la decisión del presidente Nixon en 1971. En este terreno, nada cambió.

Confrontada a un episodio inflacionista, la Reserva Federal procede, desde marzo de 2022, a una suba de sus tasas de interés motivada por preocupaciones internas9. Una política nacional que, según la expresidenta brasileña Dilma Rousseff, se traduce “en una mayor probabilidad de reducción de las perspectivas de crecimiento y una mayor probabilidad de recesión”10 en el resto del mundo...

Más que pólvora

Hasta ahí, nada demasiado nuevo, entonces, en las críticas formuladas respecto del dólar. Pero la guerra en Ucrania sacó a la luz otra falla del SMI: el uso de parte de Washington del doble estatuto del dólar –moneda nacional y divisa clave del SMI– para imponer sanciones a actores económicos privados, o nacionales juzgados hostiles. O bien, para retomar una formulación que se hizo habitual desde 2022, “la transformación del dólar en un arma”.

La lista de medidas coercitivas del Tesoro estadounidense, entre las cuales las primeras datan de bastante antes de la invasión a Ucrania por parte de Rusia, contienen 2.206 páginas, más de 12.000 nombres y afectan a 22 países. Según Christopher Sabatini, del think-tank británico Chatham House, “más de un cuarto de la economía mundial está bajo el impacto de una forma u otra de sanción”11. Recurrir a este tipo de disposiciones se aceleró en el transcurso de la última década, cuando “los sucesivos presidentes estadounidenses optaban por una estrategia que se juzgaba poco costosa en esfuerzos y en sangre para poner en orden sus problemas de política exterior”, analiza Financial Times12. Ahora bien, a los privilegios del endeudamiento fácil y de la coerción monetaria, el dólar agrega el de la extraterritorialidad: gracias al dólar, Washington está en condiciones de imponer decisiones a todos los actores que quieran utilizar su moneda. En 2015, el banco francés BNP-Paribas fue condenado a una multa récord de 8.900 millones de dólares por no haber respetado el embargo de Estados Unidos a Cuba, Sudán e Irán. La mayor parte de las operaciones efectuadas por este banco con los tres países “enemigos”, por fuera de su territorio, estaban nominadas en dólares, y entonces tenían que pasar a través de una cámara de compensación con sede en Estados Unidos, lo cual las hacía caer bajo el yugo del derecho estadounidense.

Después de aquellas aplicadas a Cuba, Corea del Norte, Afganistán, Irán o incluso Venezuela, las sanciones adquieren una dimensión inédita en el vértigo por el desencadenamiento de la guerra en Ucrania. Washington y sus aliados excluyen a Moscú del sistema de pagos internacionales Swift y capturan 300.000 millones de dólares de reservas rusas nominadas en billetes verdes y en euros: “Un robo liso y llano”, observa el funcionario ruso citado más arriba.

Un SMI en el cual la divisa clave es también la moneda nacional del país hegemónico sólo es estable si se percibe “como algo que ofrece más ventajas para la integración comercial y financiera que inconvenientes para los países subordinados”, observan los economistas Michel Aglietta, Guo Bai y Camille Macaire13. Al contrario, “el uso deliberado del sistema de pagos internacional en dólares para bloquear las transacciones privadas que involucran a los países que Estados Unidos quiere sancionar no hace sino confirmar la instrumentalización del dólar como un puro medio de dominación política”. E impone a los adversarios de Washington una reacción: “No somos nosotros quienes nos desembarazamos del dólar –retrucaba Putin en 2020–. Es el dólar el que se deshace de nosotros”14. Director ejecutivo del grupo de países liderados por Brasil en el FMI entre 2007 y 2015, Paulo Nogueira Batista Jr. formula las cosas de otra forma: “Actualmente, el principal enemigo del dólar es Estados Unidos”.

Papeles nuestros, pero que sirvan

Para todos los países que enfriaron sus vínculos con Washington, o que temen una glaciación de esas relaciones, la urgencia sería entonces “desdolarizar”. Un proyecto que despierta una pregunta espinosa: ¿para usar qué moneda?

A priori, la primera respuesta surge por su propio peso: si utilizar la moneda de otro país plantea problemas, ¡usemos las nuestras! Es lo que distintos países empezaron a hacer para sus intercambios transfronterizos. En abril de 2023, India y Malasia anunciaron que comerciarían también en rupias, la moneda india. Un mes antes, Pekín y Brasilia anunciaban que incentivarían las transacciones en reales brasileños y en yuanes chinos. Francia participa también en este movimiento, puesto que un quinto de sus intercambios con el Imperio del Medio se hace ahora en renminbi, otro nombre de la moneda emitida en China15. Pese a las declaraciones afectadas de voluntarismo que leen en este movimiento una “fronda antiestadounidense”, todas esas iniciativas no se derivan necesariamente de la voluntad de discutir la preeminencia del dólar. La desdolarización comercial de vocación geopolítica hace alianza con otra más pragmática: la que resulta de un esfuerzo que apunta a reducir el costo de las transacciones, a veces más gravoso por las conversiones múltiples de una moneda A al dólar, y después del dólar a otra moneda B.

Cualesquiera sean sus motivaciones, este amplio movimiento de reajuste de los intercambios comerciales se ve facilitado por la formidable red comercial internacional tejida por China, primer socio comercial de 61 países en el mundo (contra 30 para Estados Unidos)16. Se enfrenta, sin embargo, a una dificultad importante: “Como las balanzas comerciales nunca están equilibradas de manera perfecta, en intercambios de este tipo ocurre que uno de los dos países necesariamente se ve llevado a acumular divisas de su socio –observa Nogueira Batista Jr.–. Ahora bien, en ciertos casos, esto puede plantear problemas, en particular si la moneda en cuestión está sometida a fluctuaciones de valor o si no es fácilmente convertible”, lo cual es el caso de la mayor parte de las monedas. Esto explica el fracaso, en mayo último, de las negociaciones entre Moscú y Nueva Delhi con la intención de comerciar en rupias: los intercambios entre ambas naciones estaban demasiado desequilibrados en favor de Rusia, y esta última temía acumular fajos de rupias inservibles. India termina comprando entonces petróleo ruso… en dirhams sauditas17.

“Para que los intercambios comerciales en divisas nacionales funcionen de verdad es preciso que las monedas involucradas se puedan transformar en reservas de cambio”, prosigue Nogueira Batista Jr. Es decir, en liquidez disponible con facilidad y poco expuesta a las depreciaciones violentas. Por el momento, ninguno de los candidatos tradicionales al reemplazo del dólar –el euro y el renminbi– satisface las condiciones requeridas. El euro, porque la incertidumbre respecto de su futuro, que quedó de manifiesto después de las crisis de las deudas soberanas de 2010, preocupa al resto del mundo. El renminbi, porque Pekín no liberalizó su cuenta de capital: la moneda china no es convertible y sigue estando sometida a severos controles de cambio. Para que el yuan “destrone” al dólar, un punto de inflexión que ciertos analistas algo apresurados ya anuncian, sería necesario que China procediera a un improbable giro en su política monetaria.

Matices y perspectivas

Porque Pekín no ignora que la utilización del yuan por parte de los no residentes modificaría su modelo económico. En efecto, cuanto más se demanda una moneda en el exterior, más aumenta su valor en relación con las demás divisas. Y más se encarecen sus exportaciones: esto es un peligro supino para “el taller del mundo” chino. Por otra parte, Pekín tomó conciencia de la envergadura de los riesgos que los procesos de desregulación hicieron correr a sus vecinos en la crisis financiera de 1997, y a las economías del Norte en la de 2008. Así, un episodio de inestabilidad en los mercados chinos después de un intento de liberalización financiera en 2015-2016 fue percibido como suficientemente doloroso como para que el poder “redefiniera los riesgos financieros como amenazas potenciales a la seguridad nacional”, nos explica el investigador Nathan Sperber, quien subraya que, desde el punto de vista de las autoridades chinas, el control de capitales no se relaciona sólo con preocupaciones financieras. “Si los chinos ricos pudieran sacar sus capitales del país sin restricciones, estarían a la altura de hacer intocables sus haberes y entonces sus privilegios. Por los controles de capitales, la propiedad del capital sigue siendo relativa dentro de China: está sometida al poder político, que conserva la posibilidad de actuar contra los individuos a los que desea sancionar”.

Entre la internacionalización de su divisa y la protección del modelo de desarrollo chino, Pekín, por el momento, ya eligió. Y cuando se observa una forma de desdolarización en favor del renminbi, se trata de un proceso “bajo coacción”, subraya Sperber: “No es una desdolarización motivada por el hecho de que el yuan sea superior al dólar como moneda de cambio o de reserva para los actores del mercado, sino una internacionalización lograda por medio de acuerdos diplomáticos”. Signo de la atracción continua del dólar, sigue siendo el valor refugio preferido de los mercados en las crisis financieras, incluidas aquellas cuyo origen está… en las fallas de las plazas financieras de Estados Unidos, como fue el caso en las crisis de las subprime de 2008.

Detrás del ruido de las declaraciones que anuncian que “la supremacía financiera estadounidense se terminó”18, las cifras trazan un cuadro bastante más mesurado. Según los datos de la última encuesta trienal del Banco de Pagos Internacionales (BPI), en 2022 el dólar seguía siendo, y por lejos, la moneda más usada: 88 por ciento de las transacciones de cambio recurrieron a él (porcentaje que no ha cambiado desde 1989), contra 32 por ciento para el euro, 17 por ciento para el yen, 17 por ciento para la libra esterlina19. La proporción del yuan chino (siete por ciento) sigue siendo modesta, aunque en fuerte progresión (aumento del cuatro por ciento en 2019).

En términos de reservas de cambio, la proporción del dólar se derrumbó de 72 por ciento en 2000 a 59 por ciento en 2023, aunque más que nada en beneficio de monedas emitidas por aliados geopolíticos de Washington: los dólares australianos y canadienses, el won coreano, la corona sueca. En el mismo período, el renminbi pasó de 0 a 2,6 por ciento. Es muy complicado para un país mantener reservas en una moneda diferente de aquella en la cual está nominada su deuda. Ahora bien, la internacionalización masiva de un mercado de la deuda en renminbi sigue siendo inabordable sin la liberalización de la cuenta de capital china.

La mirada BRICS

Desmoronamiento de la legitimidad del dólar como “divisa clave” del SMI, límites del comercio transfronterizo en monedas nacionales, ausencia de candidatos para el reemplazo del dólar... Confrontados con una situación que se parece mucho a un impasse, Rusia, y luego Brasil, propusieron actuar a nivel de los BRICS. El proyecto inicial imaginado por Moscú apuntaba a la creación no de una moneda sino de una “unidad de cuenta”: una herramienta monetaria que permitiera establecer paridades entre monedas y nominar precios para las materias primas no sometidos a las fluctuaciones del dólar... El 21 de agosto, en vísperas de la Cumbre, el secretario de Relaciones Exteriores indio Vinay Mohan Kwatra aprovecha una conferencia de prensa para manifestar la oposición de Nueva Delhi a un proyecto del cual parece pensar que apunta no a la creación de una unidad de cuenta... sino de una “moneda común”. “¡Pero no es eso lo que estaba en discusión! –trona nuestro interlocutor ruso–. Todas las personas que trabajan en economía saben que era demasiado pronto para hablar de moneda común”. Para aquel a quien formulamos las preguntas, no hay duda: el problema proviene del hecho de que “en los ministerios de Relaciones Exteriores, en Rusia y en otras partes, nadie entiende nada de cuestiones monetarias. Ni siquiera en el más alto nivel”.

En algunos casos, es comprensible. Intentemos aclarar el malentendido: las monedas (incluidas las comunes) deben cumplir dos funciones cruciales además de las de unidad de cuenta: tienen que desempeñar el rol de instrumentos de reserva, es decir, poder stockear valor y permitir los intercambios. Imaginar una moneda “común” de los BRICS implica entonces un grado de coordinación muy superior a lo que requería el proyecto ruso. Encargado de presentar diferentes vías de trabajo sobre la cuestión monetaria en un coloquio organizado por Pekín al margen de la cumbre de Johannesburgo, Nogueira Batista Jr. presentó las cosas de este modo: la creación de una unidad de cuenta “sería relativamente simple y [...] podría ser implementada rápidamente y a menor costo”; la de una moneda común requeriría, por su parte, “una reflexión y una planificación que todavía no comenzaron”20. Con toda evidencia, era demasiado tarde: el proyecto no fue discutido en Johannesburgo.

Los malentendidos, sin embargo, no lo explican todo. Sucede también que ofrecen una forma cómoda de obstaculizar proyectos a los que uno se opone sin querer explicarlo con demasiada claridad. Ahora bien, las divergencias geopolíticas y los conflictos internos –en particular entre China e India, que quieren seguir comerciando con Estados Unidos– complican los trabajos de los BRICS. Era el caso cuando eran cinco; los miembros fundadores no pueden ignorar que la llegada de seis nuevos miembros a partir del 1º de enero de 2024 no contribuirá a hacer más fluidas las discusiones. La cuestión monetaria se revela como particularmente delicada, como sugieren las experiencias anteriores de uniones monetarias regionales.

En Europa, la “serpiente monetaria europea” de 1972, que apuntaba a proteger a las economías involucradas de la flotación generalizada de monedas, recién desembocó en la moneda única en 1999, con éxitos... más que moderados. En 2010, ocho países latinoamericanos lanzan un Sistema Unitario de Compensación Regional de Pagos (Sucre), así como una unidad de cuenta que llevaba el mismo nombre21. Pero la debilidad de la integración comercial de los países involucrados limita el alcance de la iniciativa. En Asia, la crisis financiera de 2008 lleva a la creación de un Fondo Monetario Asiático encargado de dar marco a las paridades cambiarias. Desde entonces, sin embargo, los proyectos que apuntan a continuar el debate sobre la integración monetaria no avanzan. Análisis recientes apuntan al futuro desarrollo de las monedas digitales de los bancos centrales (MNBC). A la vanguardia en esta cuestión, China quiere conseguir un cortocircuito en los sistemas de pago como el Swift gracias a su e-yuan. Pero esta moneda despierta temores sobre la capacidad de control de Pekín...

Perspectivas

Por el momento, el sistema organizado alrededor del dólar no parece amenazado. El aumento de las tensiones geopolíticas internacionales podría llevar, sin embargo, a la emergencia de una zona “fuera del dólar” para aquellos países que Estados Unidos considere sus adversarios. China “desempeñaría entonces el rol de puente entre ambos sistemas: el punto fijo de una estructura multipolar”, estima Galbraith22, antes de agregar: “Si Pekín tuviera que ser, a su vez, objeto de decisiones tan severas [como las que se imponen a Moscú], entonces se podría producir una verdadera ruptura que dividiría el mundo en dos bloques aislados”. Una situación que se revelaría, sin embargo, en extremo costosa para Washington, dado el volumen comercial entre China y Estados Unidos, y que complicaría el financiamiento de su deuda23.

¿Incitará esto a que la Casa Blanca escuche el alboroto actual alrededor del dólar? Apostar a semejante reacción podría constituir, por otra parte, el objetivo inconfesado de una parte de los BRICS. “Usted sabe, si las iniciativas de los BRICS llevaran finalmente a que Washington aceptara crear una moneda de verdad internacional, ¡eso me vendría como anillo al dedo!”, nos confía nuestro interlocutor ruso cuando finalizamos la entrevista. “Es lo que quiere China”, confirma Aglietta cuando le hacemos la pregunta.

En verdad, esta “moneda de verdad internacional” ya existe bajo la forma de derechos especiales de giro o DEG que emite el FMI24. Creados en 1969, en momentos en que el sistema de Bretton Woods amenazaba con derrumbarse, y similares al Bancor que había imaginado John Maynard Keynes en 1944, los DEG presentan todas las características necesarias para convertirse en la herramienta monetaria que el mundo necesita: una divisa internacional manejada de modo concertado dentro del FMI, una institución que fue imaginada para esto. En 2009, la idea fue presentada por el gobernador del banco central chino Zhou Xiaochuan, que veía en el Fondo los albores de un banco central mundial capaz de gestionar la liquidez internacional con el objetivo de lograr la estabilidad de precios. La medida implicaría, de manera natural, una reforma del FMI que privaría a Estados Unidos de su derecho a veto, porque las élites de ese país no tienen la intención de renunciar al privilegio que les confiere el dólar.

O al menos por el momento. Porque, como subrayan Astrid Viaud y Paul-Arthur Luzu, en el transcurso de su mandato el presidente Donald Trump (2017-2021) no dejó de cuestionar “la política del déficit permanente de Estados Unidos, que permite la dominación del dólar”. Una “señal fuerte” que “creó dudas sobre la voluntad de Estados Unidos de suministrar dólares al mundo”25. Pese a los discursos oficiales y mediáticos que le enseñaron a considerar un dólar “fuerte” como el símbolo de la grandeza de su país, la población que lo habita sería en realidad una de las principales beneficiarias de un dólar cuyo valor ya no se viera impulsado por su estatuto internacional. Como señala Galbraith, “la multipolaridad [monetaria] podría ser mala para la oligarquía pero buena para la democracia, la protección del planeta y el interés general. Desde este punto de vista, no llegaría nunca de modo prematuro”. Pero desgraciadamente, advierte, “los grandes cambios del orden económico mundial no llegan sino en crisis extremas”26.

Renaud Lambert y Dominique Plihon, respectivamente, redactor de Le Monde diplomatique (París), y profesor emérito (Universidad Sorbona París Norte) y miembro del Consejo Científico de la Asociación por la Tributación de las Transacciones Financieras y la Acción Ciudadana (ATTAC). Traducción: Merlina Massip.


  1. “Nicolas Sarkozy s’attaque aux paradis fiscaux et à la suprématie du dollar”, Le Point, París, 13-12-2010. 

  2. Citado por Herman Mark Schwartz, “American hegemony: intellectual property rights, dollar centrality, and infrastructural power”, Review of International Political Economy, Vol. 26, N° 3, Routledge, Milton Park, 2019. 

  3. Charles Kindleberger, “The Dollar Yesterday, Today, and Tomorrow”, Banca Nazionale del Lavoro Quarterly Review, N° 38, Roma, 1985. 

  4. En ocasión del Foro Económico Internacional de San Petersburgo, 16-6-2023. 

  5. Véase Martine Bulard, “Cuando el Sur se afirma”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, octubre de 2023. 

  6. Entrevista en CGTN, 14-4-2023. 

  7. Véase Renaud Lambert, “Viaje al corazón del FMI”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, julio de 2022. 

  8. James K. Galbraith, “The Dollar System in a Multi-Polar World”, International Journal of Political Economy, Vol. 51, N° 4, Nueva York, 2022. 

  9. Véase Renaud Lambert, “Les Calimero de l’euro”, Le Monde diplomatique, París, enero de 2023. 

  10. Entrevista en CGTN, op. cit. 

  11. Citado por Michael Stott y James Kynge, “China exploits sanctions to undermine dollar”, Financial Times, Londres, 28-8-2023. 

  12. Michael Stott y James Kynge, op. cit. 

  13. Michel Aglietta, Guo Bai y Camille Macaire, La Course à la suprématie monétaire mondiale. À l’épreuve de la rivalité sino-américaine, Odile Jacob, París, 2022. 

  14. “America’s aggressive use of sanctions endangers the dollar’s reign”, The Economist, Londres, 18-1-2020. 

  15. “China wants to make the yuan a central-bank favourite”, The Economist, 7-5-2020. 

  16. Dirección de Estadísticas sobre el Comercio (DOTS), FMI. 

  17. Nidhi Verma y Noah Browning, “Insight: India’s oil deals with Russia dent decades-old dollar dominance”, Reuters, 8-3-2023. 

  18. Tom Benoît, “La fin du dollar roi”, Le Point, París, 26-9-2023. 

  19. Estos porcentajes refieren a un total de 200 por ciento, porque conciernen a uno de los dos lados de cada operación que implica dos divisas. 

  20. Agradecemos aquí a Nogueira Batista Jr. por habernos enviado el texto de su intervención. 

  21. Bernard Cassen, “Le Sucre contre le FMI”, La valise diplomatique, monde-diplomatique.fr, 2-12-2008. 

  22. James K. Galbraith, “The Dollar System in a Multi-Polar World”, op. cit. 

  23. La deuda estadounidense en manos de Pekín alcanza aproximadamente 1,2 billones de dólares. 

  24. Véase Dominique Plihon, “Un instrumento que puede mejorar la partitura”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, abril de 2023. 

  25. Astrid Viaud y Paul-Arthur Luzu, Entre dollar et cryptomonnaies. Le défi des sanctions pour L’Europe, Éditions Arnaud Franel, París, 2022. 

  26. James K. Galbraith, “The Dollar System in a Multi-Polar World”, op. cit.